Las jugarretas del Diablo
23 septiembre, 2016
En las mismas
23 septiembre, 2016

El apretado

Ignacio Betancourt

Preocupante y trágica (para la mayoría de la población) la actitud de Enrique Peña Nieto ante los evidentes yerros de su gobierno; el empecinamiento (la terquedad al estilo del sargento Nuño) respecto a si se actuó de manera adecuada en casos como la visita de Trump, las reformas estructurales o el comportamiento económico del país; la manera de asumir los desatinos resulta no sólo cínica sino patológica. Ante los cuestionamientos (de periodistas, académicos y masivamente el clamor popular) por la mala actuación del gobierno que se supone dirige, sus respuestas invariablemente justifican con vehemencia lo “acertado” de su proceder, y con la prepotencia que caracteriza a su persona y al grupo que le acompaña en el gobierno, se muestra absolutamente convencido de la “brillantez” de su comportamiento y de lo ineludible de su compromiso con la conducción del país, pésele a quien le pese.

El filósofo mexicano Jorge Portilla (1919-1963) publicó en enero de 1956 un breve ensayo en la Revista Mexicana de Literatura titulado Fisonomía del apretado, en él plantea las características típicas del apretado, término empleado en México para referirse al personaje que el filósofo denomina “afectado de espíritu de seriedad”. Traigo a referencia el texto pues resulta una definición sorprendentemente fiel tanto del presidente de la República como de los integrantes de su gabinete; citaré algunos fragmentos y el lector podrá constatar si resulta convincente la caracterización de Portilla (integrante del grupo Hiperión (1947), constituido entre otros por Luis Villoro, Alejandro Rossi y Víctor Flores Olea). Comienza señalando que “el espíritu de seriedad es aquella actitud de la conciencia que se niega a advertir la distancia entre ser y valor”. Y continúa afirmando que: “El apretado se tiene a sí mismo por valioso, sin contemplaciones y sin reparos de ninguna especie.”

En las declaraciones televisivas de Peña Nieto lo anterior se manifiesta a plenitud, y cuidado en que alguien no se lo crea pues de inmediato será considerado un mal mexicano, y en consecuencia prospecto al peor de los destinos. Luego dice Portilla que en el apretado la manifestación más evidente se ubica en el aspecto personal, “expresión de su ser íntimo”. Para los de su especie el parecer resulta lo esencial pues “se identifican plenamente en ese punto privilegiado del mundo que es su propia persona (…) Si dice una estupidez, si comete un error, eso no prueba nada, puesto que se tratará de una estupidez dicha por un hombre muy inteligente, se tratará del error de un funcionario eficaz.” Posteriormente apunta a una de sus “virtudes” principales (tal vez el sustento mental de su naturaleza corrupta): “El modo de su inserción en la realidad, su manera de ser en el mundo, es la posesión, la propiedad. (…) El que posee, es; el que no posee, no es.”

Sin embargo y paradójicamente: “el apretado está condenado a hacerse presente ante los otros en busca de su reconocimiento. (…) está condenado a la mirada ajena. Necesita de los otros, pero no para construir con ellos un nosotros, sino para negarlos autoafirmándose; los necesita sólo como espectadores de su propia excelencia.” Y si las encuestas no le favorecen peor para las encuestas. Él “es un hombre distinguido, pero tiene que ser distinguido por los otros. Para sí mismo él es exclusivo. La exclusividad es la categoría suprema del mundo de los apretados. (…) Su aspiración suprema es pertenecer a la más exclusiva de las exclusividades.” Aunque a fin de cuentas termine siendo de cierta manera esclavo de las apariencias, y en ese sentido esclavo de los demás (aunque sólo simbólicamente). Jorge Portilla señala que seres tan deplorables aún tienen una idea de la libertad: “Se reduce a la creencia de que el Estado no tiene derecho a violar la propiedad privada.” Seres como Peña (y su familia, su gabinete, sus socios) aman la libertad “pero cuando oyen esa misma palabra en labios de los no poseedores, su capacidad de amor se siente atraída irresistiblemente por otra palabra mágica: orden. En el fondo aman más al orden que a la libertad, pues el orden es esa situación estable de la sociedad que les permite hacer el juego de la exclusividad y darse el gusto de encarnar el valor.” Agrega el filósofo mexicano que el apretado: “exige el reconocimiento de sí mismo como ser valioso frente a los demás. El otro debe inclinarse respetuosamente ante él (…) Cuando el otro se niega a esa sumisión, el apretado dice que es un alzado o un levantado; es decir, un hombre que se resiste a inclinarse.” Concluye el pensador: “Con él es imposible el diálogo.”

En días pasados un periodista entrevistó televisivamente a Peña Nieto quien para no perder la costumbre lució impecablemente ataviado y maquillado para responder únicamente a las preguntas donde puede lucirse respondiendo como lo que es. Por cierto, cómo se extrañan entrevistadores incisivos y valientes, pues en la fastuosa entrevista nunca se aludió a la violencia institucionalizada, ni a la corrupción protegida por el poder, ni a la impunidad como estilo de vida, ni a tantos temas de interés público que se mantienen sin respuesta.

Jorge Portilla también ha reflexionado sobre el humor, especialmente sobre el humor negro, aquel que dice destaca “frente a los aspectos dolorosos, sombríos o siniestros de la existencia”. Es decir algo que en México hoy es casi un lugar común. O, qué humor más negro puede haber que ese sobre la reinstalación que el presidente Peña realizó a las tres horas de la renuncia de Tomás Zerón acusado de gravísimos delitos; o la invitación a conversar amigablemente en la residencia presidencial con el más agresivo y denostador de los enemigos de México. Portilla recuerda un chiste del más puro humor negro (quizá una metáfora de la actual realidad nacional). Llega un paciente con el médico, trae un cuchillo clavado en el pecho, le pregunta el doctor ¿le duele? y el herido le responde con toda seriedad: sólo cuando me río.

Del poeta (y cantante) chileno Víctor Jara (1938-1973), su poema Ni chicha ni limoná: Arrímese usted p´acá/ aquí donde el sol calienta/ si usted ya está acostumbrado/ a andar dando volteretas/ y ningún daño le hará/ estar donde las papas queman// Usted no es ná/ ni chicha ni limoná/ se lo pasa manoseando/ caramba y samba/ su dignidad.// La fiesta ya ha comenzado/ y la cosa está que arde/ usted que era el más quedao/ se quiere adueñar del baile/ total a los olfatillos/ no hay olor que se les escape// Usted no es ná/ ni chicha ni limoná/ se lo pasa manoseando/ caramba y samba/ su dignidad.// Si queremos más fiestoca/ primero hay que trabajar/ y tendremos pa´toitos/ abrigo, pan y amistad./ y si usted no está de acuerdo/ es cuestión de usted no más/ la cosa ya ha comenzado/ y no piensa recular// Usted no es ná/ ni chicha ni limoná/ se lo pasa manoseando/ caramba y samba/ su dignidad.// Ya déjese de patillas/ venga a remediar su mal/ si aquí debajito del poncho/ no tengo ningún puñal/ y si sigue huciconeando/ le vamos a expropiar/ las pistolas y la lengua/ y toito lo demás// Usted no es ná/ ni chicha ni limoná/ se lo pasa manoseando/ caramba y samba/ su dignidad.