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El origen del patriarcado: Una visión desde la arqueología. Parte 4

Chessil Dohvehnain

El surgir de lo que llamamos maternidad en la prehistoria, y la dependencia de las crías durante la gestación, pudo permitir establecer mínimas diferencias en el desarrollo de las identidades de mujeres y hombres en todos los trayectos históricos conocidos. Y esa diferencia de identidades quizá pudo deberse también a las diferencias de movilidad en el espacio que implicó dicha maternidad para la mujer en el mundo antiguo.

Según Almudena Hernando, la fragilidad de las crías pudo ayudar a reducir ligeramente al principio la movilidad de las madres. Pero al convertirse esto en una irremediable dinámica que se retroalimenta a sí misma, pudo llegar el momento en que no habría marcha atrás. Recordemos como habíamos visto en otra parte (lajornadasanluis.com.mx/opinion/el-origen-del-patriarcado-una-vision-desde-la-arqueologia-parte-2/), que hay una relación entre la identidad relacional y la manera en cómo se ordena la realidad percibida.

A menor movilidad o reducción del espacio vivenciado, se reducen los límites del mundo, hay menor capacidad de asombro y de reacción a lo nuevo para enfrentar lo desconocido, y por ende restricciones para generar independencia y seguridad personal. Por lo que la racionalización del mundo sería menor, aumentando el vínculo emocional con elementos de la naturaleza que integran ese mundo, así como la necesidad de confiar el destino y la supervivencia del grupo en entidades sagradas con deseos e intenciones propias.

La clave del movimiento

Para la arqueóloga los estudios antropológicos en sociedades de cazadores-recolectores y de horticultores contemporáneos revelan que, al menos en la actualidad, esas sociedades exhiben pensamientos y dinámicas económicas donde los hombres se mueven más en comparación con las mujeres. Pero que también, y a pesar de la existencia de división sexual del trabajo, ello no implica ausencia de complementariedad de funciones cuando las condiciones lo requieren, como es el caso en que suceda algo imprevisto como un desastre.

Entre la sociedad “igualitaria” de los jíbaros Aguaruna del Perú amazónico, por ejemplo, los hombres cazan y siguen usando la cerbatana y el rifle, pero el verdadero sustento viene de las mujeres que cultivan con gran esfuerzo la yuca. Una actividad a partir de la cual ganan prestigio social, ya que el cultivo y limpieza implica un esfuerzo enorme incluso en la movilidad (las “chacras” de cultivo llegan a quedar a horas de camino de las residencias sin mencionar que las mujeres cargan a sus crías durante casi toda la jornada laboral).

Y aunque las mujeres trabajan la misma parcela diario durante los años que dura el barbecho, los hombres tienen una relación menos rígida con el mundo natural, ya que durante las cacerías nocturnas las condiciones les permiten desarrollar una identidad individual gracias a que sus tareas son más diversificadas, incluso cuando no están cazando.

En el caso de los Q´eqchi´ de Guatemala son los hombres los que, al haber abandonado la caza, se dedican al desplazamiento y trabajo agrícola. Mientras las mujeres viven aisladas en el espacio doméstico dedicadas a la reproducción social (a través de la educación), y biológica. Sin embargo, en tiempos de cultivo y cosecha las mujeres también ayudan a los hombres en la milpa.

La arqueóloga nos recuerda que en ambos grupos existe división sexual del trabajo, pero no es una división que genere trabajos que siempre haga tal género u otro todo el tiempo. Sino que existe complementariedad de funciones para la supervivencia de todo el grupo. En tales sociedades, tanto mujeres como hombres parecen percibirse igual de necesarios el uno y el otro para la existencia de todos.

Y las personas en estas sociedades de complejidad social, tecnológica y económica diferente a la nuestra, tendrían una forma de identidad relacional que el feminismo en la década de 1990 definió como identidad de género femenina, como ya se ha mencionado.

La clave es que esa forma de identidad relacional, que se creía se perpetuó solo en mujeres al menos hasta la Modernidad, se propuso estar basada en una inconsciencia de los deseos propios para dar lugar a la prioridad de la satisfacción de los deseos de los otros. Pero también se propuso que era caracterizada por sustentarse en un poderoso vínculo emocional con el resto del grupo y la naturaleza, lo cual pudo en su momento conferir ventajas contra la identidad individual. ¿Pero ventajas en qué sentido?

El rol de la identidad de género femenina

Como ya he mencionado en la segunda parte de estos textos, esa identidad de género femenina sería una característica de sociedades en las que no hay, o hubo, una especialización del trabajo que dividiera funciones sociales sistemáticamente como ocurre en nuestras sociedades altamente jerarquizadas. Sería la identidad de personas que no tenían esa sensación de ser diferente a los demás.

Sería una identidad en sociedades que encuentran seguridad emocional en su identificación con los demás, creando sentimientos de empoderamiento para afrontar un mundo que no se explican, o explicaron, con lógicas mecanicistas como las nuestras. Incluso serían sociedades donde las tradiciones y los ritos se encaminan a evitar los cambios o a perpetuar las condiciones materiales y espirituales de existencia que, al ser ya conocidas, son consideradas garantía de seguridad y supervivencia a futuro.

En las sociedades con esa identidad relacional, los vínculos con el mundo serían, o fueron, poderosamente emocionales, donde quizá la sensación de gratificación, equilibrio y satisfacción fue o es mayor al de una persona con identidad individual. Tal vez estas características identitarias entendidas como ventajas serían la razón por la cual las mujeres de hoy tienen conflictos al tomar decisiones como el tener que optar entre ser madres o alcanzar el éxito profesional. Sin embargo esa identidad de género femenina, es asociada con la ausencia de poder sobre el mundo que nos rodea.

Según la teoría de Almudena Hernando es posible que, como ya he mencionado antes, tanto mujeres como hombres participasen en la antigüedad de esa identidad de género femenina. La clave del asunto sería que cuando los hombres comenzaron a desarrollar una identidad individualizada que hace sentir poder sobre el mundo o las mujeres, y si las mujeres mantuvieron una identidad relacional por milenios hasta la Modernidad, es entonces que habría podido surgir el principio de lo que llamamos desigualdad en las relaciones de género entre todas las personas, como un paso clave en la legitimación del patriarcado.

El rol de la movilidad y el poder

La movilidad diferente entre hombres y mujeres y sus consecuencias ya mencionadas en la tercera parte de estos textos, pudo permitir que el mundo de los hombres se hiciera más variado y extenso, posibilitándoles crear posiciones de poder para tomar decisiones que afectaran a la totalidad de su grupo, en un tiempo en que la humanidad se caracterizaba por un menor control material de la naturaleza, y por una mayor conexión emocional con el mundo.

Y puesto que el poder como tal se siente solo sobre algo que se cree controlar, para llegar a sentir poder es necesario objetivar aquello sobre lo cual el poder se ejerce. Ese proceso de objetivación, que nos ha permitido concebirnos como separados de la naturaleza y el universo para definirlo, clasificarlo y transformarlo, tiene su clave en el uso de los sistemas abstractos de representación de la realidad como la escritura.

E implicó también para los hombres una pérdida lenta pero constante de la intensidad emocional con la que se relacionaban con el mundo. Pérdida emocional que las mujeres no habrían experimentado. Y debido a que las mujeres habrían podido mantener su vínculo emocional identitario con el mundo y con los hombres, transformándose en el soporte emocional de estos últimos, ellos no habrían experimentaron a consciencia las consecuencias emocionales del proceso de individualización en el que estaban inmersos.

Con el tiempo estos cambios parecerían insignificantes y difusos, así como la creciente diferenciación de funciones y roles sociales entre todas las personas del grupo, además de la dependencia identitaria entre mujeres y hombres que iba en aumento. De manera gradual, las habilidades que los hombres habrían desarrollado con su mayor movilidad también les permitieron personificar a ojos de las mujeres ideas que la totalidad del grupo atribuía a la naturaleza no-humana, así como las mujeres habrían personificado a ojos de los hombres las propias, antes de que iniciara el proceso de individualización.

Lo interesante también es que esa tenue división de funciones y escasa diferenciación en el grado de poder entre los géneros al principio de este proceso, pudo ser percibida como complementariedad de funciones, lo cual pudo hacerles creer a los géneros que sus funciones seguían siendo igual de relevantes que las de sus complementarios para la supervivencia. Quizá por esta percepción incluso es que las mujeres no buscaron resistirse a este proceso. O detenerlo. ¿Cómo iban a saber lo que ocurriría en aquellos amaneceres?

La legitimación del orden patriarcal

¿Cómo creció la diferencia entre identidades de mujeres y hombres? Para la arqueóloga, los hombres continuaron diversificando sus funciones y profundizando en su nueva identidad individual, alejándose cada vez más de su vieja identidad relacional, mientras las mujeres permanecían con funciones poco diversificadas, reforzando su identidad relacional transmitiéndola de generación en generación. Y al mismo tiempo, los hombres se volvían más emocionalmente dependientes de las mujeres a causa de la desconexión emocional con el mundo, cuyas consecuencias se volvieron evidentes con el tiempo.

Por lo cual los hombres no podían permitir que las mujeres se individualizaran a costa de perder su orientación en el universo y sentido de la existencia. Y las mujeres tampoco habrían deseado individualizarse a costa de perder su propia seguridad y orientación, sin mencionar el problema del rechazo y el probable hecho de que ellas, a diferencia de las hombres, no tendrían el apoyo emocional que ellas les daban a ellos para soportar la desconexión emocional que implicaba la individualización.

Con el paso de las lunas, y solo con la complejización tecnológica y económica, además de la institucionalización de los sistemas abstractos de representación de la realidad como la escritura, es que entonces habrían aparecido en concreto los sistemas de opresión contra aquellas mujeres que deseaban asumir esas funciones y posiciones sociales que el patriarcado ancestral no les permitía.

Y en tanto esos sistemas abstractos implicaron que el mundo dejó de estar habitado por árboles, animales o montañas con comportamientos humanos, para volverse un mundo explicable, la desigualdad de género permite sugerir que los hombres pudieron ser los primeros en aprender a leer y escribir, institucionalizando la individualización y expandiendo con ello sus posiciones sociales y poder.

A raíz de las divergencias en las funciones sociales, así como a causa de la movilidad diferencial entre hombres y mujeres, habrían surgido entonces nociones de dualidad armónica y complementariedad para justificar el nuevo orden del mundo. La naturaleza y los astros entonces habrían sido sexualizados y vistos como la encarnación de esas nuevas cosmovisiones que serían estructuradas en la norma que Lorena Cabnal llama heterorealidad cosmogónica originaria, la cual permitiría a través de tradiciones y ritos, controlar las relaciones humanas con la naturaleza y la materia, para perpetuar en esas prácticas culturales una opresión contra las mujeres cada vez más tangible.

Para Almudena Hernando esto es algo que se observa en los grandes imperios de la antigüedad como ocurrió en Mesopotamia, Egipto o China, o en las naciones musulmanas de nuestros días en donde, al igual que en la Ilustración europea, se busca que las mujeres no se alfabeticen e individualicen, porque eso supondría un riesgo letal para los hombres, quienes han construido su identidad individual siempre a costa del soporte emocional que les ha brindado la identidad relacional de las mujeres a lo largo de la Historia.

Quien quiera que seas tú que lees esto te pido recordar que, por supuesto, todo lo anterior es teoría. Hoy los tiempos son otros. Pero a la luz de las hipótesis y de la revolución que las mujeres encarnan a diario vale preguntarnos si las cosas, después de milenios de opresión, por fin cambiarán para todas las personas que vivimos bajo un sistema de opresiones con un origen profundo y sumamente enraizado en los albores de lo que creemos que somos como especie. ¿Los días que corren anuncian el final del patriarcado?