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Impresiones sobre relaciones

A quien me permitió ser su compañía,
a quienes me permiten ser su compañero.

Óscar G. Chávez

Observo, reflexiono y me formulo una serie de interrogantes sobre el tema, sobre los rostros de los personajes que se encuentran ahí reunidos en ese momento. Difícil me resultaría imaginarlos reunidos dentro de otro contexto, aunque seguro es más común de lo que supongo.

En rápido ejercicio memorístico vienen al recuerdo una serie de libros leídos sobre las relaciones entre actores políticos y periodistas; la mayoría de ellos mencionan cálidas relaciones tras bambalinas entre ambos grupos.

Mientras dialogo con un apreciado compañero de mesa, trato de ver más allá de las anécdotas por él vertidas; una vida entera comprometida con los movimientos sociales en los que ha destacado como actor principal. Al mismo tiempo observo el diálogo entablado entre otros dos compañeros de mesa; ex presidente municipal y senador en funciones, uno de ellos, abogado, catedrático y conocedor de las intrincadas veredas de la política potosina, como que llegó a secretario de gobierno de algún gobernador priísta, partido al que siempre perteneció, pero con el que en apariencia rompió al convertirse en diputado por el de la Revolución Democrática.

Continúo el diálogo con el también cofundador local del partido comunista; veo llegar a un discreto secretario general de gobierno que, de no ubicar su rostro, bien hubiera pasado desapercibido para mí y cualquiera. El paréntesis abierto por esa llegada es momento preciso para solicitar al senador que me comparta un Marlboro ligth, de los que fuma, como considero que sus gastos son sufragados en parte por mis impuestos no veo mayor problema en disfrutarlo a plenitud.

Supe entonces que en 1979 mi interlocutor dejó de fumar; cuatro años después de haber estado detenido, me acotó como para precisar el dato. Comento de manera breve con mi acompañante de la izquierda sobre las características de los que van llegando; ya para ese momento han hallado acomodo en la mesa contigua el oficial mayor y el procurador del estado.

La llegada del gobernador se dio con la discreción propia de quienes gustan pasar desapercibidos, aunque si bien tuvo la cortesía de hacer presente un saludo en cada una de las mesas y en algunos casos personalizarlo con los allí sentados.

Vemos con particular sorpresa, y ése sería motivo de alguna plática carretera posterior, como la totalidad de los miembros del aparato oficial que asistieron, al margen de los saludos y atenciones vertidas sobre quien convocó a la reunión, se dieron tiempo para saludar de ida y de vuelta, a nuestro interlocutor inmediato. Es el refrendo de la ya conocida trayectoria del personaje, quien en todo momento ha sido sujeto de mi admiración y respeto.

Observo al colega manejador del medio electrónico escuchar interesado al literato; a un periodista director del medio recibir con cordialidad a cada uno de los asistentes; observo las demás mesas, trato de analizar expresiones y suponer que es lo que pasa por la mente de cada uno de ellos. Se han comenzado a formar corrillos, los temas de la charla serán los que marquen sus integrantes.

La comida comienza a ser servida, veo cómo se hacen presurosos honores al guacamole que desaparece rápidamente distribuido sobre totopos. La charla sigue, mientras la comida aparece y desaparece, según el orden, según los tiempos. La plática toma los cauces literarios con el especialista en el tema que se  encuentra en nuestra mesa y se mencionan las obras de Felisberto Hernández, Juan de Alba y Cuesta Marín, hace notorio acto de presencia el alcalde de la ciudad. A discreción hago en la cercanía un boceto de él; busco expresiones en otros rostros, en otros ojos.

La mesa de los políticos comienza a desintegrarse, al poco el anfitrión quedará casi solo en la mesa con el recién aparecido alcalde. La envidia se apropia de mis golosas pasiones al observar sobre su plato un guiso a mí negado. Como queriendo paliar mis sinsabores, y remediar la afrenta que me infligió el mesero, el anfitrión nos invita a pasar a su mesa, al tiempo que nos presenta con el político.

Señor presidente municipalRicardo, dígame así, me ataja de inmediato.

* * * * * *

Son las seductoras relaciones entre políticos y periodistas; tan necesarias las carreras de unos en la profesión de los otros. Por fortuna el ejercicio de columnista protege, limita y aísla de la cercanía con aquellos que pueden verse afectados, agraviados, denunciados, elogiados, engrandecidos y hasta estigmatizados, por las opiniones vertidas a su favor o en su contra.

Si bien, el ejercicio periodístico en teoría debería obligar a guardar la imparcialidad frente al personaje generador de la información, difícil es sin embargo, mantenerse alejado de las simpatías o antipatías que pueden generar los personajes en lo inmediato y dentro de su faceta humana, que aunque indisolublemente ligada al ejercicio de sus encargos, siempre será la que genere opiniones positivas o negativas. No obstante, son los cargos públicos los que siempre demuestran la verdadera capacidad del político para departir con la mayor de las diplomacias con aquellos que le han dedicado detracciones; las alabanzas de imparciales y corifeos, no necesitan mayor capacidad de asimilación.

Vienen de nuevo a la mente las relaciones de grandes del periodismo mexicano con presidentes, políticos, personalidades de primer nivel y magnates. Fue esta comida de 17 años de La Jornada San Luis la que me hace caer en cuenta e incluso comprender un poco la indisoluble relación de políticos y periodistas. Males necesarios ambos; aunque San Luis Potosí no es la ciudad de Dios.