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Inflación: máximo en ocho años

Gasolinazo dice “presente”
EPN y sus “indicaciones”

Carlos Fernández-Vega

Al gobierno federal se le fue de las manos el control de la inflación (uno de los rubros más celosamente vigilados, según su propio discurso), aunque fue éste el que aportó la explosiva herramienta para que ello sucediera y los precios se dispararan: el despiadado mega gasolinazo de enero pasado, cuya onda expansiva alcanzó a todos los sectores económicos y, desde luego, al de por sí agujereado bolsillo de la mayoría.

Ayer el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) informó que en abril del presente año la inflación, medida ésta por el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC), registró una tasa anualizada de 5.82 por ciento, la mayor de los últimos ocho años, y 2.3 veces por arriba de la registrada en igual mes de 2016.

Ese es el aumento oficial promedio que arroja la medición de aproximadamente 117 mil 500 precios (agrupados en 283 conceptos de consumo genéricos de 48 ramas de actividad económica, de acuerdo con la metodología utilizada por el Inegi), pero hay casos específicos –como el de los energéticos– que se llevan la palma.

Anunciado el mega gasolinazo (27 de diciembre de 2016, el encargado de soltar la buena nueva y explicar sus bondades fue el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, quien más fresco que una tarde primaveral pidió a los consumidores no asustarse por tal medida, porque no tendría mayores efectos inflacionarios, y en el peor de los casos, y sólo en él, el efecto sería igual de mínimo que de pasajero.

Obvio es que tal declaración resultaba increíble (más de tres décadas de gasolinazos y sus devastadores efectos han curtido a los mexicanos), pero oficialmente no pasaría nada… hasta que pasó y de qué forma, como era previsible, sin olvidar los tarifazos eléctricos, verdaderos electroshocks para el bolsillo de los consumidores.

Al iniciar el año en este espacio recordamos que el aumento en los precios de las gasolinas acumulaba 92 mil por ciento, y 174 mil por ciento en el caso del diésel, en los seis gobiernos neoliberales, y contando, contra una inflación de 56 mil por ciento en el mismo periodo. Es decir, el incremento de los primeros ha sido holgadamente superior al de la segunda.

De acuerdo con el informe del Inegi, en abril la inflación anualizada en el renglón energético se acercó a 16 por ciento, la más elevada, y por mucho, de todos los renglones y actividades a las que el Inegi da seguimiento en materia de precios.

Con todo, parece que los mexicanos ya olvidaron del mega gasolinazo, porque dejaron atrás las numerosas protestas y las sonoras mentadas a partir de que el gobierno peñanietista aplicó la política de centavitos (uno más, uno menos, todos los días, al precio de los combustibles), y ahora mansamente pagan sin chistar.

Lo anterior sin dejar a un lado que en México los precios promedio de la gasolina resultan 35 por ciento superiores a los imperantes en Estados Unidos (93 y 69 centavos de dólar por litro, respectivamente), de donde nuestro país importa cada día más, porque el sistema nacional de refinación no alcanza a satisfacer ni la mitad de la demanda interna. Pero bueno, los consumidores nacionales deberían estar felices y orgullos, porque por un litro de gasolina pagan lo mismo que, por ejemplo, los habitantes de Sudán o las Islas Fiyi.

Pero bueno, el Inegi también detalló que en abril el índice de precios de la canasta básica (aquella que consume la mayoría de los mexicanos, y algunos ni eso) se incrementó 7.83 por ciento a tasa anualizada, y aquí no hay pretexto que valga para decir, como lo hace el gobierno federal, de que este comportamiento no afecta a los consumidores. Como punto de comparación vale mencionar que en igual mes, pero de 2016, la inflación en la canasta básica fue de 0.73 por ciento, casi 11 veces menor que en el año del mega gasolinazo.

Entonces, súmele alimentos, bebidas y tabaco (6.77 por ciento de aumento); mercancías en general (6.05); tarifas gubernamentales (6.29) y tantos otros. Consulte a su bolsillo, recuerde la declaración de José Antonio Meade (no se asuste con el mega gasolinazo, porque no es inflacionario”) y vaya a terapia.

Pero al año le restan varios meses y el ambiente puede ponerse más alegre, porque de acuerdo con las proyecciones del Banco Mundial los precios internacionales de los energéticos se incrementarían a lo largo del año (tal vez a 55 dólares el barril), con réplicas en 2018 y 2019 (cuando podría llegar a 60 dólares), afectando de forma por demás importante a los precios de los alimentos básicos. Roto con descosido, pues.

Los principales riesgos para la proyección de precios agrícolas, subraya el Banco Mundial, “se da por el lado de la oferta: energía y fertilizantes; estos precios afectan directamente a los de los cultivos agrícolas, y si los primeros suben más de lo esperado, los segundos –especialmente los productos básicos, como granos oleaginosas, que son más sensibles a la fluctuaciones– habrá que estar preparados para un aumento sostenido”, aunque el mayor impacto se registraría en las cosechas del ciclo 2018-2019.

Con todo, los precios de los cereales ya subieron 4 por ciento en el primer trimestre del año, aunque se mantienen por debajo de su máximo de finales de 2012. El incremento de precios en el primer tercio del presente año refleja los déficit de maíz y trigo en Estados Unidos, es decir, de donde México importa el grueso de esos alimentos. De hecho, alrededor de la mitad de los muchos o pocos alimentos que los mexicanos llevan a sus mesas es de importación, especialmente de Estados Unidos.

El más importante de ellos es el maíz, del cual importa 35 por ciento del consumo nacional, lo que convierte a nuestro país en el mayor comprador del grano producido en el vecino del norte. Sólo para dar contexto, de acuerdo con la estadística del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria de la Cámara de Diputados, en 1992-1993, antes de la entrada en vigor del TLCAN, México compró maíz a Estados Unidos por un total de 13 millones de dólares; para 2016 ese monto se había incrementado a 2 mil 400 millones, lo que lo que significa un incremento cercano a 18 mil 400 por ciento en el periodo, y contando.

Las rebanadas del pastel

Hagan sus apuestas: dice el secretario estadunidense de Comercio, Wilbur Ross, que el energúmeno de la Casa Blanca aún no decide la ruta de la negociación del TLCAN. Entonces, si de joder a México se trata, ¿qué será: lo mismo, pero revolcado, o nuevos acuerdos bilaterales? (ambos favorables para el vecino del norte).

Carlos Fernández Vega
Carlos Fernández Vega
Autor de la columna México SA de La Jornada. Presidente del Comité Editorial de filiales y franquicias de La Jornada.