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Mejor una procesión del grito unificado

Ignacio Betancourt

M ientras por todas partes del país se aúlla, se grita y se desgañita contra la cauda de infamias que su gobierno de martiriologio y tortura generalizada le propicia tiro por viaje a la mexicanada con decenas de miles de despariciones forzadas, miles de descuartizados, cientos de miles que debieron cambiar de lugar para salvar su vida; con incrementos diarios de desempleados, con millones de jóvenes sin espectativas ni en educación ni en nada, es decir, puras razones para aullar, gritar y desgañitarse contra tanta infamia. Mientras todo eso bulle sangrientamente, en la capital potosina se quiere volver acto trascendental a una fiesta de disfraces aderezada con imágenes bizarras (no necesariamente barrocas) llamada “procesión del silencio”; mientras por todo el país suena el estruendo de la más justa indignación, aquí se fomenta el silencio masoquista para mejor sufrir.

Obviamente hay de silencios a silencios, existen los silencios donde se incuba la reflexión y se discurre sobre posibilidades diversas, pero también existen los silencios cargados de fatalidad y de cierta nefasta conciencia de que se nace para padecer “cristianamente” los abusos más atroces; no son ni siquiera los manotazos del iracundo dios juedeo-cristiano los que la feligresía soporta, son los manotazos de burócratas mediocres y llenos de frustración los que las católicas masas resisten sobre sus estropeados lomos; son las agresiones de políticos-delincuentes obsesionados en medrar a como dé lugar; son los golpes de aquellos católicos funcionarios que sólo esperan sumisión por parte de los ofendidos (que para eso sirven las religiones de los esclavos lo dice Nietzche).

Pero a propósito de procesiones del más indigno silencio, imaginemos otras con el mismo personaje, el mismo nazareno pero realizando acciones diversas a dejarse crucificar (también vino a traer la espada). Pensemos en una procesión de músicas y fiestas en donde Jesús hijo del hombre arroja a latigazos a los mercaderes del templo, o cuando salva a la mujer indefensa aclarando que aquel que esté libre de culpa arroje la primera piedra; celebremos al Jesús que protege al desvalido, nunca al que pida resignación al desvalijado ¿Por qué sólo la celebración del torturado? ¿Por qué no la santificación de quienes se oponen a los criminales? Mejor una procesión del grito unificado, con capuchas trasparentes para los embozados, para que la población pueda reconocer bajo el cucurucho a algunos de sus agresores cotidianos que muy quitados de la pena se ocultan para exhibirse. Una procesión para los ofendidos no para los ofensores adinerados (el robo y la ignorancia son sus territorios más promisorios), una procesión que dignifique, no que prolongue la humillación entre los gorgoritos insoportables del Chino González disfrazado de criollo colonial canturreando desde algún balcón en ruinas. ¿Será pecado pensar durante la procesión, de manera diferente lo que el poder establecido (no necesariamente la idolatría religiosa) le restriega en la cara sin el menor empacho a miles de agobiados penitentes?

Toda la razon asiste al Sindicato Independiente de Trabajadores y Trabajadoras del Gobierno del Estado (SITTGE) al señalar que no moverán su plantón de la plaza de Armas. Aunque los encapuchados integrantes de la procesión pasen por encima de los trabajadores, hombres y mujeres de diversas edades a quienes el gobierno les adeuda quincenas, se mantendrán. Que los católicos funcionarios reinstalen despedidos injustamente, que paguen los aguinaldos que adeudan por corruptos y desorganizados, se supone que eso también debería ser entendido como parte de las celebraciones por la llamada semana mayor, o ¿qué dirá el señor obispo (Montes de Oca y Obregón)? Por cierto ¿ya vieron que pese a ser un edificio público el ex palacio municipal se he convertido en una capilla no precisamente a la laicidad constitucional?

Y vayamos a la Secretaría de Cultura y las atrocidades de irredentos como Juan Carlos Díaz Medrano buscando con pasión (no precisamente cristiana) su eternización en la burocracia, o Mauricio Gómez obsesionado por acabar con los colectivos del Centro Cultural Mariano Jiménez; o la santísima trinidad de El Colegio de San Luis (Isabel Monroy, Isabel Mora y Humberto Dardón) quienes sin el menor respeto por tan sagrados días no desaprovechan tiempo para trasgredir artículos constitucionales y normatividades éticas y administrativas al abusar (discretamente y con buenos modales) de investigadores y administrativos del Colsan ¿y qué decir de los esbirros doctorales a su servicio haciendo el trabajo rudo? (seguirán las peripecias de esta historieta que no es a color). Por el patrio territorio sonoros golpes de pecho pero nada de virtud moral (pese a templos y meditaciones); para los influyentes funcionarios de la nada mucho más importante es el parecer que el ser ¿Qué irán a sentir cuando concluyan? ¿Qué explicación le podrán dar a sus corazones entumecidos?

Y mientras los fariseos con corbata y los apóstoles del apostolado de sí mismos y los sepulcros blanqueados con títulos académicos siguen destruyendo al país con recortes y recortes al gasto público y el continuo desmoronamiento económico de México se intensifica (dicho por el propio BdeM), y mientras cae casi un quince por ciento la inversión extranjera directa ¿qué pasó con las truculentas reformas estructurales?, y la Patria tricolora ocupa el primer lugar en fraudes en toda Latinoamérica, y mientras la impunidad se regodea en las sonrisas televisadas de los depredadores sólo resta decir: que el Señor los coja confesados.

Por vacaciones, esta columna no aparecerá el próximo viernes 10 de abril y reanudará su presencia hasta el viernes 17 ¡Salud y celebración social! ¡Viva el mole de guajolote! ¡Vivos se los llevaron y vivos los queremos!

Del poeta jaliscience Alfredo R. Placencia (1873-1930) va su poema La fatiga de las puertas: Cuando algún desamparo viene y me grita,/ abriéndole mis puertas, dígole, pasa,/ y le apresto las cosas que necesita/ y ordeno que se alumbre toda la casa/ por calentar al huésped que me visita.// Amo el añoso tronco por carcomido;/ sueño las tempestades por ser oscuras;/ amo por olvidadas, las sepulturas,/ y el ciego, por ser ciego, me fue querido.// (…)¿Quién jamás lo pensara?/ Lava tus pies, le dije, lava tu cara./ Y allí estuve oficioso, como un hermano,/ con el agua a la puerta./ Fue para que en el rostro me lo tirara.// Todo el edén soñado, quedó deshecho./ Lo mismo que aquel otro desparecido,/ tristes vieron mis ojos el nuevo techo/ también caído.// Y se fue. Desde entonces no más ha vuelto./ No sé a dónde haya ido ni lo pregunto./ Epílogo de todo –y este es un punto/ de gravedad ingente que no he resuelto-;/ ¿qué debo hacer ahora con estas puertas?/ ¿debo cerrar acaso? ¿las dejo abiertas?// Gravedad y no poca/ va tomando el enigma. ¿Quién lo resuelve?/ ¿Si me pongo a cerrarlas y el pobre toca?/ ¿Si quedan como antes y el otro vuelve?