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De la Casa de los Derechos de Periodistas
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Mirar sed en tus labios

Luis Ricardo Guerrero Romero

No querrás ni una vez más estar cerca de mí, la insolencia, el vicio y la podredumbre de toda la humanidad se encarnó en el espíritu que habita este cuerpo, soy entonces una trilogía de elementos, una trinidad conjugada de: hombre, vicios y espíritu, soy ciertamente un suspiro extinto que duró mientras acababa, soy la sed de la hormiga, pura apariencia, fingimiento de cualquier acción, nulidad humana. Aun así, miraré la sed de tus labios marcescibles que siempre gritaron oprobios, reflejo ex abundantia cordis que jamás podrás sanar. Otra vez, no querrás estar ni contigo mismo y arrancarás de tu carne cualquier recuerdo de aquello que fuiste sin haber sido, y serás lo que en vida trabajaste, una nada, un sonido callado, un lindo recuerdo execrable del cual ya nadie hará memoria. Mientras, yo continuaré de frente a este trozo de espejo, único acompañante en esta soledad, única cosa que me recuerda qué soy, un trozo de humanidad trinitaria que todavía espera por ser víctima de la salvación, aquí, en este refugio donde albergan los secuestrados por sí mismos, sedientos del agua que sublima la verdad de conocerse. –¡Basta papá!, mejor olvida que debes de leerme un cuento cada noche.

Que un adulto lea para los niños es algo muy enriquecedor, algo que sin duda calma la sed de conocer, e hidrata –en sentido figurado– la sed de ambos: adulto y niño, padre e hijo. No obstante, en el relato anterior, nos parece curioso el caso del padre narrador, quien con ánimo y poca prudencia cuenta a su pequeño tal relato, que suponemos saciará la sed de escuchar un cuento, por parte del niño; y la del padre, al relatar histerias humanas. La sed, por cierto, es básica en todos los seres vivientes, aunque podemos exentar del ejercicio de beber a las hormigas, ya que estas no se hidratan del modo común –abriendo la boca–, como cualquier viviente. Tener sed, es tan normal como tener libertad, tener hambre, tener angustia; beber calma la sed, no importa qué tipo de sed se tenga, si tomamos lo que deseamos, esta será saciada (qué significa saciar, sino hartarse de algo). La palabra sed, de modo figurado es utilizada por la idea de poseer o lograr algo con intenso deseo: sed de tus besos, sed de matar; asimismo, tal sustantivo femenino que remite al deseo –curiosa coincidencia–, es herencia de la lengua latina: sitis, avidez de placer, es decir que, este sustantivo latino (sitis> sit> set> sed) nos da la idea de aspirar por algo con vehemencia, y el ejemplo más claro es cuando tenemos muchas ganas de beber agua o cerveza. Tener sed, es querer algo. Más aún, el sentido de esta palabra se enriquece más en la voz helénica antigua, donde sed (beber), es διψση (dipso), noción común en el español. Pero en el aoristo griego συτο (syto) –de donde proviene el sitis latino–, encontramos el verbo σευω (seyo): perseguir, salir con fuerza por algo, en pocas palabras, aspirar por un deseo. De tal suerte que tanto la idea de sed de abstractos, como por los potables, nos remiten a la sed de la palabra. La sed, es el síntoma de que la humanidad siquiera vive.