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Luis Ricardo Guerrero Romero

Ya es hora, recuéstate, porque me comentaron que nadie te volvió a escuchar y que a veces no podían creer que aún hubieras pasado por aquí, incluso, cerca de la sex shope de la señora Piedad (elegante mujer que ostentaba haber cursado un diplomado en sexología y que luego de eso decidiera abrir el negocio este del que todos conocen pero nadie sabe en dónde es), era extraño no verte, y ni ver a tu sonrisa, ni al coqueteo que hacía el sol con tu sombra que era tan encantadora que aunque fuera de noche, las luces de la tienda de Piedad acudían a tu figura para que tu sombra conjugara el calor humano con la fría luz de un negocio caliente. Creo que finalmente tenías razón al decir: “el sentido de la nostalgia obedece al sometimiento de un cuerpo anti soberano”. Para ser sincero, cada que te escuchaba esa frasecita, lo único que pensaba era en las clases de filosofía con aquella maestra exquisita, la cual efectivamente, le recordaba a mi carne lo poca soberana que era al tener de frente a miss Sofía con los cuatro botones superiores desabrochados de la blusa; todos incluso tú, apostábamos a que ella era una clienta infalible de Piedad. Sin embargo, también ahora me doy cuenta a qué te referías con eso del sentido de la nostalgia y el cuerpo anti soberano, seguro hablabas de esto, tenías tanta tristeza por volver a casa que elegiste el suicidio como camino inmediato. Descuida, ya te esperaba, y bienvenida, me alegra tenerte aquí en el espacio donde no hay espacio, en el silencio donde todo se oye, en la nostálgica lúgubre mañana, donde sí eres soberana al fin. Ahora sigue recostada, las pastillas no son de efecto inmediato, será mejor el revólver del cual jalaré el detonador para diezmar la nostalgia.

Si deseamos destruir el relato anterior bastaría preguntarnos: ¿a quién le importa la nostalgia?, sentimiento que, en sincronía con el todo, crece con el tiempo en el espacio más sigiloso del hombre. Ponerse nostálgico es tan común como: beber cualquier whisky, gritar en la almohada, comer chocolates, pensar en pasado viviendo el futuro, ponerse nostálgico es como dice la ignoto: “sometimiento del cuerpo anti soberano”, ya que sin duda el hombre entra a este estado a partir de la reacción natural de vivir y aún no morir, de vivir en el tiempo cauterizado por superación nostálgica. La nostalgia duele en los labios y duele en el pasado que nunca deja de conformarnos, los antiguos helénicos, atendían a esta idea en orden al ostracismo, a veces colectivo, o a veces punitivo, y fue la voz helénica antigua: νοστος (nostos): regreso a la patria, probabilidad de regreso; la palabra que ayudó generar el sustantivo nostalgia, y como se obvia se unió con la pseudodesinencia αλγια (algia): dolor, sufrimiento; o sea, ambas ideas integraron la idea de regreso a la patria, dando como resultado la nostalgia, el dolor, la pena por el recuerdo o probabilidad de regresar a algún sitio en el cual se vivió, o bien, el recuerdo por aquella persona a quien se amó. Si nos apoyamos en los apuntes de Octavio Paz, en su poema Vuelta (regreso), podemos hacer coro con los versos: Estamos rodeados. He vuelto adonde empecé. Porque quizá el hombre es un manojo de nostalgias ya que, en la redondez de un puño apretamos la vida, y en la extensión de las manos acariciamos la muerte, estamos efectivamente rodeados, de inicios y de finales, de puntos y apartes, y letras capitales, somos incluso en nuestro respirar, la nostalgia más recurrente del ir y venir de adentro hacia fuera para poder existir. Somos nostalgia, garantía de la anti soberana voluntad humana.