Trump vs la democracia

Renata Terrazas*

El día en que esta opinión se publique será el día en el que uno de los personajes más extraños llegue al poder del país más poderoso del mundo. El 20 de enero de 2017 quedará marcado en la historia moderna como el momento donde un ser con un discurso contradictorio, valores retrógrados y perspectiva limitada de lo que es la política y lo público, tome protesta y se ponga al frente de nuestro vecino país del norte.

Vienen tiempos complicados; para la sociedad estadunidense y la mexicana, para mucha gente alrededor del mundo. Llegará al poder un hombre sin experiencia gobernando, con dificultad para unir y una gran facilidad para dividir. Llega en un momento donde las democracias se tambalean, las economías no prosperan y crece un sentimiento de desasosiego entre las poblaciones.

Mucha gente ha querido encontrar paralelismos entre el momento actual y la emergencia al poder del nazismo alemán. La comparación me parece peligrosa por el simplismo que conlleva y sobre todo porque las sociedades ocasionalmente corren hacia destinos pronosticados, sin reconocer en el poder que tienen de modificarlos. Es importante aprender del pasado para no repetirlo, mas no para verlo como escenario inevitable.

Con todas las críticas que puedan realizarse a un país-potencia como lo es Estados Unidos de América, es importante reconocer su tradición democrática; aquella que nació de las costumbres de la gente antes de que fuera escrita en ley. Ya en el siglo XIX el gran pensador francés, Alexis de Tocqueville, describió la grandeza del entonces naciente Estados Unidos y su pujante y participativa sociedad.

Los tiempos han cambiado pero muchas estructuras sociales en nuestro vecino país del norte permanecen y constituyen la base de la fuerza social y organizativa de una población que se asume como sujetos de derechos y los ejerce.

La democracia será puesta a prueba en Estados Unidos y su permanencia dependerá de la fortaleza de sus instituciones, pero sobre todo, de la propia sociedad, la cual, cabe reconocer, se ha visto adormecida en los últimos años, asimilando de manera pasiva la violencia de un sistema que recrudece la pobreza y limita los derechos humanos.

Vienen tiempos de crisis, pero pensemos que sea de aquella que retoma su origen griego krisis y que implica la toma de una decisión ante un momento de cambio. Que sea una krisis donde sectores ausentes de las discusiones públicas se involucran en la toma de decisiones y deciden ocupar los espacios que les pertenecen.

La fortaleza de los estados no está en su milicia ni en su poder económico, está en la solidez que le da una sociedad fuerte, pendiente de las decisiones y acciones de sus gobiernos para evitar actos de corrupción y negligencias. Está en una sociedad participativa que permite la renovación de los actores públicos y establece su actuar en el intercambio de ideas.

Toda esa fortaleza ha faltado en las democracias modernas. Los espacios públicos son cada vez menos públicos y el diálogo ha sido sustituido por una política de la corrección política; así, como si ponerlo en un manual fuera a garantizar la sana convivencia entre la diversidad de actores.

Quiero pensar que ante el capricho de un presidente se interpondrán instituciones democráticas sólidas, un sistema de justicia garante de los derechos humanos y una sociedad participativa, que abrace la diversidad. Quiero pensar que una parte de nosotras y nosotros entenderá la fragilidad de los sistemas políticos actuales donde las decisiones colectivas cada vez van perdiendo lugar frente a intereses privados de los más poderosos.

Y para el caso mexicano, una lástima enfrentar nuestro momento más crucial en política exterior de los últimos años con un aprendiz de canciller, con un aprendiz de político. Toda la firmeza y estrategia que se requiere para relacionarse con un presidente berrinchudo y demagogo se ve disminuida con políticos mexicanos de medio pelo.

* Investigadora de Fundar, Centro de Análisis e Investigación