síndico
Rebajan adeudo con proveedor municipal sin que haya pagos
22 agosto, 2016
Huele a represión otra vez, calculan fogueados de izquierda
22 agosto, 2016

Tu aliento de ira

Luis Ricardo Guerrero Romero

Ya todos sabíamos que sucedería aquel episodio de ira indómita de Aadelein Latar (aquella chef belga que nos hizo el favor de revelar algunos ingredientes cerveceros), debido a que cada vez que el alcohol la poseía su carácter entre gritos y reclamos era casi predecible, recuerdo que éramos un grupo de seis, tres mujeres y tres varones que compartíamos la misma idiosincrasia pero no el mismo credo. Por ejemplo, la hermosa Latar, al haber viajado a Venezuela quedó enamorada de la milagrosa vida del chamán José Nicanor de las Mercedes Ochoa, de quien diariamente hablaba intentando convencernos, pero en aquellas tertulias bacanales sus santos y sus dioses no tenían cabida tanto para ella como para el resto de nosotros que de igual modo dejábamos en otro plano los asuntos sobrenaturales. Por eso creo que finalmente se cumplió aquel presagio del que mucho mencionaba. Aadelein me sujetó de la mano mientras hablaba del chamanismo y bebía del mismo tarro que yo, fue el último trago a su lado que definió su suerte o la mía, luego de eso acabamos sentados en la orilla de la terraza entregándonos sonrisas inquietas, pero también sin darme cuenta me decía con su mirada toda la ira del mundo. Eso de la ira lo supe después, cuando mi cadáver ya estaba en la fría sala de autopsia logrando entender desde otro plano lo que los peritos y médicos deducían –sin duda mentían–, aunque nadie de ellos acertaría sobre la verdadera causa de mi muerte, inculpaban arbitrarios a Latar, por estar junto a lo que yo era minutos antes de mi muerte, pero no, ella sólo estaba segundos antes cerca de mí para darme salida de este mundo pletórico de la ira de Dios. Creo que finalmente, la neófita amiga chamán no estaba tan equivocada, puesto que desde aquí he entendido las fuerzas extrañas a las que siempre estuve renuente como muchos de ustedes que no ven la ira divina susurrando en forma de aire caliente, eco del inframundo que nos aguarda.

Tiene un papel importante en las relaciones sociales el manejo de las emociones, claro está que sentir ira nos envuelve de adentro hacia afuera, y es que eso de la ira es como una caldera interior que de pronto nos hierve a mortales e inmortales, por ejemplo distinguimos en las mitologías y en los relatos bíblicos que el mismo Dios se iracunda y aniquila con sólo una palabra a quien lo provoca. La ira, este sustantivo enojón tiene desde el griego antiguo un par de formas al ser enunciado: θυμος y οργη, tales conceptos generaron el sentido del término latino que hasta el día de hoy usamos, el primero de ellos (thymos), es aliento y ánimo interior que incita al actuar de modo enérgico; el segundo (orgé), indica agitación y celo desde el alma, en pocas palabras sentir calor interior. Ambas palabras griegas no comparten grafías con ira, pero sí sentido, puesto que en la lengua latina se enuncia: ira (grafía y fonética idéntica a la actual), para señalar indignación, irritación interna (recordemos la idea incluso clínica que adopta el estar irritado) o bien excitación. Sin embargo, habremos de enfatizar que todo lo mencionado tiene un origen más naturalista, puesto que como se ha revisado ese calor interior, aquel ánimo enérgico y ardor corporal al estar más que molesto es una analogía del airarse, del latín iratus, la palabra airarse tiene la respuesta del sentir calor interno, pues es el aliento caliente el que nos recorre al estar sumamente molestos, sentir calor interno en nuestro cuerpo, como si un espíritu de aire vehemente nos poseyera provocando gritar, lanzar el rencor a palabras, para sacarlo enérgicamente de nosotros. A la palabra airarse –ser aire, aliento caliente– se le han suprimido grafías que sin duda nos responden como soplo. En sentido positivo encontramos airoso, salir con ánimo interior. Por eso en sentido alegórico la ira de Dios es dada en una palabra, en un aliento violento irónicamente santo.