Ignacio Betancourt

La estrategia justificadora de quienes gobiernan (se supone) al país, ha perdido vigencia. Es tan terrible lo que una inmensa muchedumbre debe soportar, que las antiguas maneras de justificarse (las tradicionales maneras de los implacables torturadores institucionalizados) ya resultan disfuncionales. Cualquier funcionario que tira su rollo sobre castigar a los delincuentes (ellos mismos), o que el país está progresando aceleradamente (según ellos) es tiempo muerto. Sólo se han quedado creyendo en sus “poderes”, eternos y siempre eficaces (piensan), priístas y panistas que con una policía desvalijada y soldados indignados por el uso personal que hacen de sus vidas, esperan resolver los problemas del país, los carencias que los propios funcionarios han propiciado. Ya nadie presta atención a las ancestrales mitomanías de los llamados gobernantes ¿Cómo van a lidiar los malhechores gubernamentales con el incontenible descontento ciudadano si sólo saben mentir? Se agotó el tiempo de la credibilidad estúpida de las mayorías. Hoy, como escribía el poeta salvadoreño Roque Dalton (1935-1975): “Los muertos están cada día más indóciles. Me parece que caen en la cuenta de ser cada vez más la mayoría.”

De maneras sumamente diversas, lo espeluznante de la cotidiana realidad mexicana muestra a la ciudadanía, con inauditas formas, su tremebunda vulnerabilidad y la inaplazable urgencia de ser más fuertes a partir de descubrir a los otros, tan jodidos como todos. En este México aterrador: tejones porque no hay ardillas: Existe un pequeño grupo de criminales y una inmensa mayoría de tolerantes víctimas (es terrible escribirlo) ¿cómo cambiar tal panorama?

Para conservar los propios privilegios (y los de sus cómplices), multitud de funcionarios sacrifican a la población con todo cinismo, y en una inercia demencial se siguen comportando tan vilmente como siempre. Pareciera que no se han dado cuenta del fracaso de su gestión y de sus estrategias mediáticas, ni tampoco de su vulnerabilidad frente a la indignación ciudadana, heterogénea e impredecible. La cotidianeidad en las atrocidades ya resulta insoportable a millones de hombres y mujeres de todas las edades golpeados por todos lados, la horripilante costumbre institucional de someter con leyes a favor del criminal y la generalizada y nefasta cultura del sometimiento, funcional hace medio siglo no ahora, ha perdido eficacia. Cada vez más los delincuentes de siempre se ven expuestos a los más inusitados reclamos populares. Algo está cambiando: se trata de sobrevivir organizadamente.

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