Luis Ricardo Guerrero Romero
Ya le habíamos dicho a Emilio Quiroz, viudo de Francisca; lo difícil que le iba ser la vida luego de la decisión que tomó, eso de acabar con vida de ella… es que, inevitablemente, no es fácil vivir con una pena de tal envergadura, aunque Francisca se lo solicitó e incluso le dio el dinero para sobornar a ese médico católico que por su fe no iba ceder a concluir la agonía de ambos. Obviamente, la enfermedad de Crohn acompañada por la afectación inflamatoria crónica en el tubo digestivo de una mujer de 73 años no es sencilla de llevar.
Desde luego, el médico tuvo sus precauciones, buscó los remedios que la religión del genovés trajo en el año mil cuatrocientos noventa y dos. De tal modo que, luego de hacer sus abluciones mentales se dispuso a matar a la mujer de Emilio Quiroz, antes se santiguó en nombre de todos sus dioses que en sí es uno pero que son tres contra un demonio que le llaman Satán. Al cual el ejecutor de la eutanasia temía tanto desde su infancia. (De hecho, también Quiroz siente ese miedo, y por eso cree, como muchos que sólo por miedo ocupan creer).
Total, que Emilio Quiroz lo hizo por amor, lo mismo que cuando procreó a su primer hijo nonato. Hasta hoy, tanto el geriatra como el viudo han intentado por medio de las palabras de sus respectivos tanatólogos zarandear sus mentalidades y sentirse bien, aunque sea un domingo más. De allí que cada noche, antes de pernoctar el eco pringoso del alma de ambos cómplices se conjuga en el ruego vacío de una tradición zarandeada por el escarnio de la fe.
Existen muchas maneras de usar tal verbo que intitula el anterior relato, hasta el típico pescado zarandeado, zarandea la cadera, dar o que te den una zarandeada, y un sinfín de zarandeadas palabras. Pues incluso podemos decir, con el arte de la imaginación, que cada segundo está la sístole y la diástole zarandeando la sangre para así poder seguir vivos.
Aunque el punto ahora no es discutir cosas de fe, el relato anterior postula intrincado ejercicio del creer y actuar de otro modo. Cosa que tal vez, desde nuestra humidad lo realizamos. En lo personal, he entendido que todo ser vivo es zarandeado para ser mejor.
La voz zarandear es de las palabras que sacuden nuestras ideas, y, aunque su registro primario es a partir de la lengua árabe, hay estudios que la figuran semánticamente con la voz helénica: σινιαξω (siniazo), es decir, cribar, colar o tamizar; lo que se conoce cernir. Tal acción era ejecutada por una herramienta circular cubierta por una malla, por la cual pasaba el trigo, o la uva para ser limpiada; a esa herramienta se le denomina: zaranda, y es de allí que surge la zarandeada, un sustantivo dio origen al verbo.
Todos hemos tenido momentos, tiempos de zarandeo, y nos paree un movimiento necesario.




