Pilar Torres Anguiano
«Las cosas tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-,
todo es cuestión de despertarles el ánima».
Cien años de soledad
Es diciembre, y como cada año, los usuarios de Spotify (rucos, chavorrucos, adultos jóvenes y escuincles) esperamos una notificación peculiar: el Wrapped. Para quienes no sepan de qué hablo, es una experiencia interactiva personalizada y una estrategia publicitaria que muestra un resumen de la música y podcasts que consumiste durante el año. La canción más escuchada y cuántas veces se repitió, los artistas más reproducidos y la posición del usuario en comparación con otros oyentes, los géneros más escuchados, los podcasts favoritos y el tiempo dedicado a ellos. Con los datos que recopila, el famoso algoritmo analiza nuestros hábitos de escucha, utilizando su base de datos interna para obtener “la banda sonora de nuestro año”, como si tuviera vida propia.
La Real Academia de la Lengua Española (RAE) define algoritmo como “conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema.” Otras fuentes dicen que el término es una latinización del nombre de Al-Juarismi, uno de los grandes matemáticos de la historia.
Esa pequeña cápsula de datos que resume lo que hemos escuchado a lo largo del año se ha convertido en algo más que un simple listado; es una especie de informe psicológico anual, un espejo que refleja cómo hemos transitado por los días y las emociones de los últimos doce meses. Sobra decir que, para la mayoría de nosotros, no se trata solo de datos, sino de la narrativa que construimos con ellos. La música que elegimos dice algo sobre nosotros: los momentos de alegría que se acompañaron con ritmos animados, los días grises que reclamaron tonos melancólicos, o las etapas obsesivas donde una sola canción se repitió ad náuseam. Al final, esa cosa nos cuenta una historia que tal vez no fuimos conscientes de estar escribiendo. Y es que construimos nuestra identidad a partir de narrativas, somos las historias que nos contamos y las historias que nos cuentan de nosotros: reflexiones sobre el tiempo, la música y la identidad. A priori estético, le llamaba José Vasconcelos.
Sin embargo, no escribimos esta narrativa en solitario. Así como Spotify nos dice qué escuchamos más, los demás nos cuentan quiénes somos según su perspectiva. La familia, los amigos, las redes sociales nos ofrecen versiones de nuestra historia que a veces contrastan con la que llevamos dentro: puntos de convergencia y disonancia. Hay historias que abrazamos porque nos hacen sentido y otras que rechazamos porque sentimos que no nos representan. Pero, al final, todas contribuyen a esa construcción colectiva que llamamos identidad.
Quizá por eso el Wrapped resuena tanto. Nos da una versión ordenada de algo que, en realidad, vivimos de manera caótica. Nouménica pseudokantiana, que espaciotemporalizada, nos muestra patrones que no habíamos notado y nos invita a reinterpretar el año desde una perspectiva distinta. Aun así, somos nosotros quienes decidimos qué historias contar y cómo contarlas. Y eso es un regalo único del tiempo: la capacidad de reinterpretar nuestra narrativa, de encontrar sentido incluso en los días más difíciles. El paso del tiempo tiene esta capacidad única de reescribir nuestras memorias. Lo que en su momento fue una crisis puede convertirse, años después, en una anécdota cómica. Un fracaso puede mutar en una lección. En este sentido, construimos nuestra identidad como una novela inacabada, donde constantemente revisamos capítulos antiguos y añadimos nuevos.
El algoritmo de Wrapped es un ejemplo fascinante de cómo la tecnología moderna refleja y refuerza la construcción narrativa de nuestra identidad, una idea ampliamente explorada en la filosofía. Aquí un par de ejemplos que no tienen que ver con algoritmo alguno.
El filósofo Paul Ricoeur argumenta que nos entendemos a nosotros mismos a través de historias, pues el tiempo vivido solo adquiere sentido cuando lo transformamos en narrativa. En este contexto, Spotify Wrapped actúa como un espejo que convierte nuestras elecciones musicales en narrativas. Cada historia refuerza nuestra identidad, al ofrecernos una versión estructurada y visualmente atractiva de nuestros hábitos musicales. Sin embargo, esta narrativa es seleccionada y limitada por un algoritmo, lo que plantea la pregunta: ¿hasta qué punto este relato refleja quiénes somos realmente y hasta qué punto es una construcción externa que aceptamos como propia?
Siguiendo con este ejercicio, supongo que, para Heidegger, el Wrapped podría ser visto como una forma de objetivar el tiempo vivido. Al cuantificar nuestro año en minutos y canciones más escuchadas, el algoritmo intenta transformar un flujo continuo de experiencias en un conjunto finito de datos. Así, en este proceso de hacer consciente nuestro “estar-en-el-mundo” musical, la música no es solo algo que consumimos, sino que configura nuestras emociones y relaciones. Por su carácter ficticio, habría que preguntarnos si nos aleja del “ser auténtico” al enfocar nuestra atención en métricas, en lugar de permitirnos reflexionar sobre lo que estas canciones significaron para nosotros a lo largo del tiempo.
Sea como sea, el algoritmo encapsula debates filosóficos sobre quiénes somos y cómo nos comprendemos en un mundo mediado por datos. Nos invita, quizás, a preguntarnos si estamos realmente viviendo nuestra música o dejando que los algoritmos nos cuenten quiénes somos.
Pollock escuchaba jazz mientras trabajaba en sus obras. Algunos concordarán en que estas reflejan el caos, la energía y el ritmo que asociaba con este género musical.
Me disculpo si a Ricoeur, Heidegger o Pollock les estoy haciendo decir cosas que nunca dijeron, pero, después de todo, todas las cosas que acontecen también se cuentan y nos cuentan historias que, al escucharlas, cobran vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima. Melquíades el gitano tiene razón.
X: @vasconceliana





