
Federico Anaya Gallardo
Cuando —entre 1929 y 1935— Antonio Gramsci describió en sus Cuadernos de la Cárcel lo que un marxista-leninista serio entendía por hegemonía, el debate político y social de la vieja y pequeña Europa se había complejizado de modo impresionante. Ya no se repetía mecánicamente la clasificación aristotélica de regímenes; aunque la vieja doble triada de monarquía-aristocracia-democracia enfrentadas a tiranía-oligarquía-demagogia se seguía enseñando en las universidades. Todavía se enseña… y la idea del justo medio aristotélico sigue siendo común tanto en los claustros de la Academia como en la plaza y los debates de café de nuestro México.
En el primer tercio del siglo XX la idea medieval de una sociedad “natural” organizada en “órdenes” había caído en el desprestigio general ante la generalización de esa nueva —y muy atractiva— idea de que todos los humanos nacemos iguales. Pero la cultura popular seguía sacralizando la supuesta superioridad de las élites tradicionales. Del siglo anterior, el XIX, se heredó la noción de que el plebeyo Edmundo Dantés sólo podía lograr su venganza convirtiéndose en Conde de Montecristo. Igual, la complejidad de la revolución calvinista en Francia se resumía en el folletín de La Reina Margot. El individualismo y el romanticismo de los liberales europeos extrañamente reivindicaban los íconos monárquicos del Viejo Régimen: María Estuardo (trágica Reina de los Escoceses); Carlos I Estuardo (arteramente asesinado por los fanáticos de Cromwell); María Antonieta de Francia (víctima de los fanáticos jacobinos). A esta lista de mártires monárquicos se agregó automáticamente al “buen zar” Nicolás II Romanov en 1918. Y —si revisamos atentamente las redes sociales de hoy— nuestros medios de comunicación masiva siguen reproduciendo esos discursos y esas imaginerías monárquicas.
En los 1920 y los 1930 europeos la nueva cultura popular cultivada por la prensa moderna subrayaba la agencia del individuo sobresaliente. Aún hoy —un siglo más tarde— es vigente la fama mediática del increíble reportero adolescente de la Bélgica católica: Tintín. Pero este carácter mitológico pertenecía (sigue perteneciendo) a un universo más grande. La prensa católica en Francia y Bélgica estaba llena de clérigos y laicos que llamaban a organizar a las juventudes. Utilizaban personajes infantiles y adolescentes para vehicular sus proposiciones ideológicas. Las burguesías católicas latinoamericanas y estadunidenses eran asiduas lectoras de esos textos.
Uno de esos autores era el jesuita Albert Hublet (1896-1973). Hublet escribía para fomentar vocaciones sacerdotales como en La Banda de los Cuatro (1925); pero también para convencer a sus lectores de participar en la restauración de una sociedad ordenada al modo tradicional, como en Parole Scout (1933) —reeditado en 2012 por la editorial católica Saint Rombaut de Malinas, Bélgica ¡y aún disponible para su compra electrónica en este 2025! (Liga 1.) De esa última novelita saco un parrafillo que les mostrará, queridas lectoras y lectores, la simple elegancia de un acto de construcción de hegemonía. Recuerden ustedes a quiénes se dirigía (y se sigue dirigiendo) ese texto: niños y adolescentes de la entre-guerra europea, cuyos padres estaban preocupados por la amenaza bolchevique. (Si le creemos a Salinas Pliego y a Verástegui esa preocupación sigue entre nosotros.)
El escritor jesuita nos dice que: “El señor Menoir ha luchado mucho para hacer prosperar su fábrica. Un día, se desató un incendio en uno de sus talleres. Fredy, su hijo, fue salvado ese día por el pequeño Juan, quien es hijo de un obrero sindicalizado en la empresa. Nació una amistad real entrambos. Juan realizó su sueño de entrar a la tropa de scouts gracias a la benevolencia del señor Menoir. … ¿Conseguirá Juan permanecer leal cuando graves peligros se ciernan sobre su padre y sobre el señor Menoir?”.
Ambos muchachos se igualan en un ambiente común, la tropa de scouts —que está bajo la tutela del patrón. Ese ambiente está lleno de aspiraciones (renuncia) y símbolos (honor) que aparentan borrar las diferencias de clase que imperan en la realidad social y material. Juan y Fredy, convertidos en camaradas por el movimiento scout, enfrentarán juntos las subsiguientes aventuras. Pero la historia más importante es la de Juan: ¿podrá él, el hijo del obrero, permanecer leal…? ¿Leal a qué?
La narrativa de Hublet —y sus cofrades de derechas— buscaba reclutar al hijo del obrero como parte de una coalición multiclasista pero que sostiene y defiende la fábrica como hoy existe —es decir, adonde la propiedad de los medios de producción sigue en manos de quienes siempre han sido los dueños y los amos. Querida lectora: confronta esta aspiración del jesuita Hublet con la escena de Novecento (1976) de Bernardo Bertolucci (1941-2018) adonde el niño Dalco Olmo es llamado por su abuelo a la mesa de los campesinos y el anciano hace jurar al nieto que siempre permanecerá fiel a su clase, que nunca olvidará que es un campesino hijo de campesinos, nieto de campesinos. El guion de esa película retrata la larga formación de Olmo-niño como parte del movimiento socialista-comunista. La cruzada organizativa de sacerdotes como Hublet tenía una causa práctica: contrarrestar ese tipo de la movilización-conscientización de la juventud por parte de la izquierda europea.
Ambas polaridades ideológicas buscaban construir una hegemonía, una asabiya que inspirase a la mayor parte de la población.
El problema de las derechas europeas de las que te cuento, querido lector, es que los contenidos materiales y culturales de su propuesta eran terriblemente anacrónicos. Otro de los autores del movimiento católico que aquí rememoro fue Serge Dalens (nacido Yves de Verdilhac, 1910-1998). Dalens es el autor central de la colección francesa Signe de Piste, cuyos editores (tres sacerdotes católicos) y escritores (varios scouts) empezaron a trabajar juntos como parte del movimiento scout católico en los 1930. ¡Atención! Las obras de Dalens se siguen editando hasta nuestros días. Puedes revisar tres versiones en formato de cómic, de 1966-1967, en Internet Archive, en la Liga 2.
En su narración más conocida, Dalens cuenta las aventuras de una patrulla de scouts franceses que hace amistad con un príncipe escandinavo llamado Eric. Alrededor de este personaje surgió una serie que inició en 1936 con la novela Le Bracelet de Vermeil. (Agrego la ilustración que Dalens incluyó para otra de esas novelas, Le Prince Eric, de 1940.) Las conspiraciones que enfrentan los héroes adolescentes de Dalens y el arrojo con que las combaten entretienen a su audiencia. También muestran una galantería heroica inspirada en la caballería medieval. Idealizan la monarquía tradicional como mejor modo de gobierno —aunque nunca explican lo imposible que es encontrar un buen príncipe como Eric.
En la Europa que te cuento, querida lectora, no existían buenos príncipes. (Y no, en el México moderno, “El Tío Richi” no es un buen príncipe tampoco.) Las novelas más famosas de Dalens se escribieron, editaron o circularon bajo la Ocupación nazi de Francia. Dalens trabajó en el ministerio de juventud de Vichy y su trabajo principal fue como magistrado en la judicatura especializado en lo que ahora llamamos “menores en conflicto con la ley”. En algún momento, escribió un ensayo defendiendo al mariscal Pétain. Los regímenes fascistas del siglo XX parecían ser —y fueron— la única culminación posible de los ideales del movimiento católico de derechas del que estoy hablando. Ominoso para nuestros reaccionarios modernos.
De monstruos como Dalens hablaba Gramsci cuando dijo que “…lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados” (Cuaderno de la Cárcel 3 [XX] §<34>, edición de Gerratana, p. 2:37 de la edición ERA de 1999 y p.286 del PDF que puedes consultar en la Liga 3).
En el tema que nos interesa, queridas lectoras y lectores, que es la construcción de una hegemonía, el ejemplo de la ideología católica europea de la entre-guerra mundial es relevante por varias razones.
Primera, porque muestra la potencia de la tradición: los códigos éticos de la caballería medieval europea, renovados por la fe en el poder del individuo y su voluntad heroica, parecían ser suficientes para renovar la monarquía —que la derecha católica consideraba la institución central del sistema político del Ancien Régime. Un héroe como el Tintín de Hergé puede salvar la situación de crisis. Luego, la sociedad puede ser estabilizada por un buen príncipe como el Eric de Dalens —acompañado de una patrulla scout en funciones de caballeros en una tabla redonda. El discurso del que hablo reconstituye el orden tradicional. Un monarca benevolente reina acompañado por el sabio consejo nacido de una aristocracia de mérito. Mientras, millones de proletarios han sido re-socializados en la obediencia voluntaria dentro de las fábricas, como el Juan de la novela del padre Hublet.
Segunda razón para traer a cuento este ejemplo: su fracaso nos muestra los límites de esa ideología reaccionaria. Un límite es que la incidencia de los individuos heroicos es siempre menor que la deriva e inercia de las estructuras sociales heredadas. ¿Qué ocurrió con los héroes fascistas que Dalens admiraba? Fascinaron al principio, pero luego fueron incapaces de procurar a sus sociedades una prosperidad duradera. Los caballeros de la tabla redonda se volvieron guerreros-ladrones que hundieron a Europa en la guerra más brutal de la Historia. La derrota los encontró estancados en el fango de su egoísmo. Un segundo límite —evidente— es que no hay príncipes buenos. Recordemos a Churchill, heredero del gran duque de Marlborough, condenando a los bengalíes a la hambruna en 1943. Un tercer límite —menos claro, pero más insidioso— es que toda aristocracia se pervierte en oligarquía. Y la derecha católica europea no se alió con una aristocracia de mérito, sino con una combinación tóxica de élites que ya eran oligárquicas. Ahora, imaginemos cómo le iría a este tipo de discurso fascista hoy en día y en nuestro hemisferio. ¡Ya vemos los desastres monárquicos de Trump en el norte angloamericano y el anticomunismo de Milei o Bolsonaro en el sur latinoamericano! Por cierto, una de las editoriales católicas que sigue editando textos como los que recuento aquí ha preparado, para 2026 un “calendario” ilustrado para conmemorar los 100 años de los cristeros mexicanos. ¡Seguro Verástegui ya encargó el suyo! (Liga 4.)
Gramsci —siguiendo a Lenin— trabajó por una alternativa progresista radical en los mismos años en que esos católicos reaccionarios trabajaban en su proyecto de hegemonía. Los marxistas-leninistas afirmaban que la transformación social no la logran héroes individuales. Sólo puede lograrla la organización popular de masas bien articulada con un partido de vanguardia. Es decir, un colectivo mayor y un colectivo menor. Es en este sentido que Gramsci afirmaba —al releer El Príncipe de Maquiavelo— que el Nuevo Príncipe debía ser el Partido Comunista. Nosotros, en el siglo XXI mexicano, decimos que El-Pueblo-Todo es el Nuevo Príncipe.
Gramsci nos enseñó otra cosa. Una nueva hegemonía es un Ordine Nuovo para toda la sociedad. Así llamó al periódico del nuevo Partido Comunista Italiano. (Agrego como ilustración las ocho columnas de su primer número, del 1 de mayo de 1919.) ¿En qué consiste “lo nuevo”? Una hegemonía debe ser integral, hacerse cargo de todo, debe llegar a ser una visión del mundo. Los alemanes le llaman a eso Weltanschauung. ¿Cómo se construye eso?
Gramsci sugiere un trabajo permanente de análisis, discusión y acción que empieza abajo —pero que debe lograr la “unidad entre lo bajo y lo alto”. Todos y todas somos de modo inconsciente filósofos con sentido común. El debate abierto nos permite construir un buen sentido y, a partir de esto, algunas mujeres y hombres que aportan su trabajo como intelectuales orgánicos del movimiento desarrollarán ciencia social y filosofía —en lo alto— que luego debemos llevar a lo bajo mediante praxis popular. Y desde lo bajo, empezar el ciclo de nueva cuenta.
Lo interesante de esto, queridos lectores y lectoras, es que es un método y que no está casado necesariamente con ideas previas. No dependemos de un modelo predeterminado de liderazgo, ni de una tradición de élite, sino que —desde la praxis popular— podemos sacar provecho a todas las experiencias de los pueblos oprimidos. Pero para eso, deberíamos estudiar a Mao y a Dussel —y esa es otra historia que deberemos contar en otra ocasión.
¡Salud y República!
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
https://editionssaintrombaut.com/accueil/9-parole-de-scout-9782930643045.html
Liga 2:
https://archive.org/details/le-prince-eric-01-le-bracelet-de-vermeil-dalens-d-orange/
Liga 4:
https://clovis-diffusion.com/products/calendrier-liturgique-2026





