Luis Linares Zapata
El continuo golpeteo que, cotidianamente, aplica el presidente Donald Trump sobre México exige varias y variadas alertas y respuestas. En su segundo periodo al frente del Ejecutivo, Trump ha encontrado en los aranceles el arma adecuada para ejercer una presión continua sobre el gobierno mexicano. Y, en concreto, logra lo que se propone o algo cercano a ello. Ello obliga a repensar, de manera continua, las acciones que México debe plantear frente al que es su principal referente de relaciones externas. Esto es así porque valores y principios tan apreciados como la libertad, independencia, desarrollo o soberanía entran en una estira y afloja continuos. Todos entonan una disonancia estratégica en el trajín cotidiano.
Tres notables hechos se suman para acentuar el panorama vigente. Primero, la concentración militar en el Caribe. Derivado de ella, los ataques a lanchas y la incautación de buques petroleros. Se intenta forzar la caída de Nicolás Maduro y la promoción de gobiernos títeres sustitutos que cedan lo solicitado. Acompasando todo ello con el patrocinado giro sureño hacia la derecha. Segundo, la publicación de la política de seguridad estadunidense y el ya famoso Corolario Trump. Ahí se trasmite la cruda visión imperial que regirá las relaciones de Estados Unidos con el subcontinente. Por último, la política exterior mexicana y las sólidas posiciones de México frente a las pretensiones del vecino.
Para un mejor análisis de las consecuencias de esto que es, en verdad, la mayor de las preocupaciones de gobierno, es necesario partir de lo que piensa y hace la élite decisoria estadunidense. Hay la presunción de que lo que emana de ello no describe un panorama halagador o simplista. Por el contrario, se ve y se actúa desde la compleja perspectiva de los intereses que mueven al siempre insatisfecho vecino. Y este accionar poco tiene que ver con las aspiraciones nacionales nuestras. Por lo regular, las consecuencias hablan de posturas cargadas hacia acentuar la hegemonía de potencia mundial.
En sucesivas ocasiones, las decisiones trabajan en función de los negocios y la conveniencia para agrandar el mando y control sobre el vecino. Catalogar a México de principal cliente poco garantiza su uso como palanca de negociación. Las armas que posee este país son relativamente menores y cortas para influir, con amplitud, en pos del beneficio propio. Lo cierto es que las visiones concretas de los estadunidenses apuntan a limitar el desenvolvimiento de las capacidades mexicanas.
Llegan hasta verse como avarientos desplantes tratando de sacar provecho de cualquier trato. La generosidad, por regla general, queda excluida de los procesos de la interrelación. No se desea que México acceda a etapas superiores del desarrollo industrial o tecnológico. La modernidad no entra dentro de la interesada mirada del vecino. Y en esa dirección se pondrán las indispensables condicionantes en aras de someter y subordinar, nunca para liberar y prosperar. Una vez redondeada la que puede ser catalogada de efectiva y cruda intensión del contrincante, se tienen que enumerar y situar los resortes de acción posibles.
El uso que hasta estos días hace el gobierno mexicano se apalanca en principios constitucionales. Y es lo debido hacer como táctica defensiva. El discurso oficial, necesariamente, debe fundarse en ello. Es un mandato de aplicación indispensable. Pero, a continuación, y dentro de una interminable tarea negociadora, ir avanzando, aunque sea de tediosos, menores o dilatados logros precisos. No sería recomendable la estridencia y arriesgar la provocación ante la mayor fuerza y escasa prudencia del adversario. La postura que requiere tomar un negociador avezado, habla de palabra y obra consecuente. Sólo así se podrá convencer y detener, aunque sea en parte, las pretensiones de control y subordinación continuas.
Evaluar el grado de independencia a mostrar en las relaciones externas será sensible tarea a medir. Los tanteos diarios deben, siempre, mirar al pueblo. La soberanía es aspiración bien arraigada entre los mexicanos, pero tiene limitantes ciertas. La lucha por establecerla en el diario acontecer requiere de ampliar sus medidas concretas. No forzar el uso como sustento de todos y cualquiera de los debates que la afectan. De aquí brota una serie indeterminada de consecuencias que definirán, por acercamientos, la fortaleza del Estado y la nación. La búsqueda de redondear tanto la soberanía como la capacidad operativa del país será, sin duda, un continuo trabajo.
Ante los otros, por duros y ambiciosos que sean, no se puede caer en derrotismos que se basan en miedos, cautelas y consejas. Menos aún interponer mezquinos intereses. La actuación liberadora requiere recurrir, constantemente, al apoyo popular. Uno que sea informado y mayoritario. Por lo que la atención prioritaria recae en la convivencia inseparable con los que deben sentirse empoderados actores.




