Luis Ricardo Guerrero Romero
Sería que esas cosas de las cuales hablaban los mayores eran ciertamente profecías. Úrsula, Romina y Joel coincidían conmigo cuando el tema de la vida sexual nos alcanzaba, porque hubo una edad en la que prácticamente ni siquiera era probable que a uno de nosotros se le ocurriera decir algo de un tema tabú, según es tabú porque es sagrado, porque al igual que la muerte únicamente a los mayores les atañe saber, pero luego ya crecimos y supimos que era tabú y sagrado porque eran los sacerdotes los mayores practicantes del sexo y la muerte. Eso lo asimilamos, pero lo que nunca supimos fue cómo la idea de abandonar los videojuegos, las películas en casa del amigo y salir a conquistar aventuras, resultó irrelevante cuando se buscó agradar a una pareja, es inevitable ir renunciado a cosas que te gustan, para hacer otras cosas que también te gustan, pero sólo las compartes con tu pareja en lo secreto. Joel insistía en que eso no es verdad y que jamás se tiene que renunciar a los gustos por estar bien con la pareja, y bueno, Joel era un buen amigo y no le iba a contestar exhibiendo que su vida a los 40 años aún dependía de su madre y que lo he visto llorar por perder un partido en un videojuego online. En cambio, la vida de Úrsula, continuaba la historia ficticia que se lee en las tierras de Macondo. Ah, pero Romina, a ella la atrapó la carne, desde antes ya decíamos que su nombre era para alguna clase de mancebía y que ello le daría muchos frutos, y así no fue. Más bien nos equivocamos y lo que a ella le sedujo fue la nictofilia, entonces no era precisamente en un espacio de cuatro paredes y pluralidad de aromas su lugar de trabajo, sino cualquier lugar del mundo que por las noches sugiriera deseo de carne. Por cierto, de mí, pues bastaría decir que también tuve un llamado por la carne, y cumplo mi penitencia detrás de los vitrales.
Sencillamente carne, sin que esto nos lleve de inmediato a imaginar un puesto de tacos o la tristeza de algún vegano. Iniciemos este guiso de palabras listando frases o dichos cotidianos en donde la carne sale a lucir su ser: echar la carne al asador, hijo de carne y hueso, carne de mi carne, qué buenas carnes, estar en carne viva, ser carne de cañón, carnes rojas o blancas, ¿cómo quiere su carne?, la carne es débil; y la mejor de ellas enunciada por el prolijo J. Vasconcelos, la cual apertura nuestra divagación lingüística: “La civilización termina donde comienza la carne asada”. Pues con razón se señala, porque es el acto de reunirse a compartir un platillo, el acto de festejar la muerte y sacrificio de otro ser animal. De hecho, la palabra carne es una desviación semántica y quizás léxica de la crueldad, del sacrificio o sangre, no hay carne sin sacrificio, en la anatomía humana no hay carne, hay músculo, la carne es resultado de una herida o una oblación, por eso la frase: la carne es débil, funciona, a causa de que uno se ofrenda. En la lengua latina es el sustantivo caro, en su genitivo carnis, lo que generó tal palabra, pero ya antes la raíz cru, revelaba lo que compone al hombre, de allí que las palabras como cruento, crueldad, crudo, crucial, entre otras, expongan en su significado algo que tiene que ver con poner en peligro al hombre. Y no se confunde este cru, con el sanguis, sangre, pues la sangre siempre está, pero al salir por la herida se vuelca cruento. En el antiguo griego carne era σαρξ (sarx), y esta fue una de las pocas veces en que la consonante //, pasó con sonio /k/, en lugar del /s/ produciendo: carx. Aunque queda mucha carne por desmenuzar, así que léase esto con caridad, o sea con el corazón, músculo carne.





