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Jeanine Meerapfel: arte, cultura y autenticidad / Jornada Semanal

Esther Andradi

Desde 2015 es la primera mujer que dirige la Academia de las Artes de Berlín, en los 320 años de vida de la institución. Esta es una conversación en torno a la persistencia del objeto artístico, el rigor de la creación y los deseos de una cineasta excepcional.

Sus películas ponen la amistad en el centro de la escena: la política de la relación entre las gentes, desde el road movie de un padre con su hijo a través de fronteras, hasta el ombligo de una protagonista, la amistad es el lugar de la solidaridad, del encuentro y el reconocimiento entre las personas, y el inicio, la esperanza de un mundo mejor. Nacida en Argentina en 1943, de padres judeoalemanes sobrevivientes del nazismo, Jeanine Meerapfel es una cineasta entremundos que despliega sus preguntas en películas. Una vida entre culturas y lenguas: el español argentino, el francés de su madre, el alemán de su padre. En Buenos Aires estudia guión con Simón Feldman, y periodismo, y descubre la literatura latinoamericana que va a marcar su trabajo futuro. Meerapfel llega a Alemania en 1964 con una beca y estudia cine con Edgar Reitz y Alexander Kluge, dos clásicos, por aquellos años a cargo del Departamento de Cine de la Escuela de Diseño de Ulm. En 1990 es nombrada profesora de Dirección de cine documental y ficción en la Universidad 
de Artes y Medios de Colonia, Alemania. Desde hace dos años es presidenta de la Academia de las Artes de Berlín, la primera mujer en más de tres siglos de existencia de la Academia.

-”Ser distinto te hace mejor persona”, dice la escritora india Jhumpa Lahiri sobre su propia infancia, sobre el exilio lingüístico y voluntario. ¿Coincide con esa opinión?

–Me parece un poco exagerado decir que te hace mejor persona. Creo que te hace más sensible al otro, al problema de los inmigrantes y a los conflictos, que cuando estás enraizado en tu propio país. Pero es sólo una teoría. En realidad, cada ser humano que puede leer, que puede pensar, tiene la posibilidad de llegar a ser un buen ser humano en el sentido de ser so-li-dario con los demás; así comprendo yo eso de ser mejor.

Usted llega a Alemania con poco más de veinte años, y en una de sus primeras películas, un documental, “explora” el país de sus padres…

–No es el primer documental pero sí uno de los primeros, En la tierra de mis padres, y fue un pedido de la televisión; estaban haciendo documentales autobiográficos. Hice entonces un recorrido hacia el interior de la Alemania que yo estaba viviendo en ese momento. Es un documental que se pregunta qué quiere decir “ser judía hoy en Alemania”, cómo los alemanes tratan su propia historia, cómo se acuerdan o no se acuerdan. Era una pintura de la memoria en Alemania. Estamos hablando de los años ochenta. Ya había tenido lugar el movimiento estudiantil, que fue muy importante para la revisión de la historia de Alemania, porque los jóvenes preguntaban a sus padres: “¿qué fue lo que ustedes hicieron durante la segunda guerra mundial?, ¿qué es esta herencia que nos han dejado?”, y ahí empezó una especie de anatomía de lo que fue la complacencia, el arreglarse con el poder. Creo que ahí cambió Alemania. Es un documental que tiene su vigencia.

Recientemente volví a ver Desembarcos, un documental de 1989, y me sorprendió su actualidad. ¿Qué es necesario para que un objeto artístico, lanzado en el tiempo, no pierda vigencia, sobre todo en esta época donde hay casi una invasión de lo visual?

–Creo que es una búsqueda de la autenticidad. Cuando una está realmente tratando de saber algo, cuando se es auténtica con las preguntas que se tienen, existen muchas posibilidades de que eso quede, en el sentido de que una está buscando la verdad y está tratando de ver más allá de las fachadas de las cosas. Lo otro es una rigurosidad en cuanto a la forma, es muy importante no hacer juegos idiotas. En el cine que yo amo, y también en el cine que he hecho, siempre hubo una dedicación a lo simple, al cuento directo, a no ser superficial, no tratar de gustar, no hacer concesión a la moda. Es la ri-gu-rosidad en la forma de la narración. Es un estilo muy clásico, ayuda a que las películas no envejezcan.

Casi todas sus películas trabajan la amistad como eje argumental. ¿De dónde le viene ese deseo?

–Para mí la solidaridad, la atención respecto del otro, es la base de la cultura humana. Si no aprendemos a respetar al otro, aunque sea muy distinto, no sé si este mundo va a poder seguir existiendo. Necesita­mos abrirnos y aunque muchas culturas nos sean extrañas, a pesar de eso tenemos que comprender. Entonces la amistad es para mí una base de la convivencia entre seres humanos, y es una convicción mía que con un poquito más de amistad, un poquito más de solidaridad, este mundo sería otro. Insisto en esa actitud en mis películas porque, para mí, las películas son, de alguna manera, una propuesta de vida.

Usted fue periodista, cineasta, profesora, y ahora está en la gestión cultural. ¿Cuál de todos estos oficios traduce mejor a la persona Jeanine Meerapfel? ¿O es una mezcla de todas?

–En cada momento de la vida de una persona hay ciertas cosas que son más importantes que otras, y tuve suerte. Pude hacer una biografía porque también los hados me ayudaron a que las buenas oportunidades que se me dieron las pudiese tomar. No digo que todo sea suerte, porque también hay que reconocer lo que está pasando y trabajar mucho, por supuesto. Nada es un regalo, pero tuve las oportunidades y las pude tomar, y no todos los seres humanos las tienen: tuve una buena preparación intelectual, tuve la suerte de nacer y crecer en un país que en ese momento no estaba en guerra, sino que era un país pacífico y había de comer. Estoy hablando de Argentina, ese país que a mí me dio la posibilidad de crecer en paz. Tuve la oportunidad de aprender idiomas, tuve la oportunidad de leer la maravillo­sa literatura latinoamericana, que realmente me marcó muchísimo. Son las vivencias de mi juventud y de mi adolescencia las que más van a influenciar mi trabajo más tarde.

Pero también tiene una capacidad para la autoridad, porque para ser directora de cine se necesita una mano fuerte, ¿no? ¿De quién tiene ese sentido de la autoridad? ¿de su madre, de las mujeres de la familia?

–No tengo una respuesta clara para esa pregunta. Seguramente es algo que se desarrolló a través del tiempo, junto con la noción de que tenía una voz y la podía utilizar. Primero pasó por el periodismo, el hecho de poder publicar artículos en los que decía mi opinión ya es un paso hacia eso. Y de allí a aprender cine, a escribir guiones, hay que aprender a manejar un material que te confronta de alguna manera, y eso te lleva a comprender que tienes una forma de contar, y también te lleva a la posibilidad de convencer a los demás. Todo es preparación. También tuve la suerte de hacer un psicoanálisis de seis años que fue para mí como volver a vivir. Tuve un gran analista acá en Alemania, que ya no vive, y que seguramente me ayudó a que yo descubriera y pu-diese desarrollar mi propia fuerza y perdiera mis miedos.

En sus películas hay mucho movimiento: cambio de países, derrumbe de situaciones conocidas, desarraigo… ¿Qué parte suya está en estos encuentros y desencuentros, caminos y viajes?

–¿Parte mía? Escribí los guiones, hice las películas. Los periodistas preguntan siempre si el material es autobiográfico. El material es muy personal y muy biográfico. Pero no es autobiográfico, porque uno cambia los personajes, uno utiliza el material que conoce bien. Esa es otra base del trabajo artístico para mí: hay que conocer bien lo que se va a contar para contarlo de forma exacta. No se puede contar cómo se manejaba una mujer en la cocina de la rda [República Democrática Alemana] en los años cincuenta si no lo has estudiado o no lo has vivido. Creo en lo que decía Tolstoi: “Describe tu aldea y estarás describiendo el mundo.” Es lo que hago: mirar detalladamente las historias que tengo que contar, y las historias que tengo que contar son las que conozco más profundamente. Es una facilismo decir “esto es autobiográfico” porque no es así, sino que aquello que conozco profundamente lo utilizo para contar las historias que me importan.

Es una pregunta muy común en la literatura: cuando los hombres escriben autobiografía se analiza como novela, y cuando las mujeres escriben novela se supone que es autobiografía.

–Sí, eso pasa. Por eso en una de mis películas, El verano de Anna, empiezo con la toma del ombligo de la protagonista, que dice: “Oh… se está poniendo viejo mi ombligo.” ¿Por qué? Porque siempre nos dicen que las mujeres estamos mirando nuestro propio ombligo. Entonces empiezo con el ombligo, tematizo eso… muy poca gente se da cuenta de lo que estoy haciendo. Philip Roth, el escritor, dice que siempre que a él le preguntan si lo que escribió es autobiográfico, responde: “¿Por qué no se le pregunta eso al actor que está haciendo Otelo, si él en su casa está matando a su mujer?”

Documental o ficción, ¿dónde se siente mejor?

–Cada historia tiene su propia forma. Son decisiones que se toman cuando aparecen los temas. La historia de La turca se va, aparece con una mujer turca que está viviendo en Alemania y decide irse, y yo le pregunto: ¿por qué? Y hago un retrato de ella. Eso no se podía ficcionalizar. Se pueden ficcionalizar fragmentos de la historia, pero eso es un documental. Son las historias mismas las que te llevan a ciertas formas. Hay formas también más literarias que otras y se van dando mientras estás trabajando con el material, mientras estás escribiendo el guión.

¿Qué película le falta hacer?

–¿Qué me falta hacer? Estoy pensando en algo… pero prefiero no hablar de cosas que todavía no están ahí. En realidad, creo que ya hice todas las películas que quise hacer, pero nunca se debe decir “nunca”. Tam-poco necesito hacer cine todo el tiempo, sobre todo ahora, que estoy haciendo este trabajo honorífico como presidenta de la Academia de las Artes.

La primera mujer en 320 años. ¿Cómo se siente?

–No me siento como la primera mujer que hace esto. Me siento como una persona que tuvo el coraje de tomar este trabajo, porque la verdad es que es mucho más que el que yo pensaba. Creía que se podía hacer esto y, a la vez, seguir haciendo mi trabajo de cineasta, pero realmente toma mucho tiempo. Produce también muchas satisfacciones, porque cuando hacemos un programa como Uncertain States, sobre los riesgos y las inseguridades de la creación en el exilio y la migra­ción, por ejemplo, una gran exhibición que hicimos a fines del año pasado, estoy convencida de que ese trabajo es muy importante, y estoy muy contenta de haberlo hecho, de haberlo iniciado, por supuesto con ayuda de toda la Academia. Y creo que esas cosas quedan y son importantes.

¿Está descubriendo otro aspecto de su vida, de sus posibilidades?

–No es nuevo, porque dirigir una película es lo mismo que dirigir una institución. Lo que sí es nuevo es que estoy conociendo montones de artistas, leyendo libros que no conocía, viendo arte que no conocía, es decir, estoy enriqueciéndome mucho con este trabajo.

¿Y qué cosas le interesan especialmente? ¿Qué le gustaría modificar?

–Lo más importante para mí fue internacionalizar este lugar. Es decir, que se comprenda que este mundo no es únicamente un mundo alemán. O va a ser un mundo internacional, con una apertura a otros países, a otras culturas, o se va a tornar en nacionalismos y en guerras nuevamente. Mi aporte es tratar de internacionalizar, que significa que se hable en otros idiomas, que se conozcan otras culturas. Insistir en esto. Es mi tarea en este momento 

Fimografía

Confusión/Difusion (2015). Ensayo audiovisual

El amigo alemán (2012).

Mosconi –o a quién le pertenece el mundo (2008). Documental

El verano de Anna (2001).

Amigomío (1994).

Im Glanze dieses Glückes (1990). Documental.

Desembarcos (1989). Documental.

La amiga (1988).

Los enamorados (1987).

La turca se va (1985). Documental.

Solange es Europa noch gibt. Fragen an den Frieden (1984). Documental.

En el país de mis padres (1981). Documental.

Malou (1981).