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“Soy un rebelde; no copio el blues de mis abuelos”

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Earl Thomas durante su actuación en el Callejón del Templo, en el pueblo mágico de Álamos, Sonora. Foto Alonso Castillo/ Instituto Sonorense de Cultura

Desde el escenario, el cantante estadunidense Earl Thomas susurra con placer: “Sí, soy un rebelde, y mis poros lo gritan. No soy una copia del blues que mis abuelos hacían, porque ellos ya lo hicieron, y muy bien. Cause we’re certainly havin’ a good time”.

El resto asiente con la cabeza, los pies y con los brazos al aire. You know it’s all about music, the expression of your soul; La música es la expresión de nuestra alma, repetimos y memorizamos.

En la edición 31 del Festival Alfonso Ortiz Tirado, el escenario real donde Thomas canta es el Callejón del Templo en el pueblo mágico de Álamos, Sonora.

Como en un mundo aparte, en un acto casi irreal pero a la vez tangible, presenciamos cómo dentro de una gran olla a fuego lento se cocinan el blues ancestral, el gospel negro y espiritual, el suave jazz y el buen rock de la vieja escuela.

La temperatura aumenta y la infusión comienza a ebullir; a cada uno, Earl nos sirve un plato rebosante de buena sopa; el condimento es el virtuosismo y pasión de los músicos que lo acompañan, pues ellos hacen posible que el rebelde del blues logre lo que hace en el escenario.

Interminable conversación

La noche comenzó con Little brother, siguió con Youngblood, Sweet like sugar in lemonade, Broken hearted, Brown sugar, y otra buena parte del vibrante setlist con el que era inevitable pararse del asiento y empezar a bailar; también se cantó, porque la música y los sentimientos son universales. Aquí no existen las barreras del lenguaje.

Las emociones son muchas y todas conviven en una gran fiesta, en una interminable conversación; y en ese inter, detuvo su repertorio para atender una petición del público que clamaba una de sus canciones, okay, we have a request, respondió; y leve, como un murmullo y a capella, aparecieron las frases de What about me: Looks like it’s showdown at last / no more looking back / I finally had to ask / what about me?

Después de un intermedio, Earl reaparece en el escenario, sin el traje de blusero, ahora enfundado en uno de manta blanca, bordada por la señora Alicia, artesana del pueblo, y con huaraches de cuero y sombrero que compró en la feria.

Earl, con las manos cruzadas sobre el pecho, mostró su sencillez y humildad ante las muestras de afecto; agradeció al público presente, a los organizadores y a la familia Ortiz Tirado, pero sobre todo, a los responsables del imponente escenario, la iluminación y el sonido que inundaba el Callejón del Templo.

A mitad de una de sus canciones, el intérprete decide bajar del escenario a confesar que no podía más con su gratitud y sentimientos, y sin micrófono, caminó por el pasillo entre las sillas abrazando señoras, ahora cantando a todo pulmón; los susurros de Earl se convirtieron en rugidos que retumbaban en las paredes de las antiguas casonas del pueblo.

Regresa al escenario y sin dejar de cantar, se sienta a la orilla, e interpreta tres canciones más; con el alma nos abraza y de nuevo pronuncia los versos de Little Brother, su melodía especial, con la que decidió cerrar el enorme círculo que inició en este pueblo, pues todo es sobre la música y ésta es la expresión del alma.

(Astrid Arellano, especial para La Jornada)