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Comedores populares de Argentina, al borde del colapso

Un reciclador empuja su carrito de súper, durante una protesta contra la escasez de comida en los comedores populares en Buenos Aires, en imagen del 8 de febrero pasado. Foto: Ap

Reuters

Veinte kilos de fideos parecían hace una semana suficientes para alimentar a las decenas de familias que se acercaban al comedor popular Sal de Tierra en Villa Fiorito, un barrio pobre en los suburbios de Buenos Aires acuciado por la crisis económica que castiga a Argentina.

Sin embargo, con una inflación mensual que supera 20 por ciento mensual, el número de argentinos que padece hambre se ha disparado y el comedor, que subsiste principalmente gracias al trabajo voluntario y aportes privados, debió preparar 30 kilos de fideos esta semana.

“Arrancamos (hace meses) con 20 familias y hoy ya son como 70 familias que vienen a buscar la comida. Cada vez hay más escasez, cada vez hay más hambre”, dijo a Reuters María Torres, una cocinera voluntaria de Sal de Tierra que se encuentra sin trabajo formal.

“La situación económica de la gente es que si hoy no va a un comedor no come, porque es la realidad que estamos viviendo hoy, la gente no come”, añadió.

La inflación, que alcanzó 211 por ciento en 2023, se duplicó en diciembre tras la asunción del presidente ultraliberal Javier Milei, quien devaluó el peso doméstico, redujo subsidios públicos y liberó algunos precios regulados de la economía argentina.

El gobierno dará hoy a conocer el índice inflacionario de enero, que habría sido de 20.5 por ciento según la mediana de un sondeo de Reuters, luego de registrar el mes previo su nivel más elevado desde inicios de 1991.

El gobierno de ultraderecha prevé una baja paulatina de la inflación en los próximos meses, aunque la pobreza -que actualmente supera el 40%- podría dispararse antes de lograr la estabilización de la economía.

“A mí me duele y me da vergüenza lo que estamos pasando. Nunca nos pasó esto (…) Me da pena ver todo esto, porque yo puedo pasar hambre pero los chicos no”, expresó Mercedes Insaurralde, una desempleada de 58 años que trabaja como voluntaria en la cocina del comedor.