Luis Ricardo Guerrero Romero

Era obvio que se darían cuenta, eran sólo un par de días para que todos en el condado lo supieran, además, quién en este tiempo vive en un condado. José César, como todo buen mexicano, también le debía a Banco Azteca, y claro, sólo había que esperar que otras tiendas departamentales pongan un retén antes de llegar a su casa. Las deudas no respetan edad, y mucho menos discriminan condición de salud, las deudas gravan.

De cualquier modo, en él se distinguía la clase, el porte o como dicen, la percha, iba a ser el albacea, aunque todavía no lo sabía, él a quien la suerte nunca le sonrió, mañana por fin, luego de sus 83 años vividos se acomodarían las piezas a su favor. Sin duda, las cosas no le fueron fáciles los últimos 76 años anteriores, pero su confianza en Dios siempre perduró, aunque éste, le daba menos que la espalda.

Ya me lo imagino con su elegante ajuar, distinguido e ilustre dentro de su pijama de madera, con una sonrisa envidiable, puesto que, sus últimos días de vida fue el albacea de las promesas de su dios, que al final de los días le obsequió ser medianamente feliz, al lado de los que nunca lo quisieron…

No hay fecha que no se llegue, dice “la escritura popular”, y a nuestro personaje del relato anterior le llegó un poco tarde la bienaventuranza, sería que así sucede en muchos casos donde la premisa de vida es esa ridiculez de: “las cosas pasan por algo”. Ahora que, si bien es cierto, lo que no pasó por algo es nuestra riqueza en la lengua y ahora es el turno de divagar de este par de arabismos, que como ya se han dado cuenta, son más comunes que la palabra abigarrado o exorbitante; y eso que las anteriores son más castellanas que albacea y ajuar.

Quizá la voz ajuar a la juventud le parezca arcaísmo, y en porcentaje lo es, pero albacea se sigue ocupando con mucho mayor frecuencia. Ambas citadas voces árabes axuar, (donde la /x/ se pronuncia como c/t francesa), y significa lo mismo que nuestra palabra ajuar; es decir los enseres o ropas que porta alguien. Mientras que la voz albacea, se originó a partir de aluaseia, (albacea), precepto, disposición, que manda en torno a una encomienda. Muy en específico en el testamento.

Es así como entendemos aquel ajuar de madera de José César, fue su ataúd, y su única satisfacción antes de partir, fue convertirse en el albacea de su creador.

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