Luis Ricardo Guerrero Romero
Hay comunidades que sólo los habitantes de aquel lugar saben de su propia existencia, el gobierno, la educación, los servicios básicos, la salud, las iglesias, aún no llegan a aquellos sitios imaginarios inconscientes de algún dios. A veces, se logra saber de ellos porque intrépidos habitantes de anodinos pueblos salen de su realidad y llegan a otra que al principio pintaba bien, pero luego brochazos incipientes tamizan su existencia. Ejemplo de tal situación es la de: “el cuñado del pueblo”.
Israel Vega Vega, a quien se le apoda como ya se mencionó líneas anteriores, migró de allá hacia acá, pero mejor hubiera sido que jamás saliera, ni él, ni su hermana, puesto que junto con ellos toda la mala suerte de su pueblo se trasladó hacia este sitio. La hermana de Israel, talento y carisma, belleza natural e inteligencia que se podían contemplar de pies a cabeza fue motivo de seducción para cualquiera, entre esos su propio hermano. Joven celoso y custodio fiel de quien atentara contra la integridad de su amor platónico, prohibido e ignominioso. Él ya se lo había dicho, le declaró su gusto carnal, sus incestuosas ideas, no obstante, la mujer Vega sólo lo escuchaba y pensaba en lo difícil que sería para ella, encontrarse con un hombre que tolerara la personalidad insana del que sería su cuñado. Intentos de asesinatos, golpes y amenazas fueron los actos que Israel acometió contra una decena de hombres con los que la señorita Vega trató de mantener una relación.
Todo tiene su precio, y todo tiene su fin. El de “el cuñado de pueblo” también. Pues aquí, no se negocia ni amedrenta como en la usanza de su desfigurado pueblo. Aquí, la mala suerte de todo su territorio ajeno se vertió sobre él. Como era prácticamente imposible tener una relación sana con la linda Vega Vega, la solución fue acabar con ella. Gracias a las leyes torcidas que todavía se reniegan a una trasformación, “El cuñado del pueblo” se encuentra forajido, puesto que a él se le acusa de violar, desmembrar y calcinar ciertas partes de su finada hermana. La belleza se concluyó en un crimen. La belleza, en lamentables veces, sólo es un medio para consumar las más repugnantes transgresiones de lesa humanidad.
Desde ese día a la fecha, sigo pensando en la desdicha que apena a su enfermo hermano, y sigo pensando que, amarnos entre mujeres es un acto insondable, pues, aunque he dado fin a mi pareja, la seguiré deseando, tanto como deseo que sufra mi cuñado del pueblo.
Como hemos de notar en lo anteriormente escrito, hay amores que se consuman a tal grado de consumar a la pareja. La asesina del relato anterior no estaba dispuesta a ser maltratada como tantos hombres que la linda Vega sedujo. A ella la iban a respetar, aunque con ello tuviera que sacrificar la vida de su actual pareja. Como bien se dice en el relato, mejor hubiera sido que ese par de hermanos jamás hubieran salido de su escondido pueblo. Allá la fama del cuñado del pueblo era respetada, y aquí es perseguida, punitiva. Seguramente ser el cuñado de todo un pueblo ha de ser más complejo y por ello se escapó de esa realidad. El ser cuñado implica hacerse con la sangre de otra familia, o al menos teóricamente es la idea.
Israel se rehusaba a esa parentela, pero hay parentelas que es imposible desechar, como las que tienen las palabras. Ejemplo de ello está en el sustantivo: cuñado.
Del latín cogntus, unido por la sangre, es el origen de la expresión cuñado. En italiano: cognato; en provenzal, cunhat; en catalán, cunyat; cunhado es en portugués. Pero antes de que, de ser constituida esta palabra como tal, los helénicos nos enseñaron la voz: συγγενης (syngenes), que indicaba la parentela por la sangre, no de la misma sangre, sino por la sangre de un hermano o hermana que se unía a una consanguinidad. Esto implica, la decendencia, descendencia a la cual rechazaba Israel “el cuñado del pueblo”. Aunque en el uso se empleaba la voz latina adfinis, al pariente adquirido, al añadido, el cognati¸ se estableció en la línea colateral. Como lo es el marido de la hermana, o bien, a la mujer del hermano. A fin de cuentas, y cuentas muy largas, existen muchos más cuñados y cuñadas que padres y madres, si de algo se puede jactar el planeta es en la inagotable, inefable, inaudita, inmensurable, impensable cantidad de cuñados y cuñadas que hay en el ancho y largo del sistema solar.





