Luis Ricardo Guerrero Romero

No hace más de 8 meses, por decir un tiempo estimado, cerca de los departamentos donde se encuentra la mujer que me adiestró sobre la Regla Osha. Pude dar con un sujeto algo misterioso, de esos tipos de vista profunda y perfume extravagante, éste no conocía en absoluto nada sobre la verdad por medio de la Santería; en cambio, tenía en sus conocimientos un trabajo bastante peculiar: la pognofilia. De ningún modo rechazaba a los imberbes, ni a las chicas, su trabajo era más profuso, tanto como su filia. A grado tal que todo su departamento estaba forrado por barbas: ya de yeso, ya de madera, ya en pinturas, ya incluso de donaciones naturales que algunos interesados en sus artes le obsequiaron.

Expresaba que su trabajo es de los más preponderantes, y que desde siglos atrás revela la vigorizad de la hombría. Debo apuntar una curiosidad, que en la puerta de entrada estaba un relieve hecho de vello facial con las siguientes cifras: 133.

Avanzada la plática y engranando las ideas bajo el conocimiento de la Santería, supe que esto tenía que ver con el salmo de dicha numeración que dicta: “Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, La barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, vida eterna”. Entonces me fue necesaria la pregunta que dubitó en mi mente desde que oí hablar sobre su afición: ¿Dios debe ser barbado? A lo cual me respondió, que no, que eso es cosa de mortales. Dios no tiene ni barba, ni cuerpo, ni mente, ni religión. Se tiene a Él mismo y todo lo demás le es innecesario, incluido el ser humano.

Le agradecí y salí satisfecho de saber que Yoruba no tiene barba, ni hay porqué hacérsela.

El trabajo preponderante del personaje con pognofilia es bastante peculiar, pero como los hay quienes leen el café, hay quienes leen las barbas. Sin embargo, hoy nos dedicaremos “no hacer la barba”, sino a distinguir por qué es preponderante lo preponderante.

Iniciamos con distinguir que, esta palabra es un adjetivo grave, no porque tenga gravedad, sino por su silaba tónica, aunque sí está en gravedad, puesto que, en su lugar se usan frases como: es mejor, mucho más padre, más chingón, más rifado, sobresaliente; entre otras. Es decir que, el adjetivo en cuestión ya no es tan preponderante. En otro sentido, hemos de enfatizar que tal voz es herencia de la lengua helénica antigua, a partir de: πρεπω (prepo: distinguirse, convenir, ser propio); y, πρεπονδηες (conveniente). Mencionadas palabras nos heredaron a nuestra lengua el adjetivo que hoy nos prepondera.

De tal suerte que, ya sea que en quien leyere prepondere la pognofilia, o la santería, u otras formas de ser, lo importante es que prepondere la verdad, y en todos prepondere: la salud, la fuerza y la unión.

l.ricardogromero@gmail.com

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