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Su padre, que trabaja como obrero desde hace 25 años en Jiyeh, hizo venir a su familia desde Alepo poco después de que empezara el conflicto en su país natal, que ha dejado más de 320 mil muertos y expulsado de sus hogares a millones de habitantes. Alí, que tiene dos hermanos y tres hermanas, asegura que no guarda muchos recuerdos de su infancia en Siria.
Sí que recuerda, en cambio, la muerte de su tercer hermano, “abatido en Alepo al principio de la guerra”, aunque la menciona de pasada. En Alepo, la guerra empezó en julio de 2012. “Surfear es como un arte. Me permite expresar mi personalidad”, explica el sirio, de viva mirada y piel bronceada. “Me convierto en otra persona. Tengo mucha más confianza en mí”, afirma.
Alí Al Amin, un surfista experimentado, vio por casualidad al joven en 2015 y desde entonces, se convirtió en su mentor.
“Intentaba hacer surf con un trozo de poliestireno que había recortado en forma de tabla”, recuerda el libanés de 34 años, propietario de una escuela de surf en esa ciudad. “Estaba muy delgado y llevaba un simple pantalón corto. Tuve miedo de que se ahogara”, cuenta Ali Al Amin. Tras unos minutos mirándolo, el surfista se tranquilizó. “Sabía exactamente lo que hacía”, recuerda el profesor, si bien el joven reconoce que ni siquiera sabía que ese deporte existía.
Ali Al Amin, que afirma considerar al joven como a un “hijo”, decidió abrirle las puertas de su escuela y darle tablas y monos. Por su parte, el adolescente se entregó al surf, convencido de que este deporte puede ayudarle a “construir una vida mejor”.