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Al cumplir su sueño de trabajar en un crucero, se contagió de Covid-19

Desde ese momento a ella y todos sus compañeros que dieron positivo también se les aisló. Le faltan unos días para cumplir los 14 que se marca en la cuarentena por Covid-19. Foto: Ap

Una aventura de trabajo llevó a Brenda hasta la costa noroeste de Francia. Se fue de México con la ilusión de trabajar en un crucero internacional, pero a bordo del barco –encallado cerca de la península de Bretaña— se contagió de Covid-19.

Ha sido complejo lidiar con la enfermedad sola, encerrada y en la lejanía. Pero sin duda, dice en entrevista, lo más difícil fue decirle a sus padres. “Comencé diciendo: ‘Les tengo una noticia y no es buena, pero no quiero que se espanten. Me hice la prueba y tengo Covid-19, estoy bien y seguiré todas las indicaciones’. Mi papá intentó mostrarse tranquilo, aunque su expresión fue de asombro, abrió los ojos y tragó saliva. Mi madre se mantuvo seria y me dijo que los mantuviera informados”.

Los primeros siete casos a bordo del barco se presentaron a finales de marzo y, aunque se tomaron todas las precauciones, el número pasó a más de 150 en cuestión de días.

La distancia y la permanencia con ella misma han dejado un par de conclusiones a Brenda, de 26 años: “No tomar las cosas a la ligera y que nadie tiene garantizado el futuro”.

Cuando abordó su vuelo a Francia, a mediados de febrero, no imaginaba qué le depararían las siguientes semanas. El tema del Covid-19 era algo muy lejano, de Asia. No era un asunto que le preocupara. Su intención era incorporarse a las labores de un nuevo crucero que zarparía por primera ocasión desde un puerto cercano a Bretaña.

Salió de México ilusionada con la idea de trabajar una vez más en un barco, recorrer diferentes ciudades del mundo, conocer gente nueva y ganar plata.

Llegó a la costa francesa el 16 de febrero y de inmediato comenzó a trabajar abordo de la nave. Al principio todo era normal, había varios equipos permanentes para diferentes funciones (comida, bebidas, limpieza, atención) y también se presentaban “contratistas”, empleados de la construcción que subían y bajaban a diario del barco y quienes concluían los últimos detalles para tenerlo listo para la botadura.

Los días avanzaban y las cosas comenzaron “a ponerse raras”. El Covid-19 había llegado a Europa. Si bien la atención se centraba en Italia y España, en Francia no quedó exenta. Su compañía tomó acciones de inmediato: impidió a todos sus colaboradores abordo (alrededor de mil 400 personas) bajar del barco y las medidas de higiene se elevaron. Sin embargo “los contratistas, unos 100, seguían subiendo y bajando”. Lo inevitable pasó.

Fue imposible frenar el paso al virus. En entrevista desde aquella región francesa, Brenda narra que pese a todos los cuidados de higiene y protocolos que siguieron, a finales de marzo se dieron los primeros siete contagios abordo, todos entre el personal de comida y bebida.

Ante ello, se extremaron nuevas precauciones: se les confinó a ciertos espacios, se impidió el contacto con otros trabajadores, el resto comía por turnos –hasta en el lujoso restaurante para turistas—, limpiaban todo, barandales, escaleras, camarotes. Pero en su viaje, el virus resulta imparable.

Días después, personal de sanidad aplicó pruebas a otros posibles sospechosos, entre ellos Brenda. Mientras esperaba el resultado del test, cuenta, una sonrisa nerviosa asomaba en su rostro, era incapaz de contenerla.

Si bien no presentaba síntomas, tenía dudas, ella es parte del equipo de limpieza en el barco y era una persona en riesgo. Sus dudas se disiparon a los minutos: positiva. En un par de días el número de infectados en el barco pasó de siete a más de 150. “Me reía de los memes, lo tomé a la ligera, y ahora, que soy una cifra más, me pregunto por qué no fui más estricta”.

Era el 31 de marzo, lo recuerda bien. “No tenía un solo síntoma, estuve trabajando así. Un par de días antes tuve un dolor intenso de cabeza, pero no le di importancia. En esos días tuve siempre 36 grados de temperatura, no me dolía nada. Al parecer tenía varios días infectada. Pero una vez que supe que era positiva comencé a sentirme constipada, aunque respiraba bien, pero el dolor entre ojos y nariz fue muy fuerte. También perdí el olfato y el gusto”.

Lo más aterrador fue pensar que no recuperaría ese par de sentidos, pero conforme ha avanzado en su cuidado y confinamiento, poco a poco ha vuelto a percibir el sabor y el olor de las cosas.

Desde ese momento a ella y todos sus compañeros que dieron positivo también se les aisló. Le faltan unos días para cumplir los 14 que se marca en la cuarentena por Covid-19. Ha sido uno de los procesos más complejos para la joven mexicana, pero sin duda –dice— el más complicado fue informar a sus padres que estaba contagiada.

“Fue un paso sumamente difícil. Cuando se dieron los primeros siete casos, yo envíe un mensaje de voz al grupo de whatsapp de la familia, diciendo que había contagios en el barco, pero que yo estaba bien y que seguíamos medidas de precaución. De inmediato mi mamá me contestó, se escuchaba alterada y la voz se le rompía, me pedía hablar con ella sin importar la hora (hay que considerar la diferencia horaria). Le marqué y ella lloraba, me pidió mantenerla al tanto de todo, y… varios días después, tuve que decirles que yo también era positiva”.

Para darles la noticia, Brenda actuó distinto. Ya no envió sólo un mensaje de voz, decidió hacer una videollamada con sus padres. Fue a las 8 de la mañana, hora de la Ciudad de México. “Eso fue lo más difícil, más que el encierro, más que estar enferma. Sentir que no están aquí, y están preocupados por todo lo que se dice de la pandemia, y que ahora, su hija se convirtió en una cifra más, por así decirlo”.

Tiene prohibido salir de su camarote, aunque entre tanta preocupación, la noticia positiva es que le asignaron uno de cubierta, por lo que al menos tiene vista hacia la costa. Pese a eso, el encierro la mantiene inquieta, sensible, por momentos desesperada.

La compañía los proveé de comida. Desayuno a las ocho de la mañana, almuerzo a la una de la tarde y merienda a las siete y media de la noche. No puede tener contacto físico con nadie, todo se lo dejan afuera de su puerta y cuando termina, ella tiene que depositar todo dentro de bolsas y dejarlo en el mismo sitio que lo recibió.

“Veo a mi familia y amigos vía celular. Pero no es lo mismo, somos seres humanos, sociales, necesitamos salir, tener contacto físico con otros, platicar en persona, verlos a los ojos. Necesito ver otra cara que no sea la mía en el espejo. Este encierro te da oportunidad de analizarte a ti misma, pero también te cansas de estar sólo contigo. Antes yo decía que podía estar sola mucho tiempo, pero no te das cuenta de lo que es en realidad estar sola hasta que estás 24 horas, por días, en una habitación, sin nadie más que tú”.

La experiencia le ha dejado dos grandes lecciones. La primera no tomar este tipo de situaciones como un juego. “Sé que en México y otros lugares muchos piensan que esto no es en serio. Yo estaba igual, me reía de los memes, de los videos, y está bien, son graciosos, pero ahora ya me tocó y pienso por qué no hice más, por qué no fui más estricta”.

La otra, sin duda “las más importante”, es que nadie tiene idea de lo que vendrá. “La gran lección que me llevo es que nunca sabes qué va a pasar al día siguiente de tu vida. Nadie tiene garantizado el futuro”.