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Alberto y las mujeres

Juan Gabriel durante una entrevista con 'La Jornada' en febrero de 2012. Foto Juan José Olivares

Fabrizio León

Ciudad de México. Llegamos a la casa de Juan Gabriel en la Riviera Maya una noche de abril del 2012. Nos sentamos en una amplia sala a esperarlo, la actriz Claudia Goytia, el reportero de La Jornada, Juan José Olivares, y el cineasta Michell Roche, quien ha sido su biógrafo gráfico por los últimos años y cuyo material constituye, sin duda, uno de los mejores legados inéditos del cantautor.

Cuando hizo su aparición, nos pareció muy diferente al personaje conocido. Nos lo presentaron como Alberto y estaba despeinado, con una enorme calva y sudoroso. Venía en las fachas propias de caminar por la playa en el atardecer. Sus sandalias viejas mostraban unos pies arenosos y uñas que no habían sido cortadas por lo menos en dos meses, según nuestras propias estadísticas.

Con voz ronca y siempre hablando de usted, Alberto Aguilera nos contó de Juan Gabriel. La cita tenía como propósito organizar la edición de un libro, con motivo del cumplimiento de sus 60 años: Juan Gabriel, inédito, íntimo. ¿Cómo sería el libro?, preguntó. Un libro de lujo y fascículos populares, le contesté. Entusiasmado siguió preguntando. ¿Pero qué tan íntimo? Pues tanto como quieras Juan. ¡Alberto!, corrigió con voz firme, nunca amanerado, siempre de usted. “Soy Alberto aquí, Juan es mi gemelo”, aclaró.

Hay cosas que no puedo contar. ¿Cómo cuáles?, interrogué. Las políticas. Cuéntame, insistí y luego vemos si se publican o no, le propuse. Mugió, abrió los ojos, fijó la vista y sin más me cambié al sillón más cercano a él para escuchar.

Yo no puedo traicionar al PRI ni al Presidente, me han dado trabajo y eso es lo más sagrado. He sido parte de ellos y soy un hombre agradecido y fiel. Por eso acepté que el día de las elecciones del 88, o cuando se calificaba la votación, me pidieran estar toda la noche en el programa Mala noche, no, con Verónica Castro, en Televisa. Un maratón de 8 horas, hasta el amanecer.

Me habló Miguel de la Madrid, el Tigre Azcárraga y Jacobo Zabludowsky. Era obvio, me llamaban para distraer. Lo sabía, como decirles que no. Les dije, oigan yo tengo un compromiso en Venezuela. Lo arreglaron y me pusieron un avión. El programa en vivo más largo en la historia, tal vez. Necesitaban de mi.

Alberto pidió sus archivos. Nos dejó revisarlos. Joyas, basura, vestigios, cartas, periódicos, álbumes de fans.

Pidió comida, llegaron meseros con charolas. Alberto se prendió con la idea y nos dio un rol por su casa, cuyas paredes de color pistache eran adornadas por un enorme Ganesh. Nos condujo a su teatro. Un escenario con 50 butacas. Y ahí dispuso que oyéramos un popurri mexicano raro, con sus canciones. Nos sentó y con su voz carrasposa cantaba y con sus manos dirigía a una orquesta digital.

No había manera de tomar fotos ni grabar. Era el acuerdo. Su abultado abdomen, como el nuestro, se transparentaba de su camisa. Se rascaba el cráneo y cantaba… Cuando de repente la voz de Lola Beltrán se cruzó. Y luego Lucha Villa y la Prieta Linda nos llevaron a una bohemia exquisita.

Se dio cuenta Alberto de cómo se nos erizo la piel. Vengan, dijo, y nos dirigió al enorme y cálido estudio de grabación y pidió que encendieran la consola. El técnico, atento a las señales de sus ojos, apretó los botones correctos y preguntó, ¿seguro Alberto? Seguro, contestó. Ponla. Y la puso. La voces de las tres mujeres cantando la misma canción. Sumidos en la nostalgia, agazapados en el dolor, lloramos. El encabezó todo… sus lágrimas… ¡Oigan esto, carajo¡.

Ésta es mi joya, las tres cantando mi canción. ¿Y cómo le hiciste?… ¡Qué importa!, me dijo. Oye… Escucha… Sólo escucha.

Mire, Fabrizio, esto es lo más bello. Son las mujeres, no hay nada como las mujeres, escucha a Lola… oiga a Lucha… sienta a La Prieta… ¿ya sintió?…. llore. Y lloramos.

Yo sólo me entiendo con ellas, confesó. Oye Alberto, yo necesito un trago. Tome lo que quiera, venga, mire este tequila. Me lo regaló el Presidente de la Madrid. No lo he abierto. Venga, una botella en forma de reloj.

Uno, dos tragos. Tres, ¡cómo carajos no! Estamos llorando con Juan Gabriel, en su casa de playa y oyendo canciones de José Alfredo.

Una hora después se despidió. Solicitó habitaciones para todos sus invitados y en el umbral de una escalera que lo conduciría a sus habitaciones frente al mar, tomado de la mano de una famosa y hermosa actriz, cerrándome el ojo, me dijo: las mujeres… Y con su dedo vertical en los labios, al ver que la identidad de la mujer fue descubierta, soltó un ¡sht!