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Estación migratoria Siglo XXI, un mundo de gente obligada a esperar

Niños africanos migrantes conviven en los alrededores de la Estación Migratoria Siglo XXI, ubicada en Tapachula, Chiapas, mientras esperan que el gobierno mexicano le otorgue el permisos de estancia para poder cruzar el país rumbo a Estados Unidos. Foto Luis Castillo

Hermann Bellinghausen, enviado 

Tapachula, Chiapas. Por si alguien dudaba que este es un mundo lleno de mundos, los alrededores de la cada día más famosa estación migratoria Siglo XXI lo ilustran bien. La carretera que lleva a Nueva Alemania, al norte de Tapachula, sirve de río limítrofe entre dos continentes.

Cientos de personas acampan, pululan, juegan dominó, comen, se cortan el pelo, duermen, se bañan en los grifos y en el río cercano, discuten, cuidan los abundantes niños pequeños, ven pasar el tiempo. A primera vista todos parecen del mismo origen, es decir son “de color” (como muchos se autodescriben). Incluso parecen hablar la misma lengua, una especie de francés. Escuchan reggae por igual y las mujeres visten con bello colorido.

Pero si uno se fija un poco más percibe las diferencias. En la orilla oriente, donde la propia estación se encuentra, se trata de haitianos exclusivamente, mientras al otro lado de la ruta que conduce a las alturas de la sierra y el Socunusco están los africanos: congoleños la mayoría, ghaneses y angoleños. En el costado sur de Siglo XXII acampan familias de Camerún.

Pero no es lo único que sucede en este punto álgido del mundo. La estación migratoria, a reserva de que se implemente como albergue según anunció la secretaria de Gobernación, sigue siendo un lugar de encierro al cual la prensa no tiene acceso.

Un elemento de la Policía Federal describe las dificultades para vigilar en el interior cuando se sublevan los detenidos. “Ahora estamos de pleito con los de Migración, nos sacaron, ya no podemos estar allí. Nos responsabilizan de la fuga organizada por cubanos días atrás, pero nosotros decimos que fueron ellos, los de Migración. Pues alguien tuvo que abrirles el candado a esas gentes para que se salieran”.

Cuenta cómo se amotinaron y tiraron las vallas para salir del encierro, seguidos por otros migrantes. “Por cierto, esta mañana se los llevaron al aeropuerto, en autobús, derechito a Cuba”, dice en referencia a los que se logró capturar después del incidente, o se entregaron. Pues aquí los latinoamericanos también hacen cola para entregarse a las autoridades.

Entre la aglomeración de vehículos destaca un autobús blanco donde hacen guardia los antimotines de la CROP, la corporación para el restablecimiento del orden público, también federal. Y a ciertas horas, anoche por ejemplo, lujosos autobuses ETN ingresan a la estación para recoger a los deportados de Centroamérica y devolverlos a sus países de origen.

En el interior de Siglo XXI, como en toda la región, predominan los indocumentados de Honduras capturados en Chiapas y Oaxaca en su camino al norte. Esta mañana, una fila de centroamericanos, con la notable presencia de un bullanguero grupo de jóvenes transexuales, se registraba ante las autoridades en espera de recibir permisos de estancia.

Un mundo de gente desesperada obligada a esperar. Los ciudadanos de Haití, que los hay en gran número, son reticentes a conversar y a dejarse fotografiar. Como admitía el platicador policía federal, “a los haitianos nadie les hacen caso”. Se asume que hay niveles, aún dentro de esta corte de condenados de la Tierra (cual dijera Fanon), por eso algunos se hacen pasar por africanos, los de Haití resultan más ilegales que los otros. Nadie los persigue, pero el porvenir de los haitianos es el más incierto. Ni siquiera la deportación tienen garantizada.

La gente de Congo, hombres y mujeres, es más comunicativa, y de alguna manera más relajada. Diddy y Vincent vienen de Kinshasa y juguetean con los dos pequeñitos del segundo. Llevan aquí 21 días esperando el permiso. Aunque impacientes, eso no es nada. Su travesía ha durado meses. Diddy habla de la guerra sin fin, la pobreza, el gobierno represor en Congo. Resume el recorrido: “Primero volamos a Angola, y esperamos. De ahí a Ecuador. Viajamos a la costa de Colombia y tomamos una lancha a la selva del Darién”. Con niños y algunas embarazadas, cruzaron en 11 días una de las regiones más inhóspitas del planeta. “Dormíamos en el bosque, bebíamos de las plantas. No había agua y apenas frutas”. Una vez en el Panamá urbanizado fueron a dar a un campamento para refugiados, de donde viajaron a Guanacaste, en la frontera de Costa Rica con Nicaragua, donde está el último albergue antes de México.

Sujetos a las cambiantes disposiciones del gobierno sandinista, campamentos con el de La Cruz en Costa Rica han llegado a saturarse en tiempos recientes. Diddy y su gente pudieron atravesar pronto Honduras y Guatemala, y finalmente cruzar el río Suchiate para venir dar aquí. Vincent es directo: “Nos queremos ir hasta Estados Unidos”. Su hijita de unos tres años se revuelca entre su papá y un pedazo de cartón con alegría moquienta. “Se enferman los niños todo el tiempo, del estómago”, dice Vincent y soba el vientre de la pequeña.

“Y la cabeza, les duele mucho” agrega Diddy, y presenta a su robusto hijo de once años que llega en ese momento de alguna correría al sitio con una decena de tiendas de campañas donde unas 20 familias de Congo y Ghana esperan papeles para seguir adelante.

David y Kevu vienen de Ghana, su lengua es el inglés y su meta la Ciudad de México. “Con encontrar trabajo ahí nos basta”. Acampan con los congoleños, pero viajan solos. A estos seis atléticos jóvenes la travesía del Darién les tomó sólo siete días. En cambio, la espera de los permisos del gobierno mexicano ya va para un mes.

Como cantaba Jimmy Cliff, de migrante en Many Rivers To Cross, una pieza especialmente apta: “Tantos ríos que atravesar/ Y es mi voluntad lo que me tiene con vida/ Me han chupado y barrido por años/ Y si he sobrevivido es sólo por mi orgullo”. Basta escucharlos, u observar su lenguaje corporal, para saber que si algo no han perdido estas mujeres y estos hombres de África es orgullo de ser quienes son.

JSL
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