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Tiempos de violencia y contradicciones / Víctor Flores Olea

Ceremonia en el Heroico Colegio Militar, encabezado por el secretario, Salvador Cienfuegos, donde tomaron posesión de su cargo los nuevos integrantes de la plana mayor de la Sedena, en diciembre de 2016. Foto Jair Cabrera

La ley de Seguridad Interior, en su ya larga discusión en el Congreso mexicano, sigue sin definición última: el general Cienfuegos, como se sabe, pidió enérgicamente que los soldados volvieran a los cuarteles o, en todo caso, que se aprobara una ley en que se determinara con precisión las circunstancias en que el Ejército podría participar como garante de seguridad de la sociedad civil, de modo que no cupiera duda alguna en caso de que interviniera el ejército, examinada su pertinencia por los tribunales mexicanos.

El Ejército, argumentó directamente el Secretario de la Defensa Nacional, sabría entonces a qué atenerse o en todo caso conocería, con base en la ley, cómo comportarse en esa nueva tarea de proteger a la sociedad, preservando también la plena vigencia de los Derechos Humanos.

Los opositores a esa medida, en cambio, argumentan que legalizar las acciones del Ejército participando en la vigilancia del orden en la sociedad civil es ya un acto de militarismo contrario a la Constitución que nos acercaría  a una indudable “dictadura militar”.

El hecho es que un régimen así, con participación militar prominente en los asuntos públicos, nos alejaría de la democracia acercándonos en efecto a un régimen militarista, no de la noche a la mañana, sino paso a paso disfrazados, que es el estilo de gobernar de Enrique Peña Nieto, quien pasaría a la historia, a no dudarlo, como el creador de un régimen militarista, dictatorial y antidemocrático.

Posteriormente, tanto el Presidente como el General Cienfuegos moderaron sus posturas, el primero diciendo que en caso de urgencia o necesidad el Ejecutivo podría llamar al Ejército en su auxilio; por su lado, el Ejército argumentó que en tal caso  las fuerzas armadas no tendrían ninguna responsabilidad ante la ley.

Por supuesto, a una norma como ésta le faltaría una multitud de precisiones y calificaciones, pero dejémoslo así mientras el congreso se digna legislar, diciendo al mismo tiempo que la opinión pública más general se opone tajantemente a la posibilidad de que el Ejército cumpla con labores policíacas, con escudo en la ley, puesto que sabe bien el camino resbaladizo de nuestras leyes y funcionarios, que pese a las seguridades formales que puedan otorgar en un primer momento con facilidad resbalan a escenarios inadmisibles, autocráticos y plenamente alejados de la democracia.

El hecho es que, la intervención del Estado en contra de “la delincuencia organizada”, dispuesta por Felipe Calderón en 2010, no ha dado resultados positivos. Al contrario, la situación es que los crímenes se han multiplicado en el país y que la lucha armada se ha agudizado, con muchos muertos por delante.

Esto confirmaría lo dicho anteriormente: el fracaso de la política de Enrique Peña Nieto, en este y en muchos otros aspectos, continuación lamentable de la de Felipe Calderón. La violación de los derechos humanos se ha dado en muchos aspectos, que también marcarán el tiempo de Peña Nieto, con lo que se prueba que un puesto de alta responsabilidad no se cumple con ceremonias y discursos, y con mesas de funcionarios e invitados cada vez más largas, sino con la paciencia y la discreción con que cumplieron sus obligaciones en México y con México otros presidentes (Benito Juárez, Lázaro Cárdenas).

En el aspecto económico, salvo que no se encontró la fórmula para un mayor y más rápido crecimiento, los asuntos tal vez no fueron en este sexenio tan desastrosos como en otros, salvo que siguió galopante la desigualdad, la concentración de la riqueza y las inequidades sociales. Y esto no es menor, porque es la raíz de muchos enfrentamientos en el país.

Y el mayúsculo problema que tiene frente así Enrique Peña Nieto es ahora la vecindad de los Estados Unidos encabezados por Donald Trump, que por su obsesiva fijación antimexicana pondrá todos los obstáculos imaginables al desarrollo mexicano. Naturalmente más los problemas internos nuestros como la corrupción y la ambición desmedida. Veremos cuál es la película del país que pronto nos mostrará sus lados más lamentables y ¡ojalá! otros que no lo sean tanto.

Por supuesto, una de las cuestiones claves en el próximo futuro es la de la elección presidencial de 2018, en que están en juego varios temas esenciales para el futuro del país. Seguramente uno de los principales es la del personaje que sea el elegido, y aquí francamente “la caballada” está muy escuálida, salvo uno al que tal vez la mayoría de los ricos e influyentes parecen ponerle su veto. Pero hay algunas datos que parecen inapelables: la enorme dificultad, tal vez imposibilidad, de que nuevamente el PRI llegue al poder.

La combinación de factores o la posibilidad de alianzas parece hoy sumamente remota, mientras que la presencia, de Andrés Manuel Lopez Obrador, presente también en todo el país, en sus giras celebradas con una persistencia ejemplar, parece ya ser el favorito o el preferido de una mayoría de mexicanos, según las encuestas. Al mismo tiempo, su visión de México parece ser otra, y más positiva, que la de sus potenciales rivales.

En el plano internacional, al que nos hemos referido ya en columnas anteriores, por supuesto el problema de la lidia con Donald Trump parece ser por mucho el más importante. Aquí diré en todo caso que la diversificación internacional del país sigue siendo tal vez el reto más importante y a la larga el más redituable. Y esta noción ha sido casi totalmente descuidado por el Ejecutivo actual y prácticamente por todos los anteriores.

Para concluir, simplemente diré que la movilización del país (ahí está América Latina, ahí está Europa, ahí está Asia) tal vez sea la mejor manera, en todo caso, de evitar las ratoneras como la que ahora nos atrapa.

Por último diré que la movilización y militancia del país entero, principalmente de sus sectores populares, es tal vez el rasgo de futuro promisorio más positivo que podamos asumir.