María del Pilar Torres Anguiano
Después de la tormenta llega la calma, al menos eso es lo que se dice. Pero ¿qué pasa cuando intuimos que la calma que nos espera no necesariamente es lo mejor? Cuando no queremos regresar a lo mismo. No otra vez. En las redes sociales uno se encuentra frases que parecen decir lo que casi todos pensamos, como ésta que se lee en twitter: Todavía no volvamos a ser los de antes. Por favor sigan ayudando #60DíasPorMéxico. En ese tenor, escuché a alguien decir que, en cierto sentido, va a extrañar estos días en los que se ven muestras de apoyo, actitud solidaria y buenas intenciones y que ojalá no volviéramos a la normalidad. No supe cómo responder al comentario. No sé si esté expresado en los términos indicados, pero desde luego, suscribo la buena intención que en él subyace. Tal vez el eje de reflexión está en que hoy sabemos que detrás de esa normalidad –a la que poco a poco hemos de volver– se ocultaban muchas cosas que el sismo hizo evidentes, como la indiferencia y falta de participación, o la corrupción presente en casi todos los niveles; esa detestable corrupción que mata, como lo señalan las evidencias encontradas bajo los escombros. Lo cierto es que para nadie es nuevo que los mexicanos nos hemos unido ante la tragedia que repentinamente nos cambió la vida. La tragedia trae dolor, pero el dolor trae esperanza y por alguna razón despierta lo mejor de nosotros. Nos pone al límite, nos obliga a reaccionar.
Los griegos acuñaron el término katharsis, que significa purificación, para referirse a aquello que se produce en el espectador de una obra de teatro trágica. En la tragedia, a través del sufrimiento de los personajes, los espectadores se purifican identificándose con ellos. Se hace presente la fatalidad, que trae consigo conceptos de nobleza, heroísmo, belleza y grandes verdades que mueven a las personas. Cuando el espectador se identifica con los personajes y padece junto con ellos, se produce esa katharsis. Si eso ocurre en un escenario ficticio, cuando la tragedia es real y devastadora, como la del pasado 19 de septiembre, sus alcances trastocan hasta el último rincón de la conciencia humana.
¿Quiénes somos cuando cambian nuestras circunstancias de golpe? Podemos imaginarlo o teorizar sobre esto, pero no lo sabremos plenamente sino hasta que lo vivimos. El golpe de ese momento, en el que la conciencia despierta para afrontar las situaciones límite con su carácter paradójico, activa procesos de crecimiento súbito y de lucha, en medio de un mundo que se tornó confuso y adverso. Así los jóvenes de hoy, que crecieron con las historias de los mayores, hace una semana se convirtieron en ciudadanos y sin saberlo callaron la boca de todos los que alguna vez –directa o indirectamente– nos hemos referido a ellos como una generación individualista e indiferente.
El filósofo francés Karl Jaspers reflexiona sobre las situaciones límite que generan perturbación y angustia, y las posibilidades de encontrar sentido en medio del sufrimiento. Estas situaciones extremas confrontan a la persona con su mundo y con su situación concreta, generando serias preguntas existenciales que pueden conducir a diversos lugares: desde la incertidumbre y el escepticismo hasta el vacío del sinsentido y de vuelta a la indiferencia.
No obstante, en medio del sufrimiento, cada individuo puede conquistar auténticamente su existencia al encontrar un sentido positivo más allá de los sentimientos desesperanzadores que acompañan estas vivencias.
El sentido del sufrimiento no está, pues, en una modificación de las circunstancias externas ni tampoco en una falsa esperanza de que las cosas cambien solas. El sufrimiento tiene sentido cuando yo soy capaz de transformarme a mí mismo en medio de situaciones adversas que por propia iniciativa nunca busqué, en términos de Víctor Frankl: “la conducta del hombre no es dictada por las condiciones que él encuentra sino por las decisiones que toma”. Ese cambio en uno mismo es lo que Jaspers llama ganar la existencia o también llegar a ser sí mismo. De nadie más que del individuo, depende ese cambio de actitud frente a la situación límite, de tal manera que, al no dejarse dominar por esas circunstancias desfavorables, la persona se eleva por encima de sí misma. Las ideas de Frankl complementan la propuesta existencialista de Jaspers: el hombre no es libre de condicionamientos ni determinismos, sino que es libre solamente respecto a la actitud que va a tomar respecto a aquello que no puede cambiar.
Así los mexicanos nos sobreponernos a la desgracia. Algunos no podemos evitar sentirnos ‘culpables’ de que no nos haya pasado nada, de poder dormir en casa con los seres queridos, mientras otros lo perdieron todo. Así, una tragedia es una situación límite en la que la gente tira sus redes al mar, suspende su labor y corre, al menos momentáneamente, al encuentro de algo desconocido. Nadie puede permanecer inmóvil ante la tragedia. La gente de carne y huesos, especialmente la gente joven, salió de todos los lugares y acudió al llamado de la conciencia. Esta, parecía decirle al oído a cada mexicano, como en el poema de Benedetti:
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo…
Qué bueno que así haya sido. Por eso todos hacemos votos porque esta crisis sea el principio de algo mejor. La intención subyacente es la misma, expresada en otra de las frases que en estos días se hizo muy famosa en las redes sociales. La tuiteó @ferbelaunzaran, pero ya es de dominio público: los jóvenes han tomado las calles, ojalá que ya nunca las suelten. Estoy segura de que todos suscribimos porque sabemos que, si así van a ser los jóvenes, estaremos en buenas manos.
@vasconceliana




