Pilar Torres Anguiano
¿Cómo te fue hoy? ¿Hay que comprar algo de la papelería? Eso era lo primero que me preguntaba mi madre luego de recogerme en el colegio. Quienes fuimos niños hace 25 o 30 años, conocíamos el método: ir a la papelería a comprar una monografía del tema en cuestión. Da igual si se trataba de “la contaminación”, “el ciclo del agua” o “Sor Juana Inés de la Cruz”, la horrenda monografía nos daba un panorama más o menos general del objeto a describir, y en el mejor de los casos, La Enciclopedia Británica, o El Tesoro de la Juventud, que algunos padres se preocupaban por tener en casa para fomentar el hábito de la investigación en sus hijos. Afortunadamente, mis padres eran de estos últimos; sin embargo, eran las propias maestras quienes exigían la monografía, supongo que para asegurar que todos los alumnos partieran de un planteamiento común, y terminábamos siendo evaluados de acuerdo con la información estandarizada de los temas. Aun así, cada alumno tenía conciencia, ideas distintas y vivencias distintas de lo aprendido.
Para las generaciones posteriores, las herramientas son digitales, pero el método es prácticamente el mismo. ¿Qué pasaría, en cambio, si el maestro pidiera a sus alumnos escribir un ensayo sobre Sor Juana, desde su propia vivencia y punto de vista? Probablemente alguno comenzaría diciendo que Sor Juana Inés es la persona que aparece en los billetes de doscientos pesos, que es el nombre de la calle en donde vive algún pariente, que así se llama una escuela primaria, o que es la autora de algún libro que aguarda pacientemente a ser leído en el estante de la casa. La Décima Musa es una, pero a cada uno se le representa un fenómeno distinto en la conciencia.
La primera opción descrita es la forma tradicional de proceder. La segunda, consiste en partir de nuestras propias vivencias, y es, a grandes rasgos, a lo que se refiere la fenomenología. Es cierto que, en términos generales, puede ser que el método fenomenológico no constituya una explicación completa de la realidad que se va a estudiar; después de todo, una vivencia personal no aportaría mayores datos al conocimiento universal sobre el objeto en cuestión. Sin embargo, constituye un método para describir las cosas tal y como aparecen en nuestra conciencia.
Edmund Husserl es el padre de la fenomenología, una de las corrientes de pensamiento más influyentes del siglo XX. Para Husserl, el hombre es un ser racional, activo. Capta los objetos del mundo exterior con la conciencia, tal es el punto de partida de todo conocimiento. Un fenómeno es aquello que se manifiesta a la conciencia, lo que conocemos de la realidad. Como sólo conocemos lo que hemos experimentado o vivido, puede afirmarse que la conciencia es un conjunto de vivencias.
La conciencia capta objetos que se aparecen ante nosotros como fenómenos que se hacen presentes. Por su parte, la conciencia, que es activa y dinámica, constituye su propio mundo a partir de sus vivencias; así, le da vida al objeto, lo vivifica y le da sentido.
Prácticamente en todas las casas hay objetos que dejaron de usarse: lo mismo da si es un aparato de ejercicios que con el tiempo se convirtió en un estorboso perchero, algún juguete arrumbado, unos zapatos de tap que ya nadie usará, o un piano que ahora es una mesa para un florero. Sin embargo, no siempre es fácil deshacerse de ellos. Nos apegamos a las cosas no por ellas en sí, sino por aquello que nuestra conciencia recrea en ellas: memoria, tiempo, vivencias. Cualquiera de estos objetos cobra sentido cuando se representan ante la conciencia, y gracias a ello vuelven a ser aquello para lo cual fueron creados. Un libro de poesía que reposa latente en un estante no es más que un objeto, solamente tiene sentido en la medida en que deja de serlo y se convierte nuevamente en libro. Eso ocurre cuando alguien lo lee, cuando la conciencia entra en contacto con él.
Todo lo que percibo, recuerdo, quiero y juzgo se convierte en una representación; a través de esa representación, establezco una correlación con el mundo. Para representarme algo en la mente necesito percibirlo, no importa si se refiere a escuchar música, leer poesía, caminar por las calles del centro histórico, o abrir un libro nuevo para oler sus páginas. Todo aquello son vivencias, y para la fenomenología son la base de mi conciencia.
¿Hace ruido el árbol que cae cuando no hay nadie para escucharlo? La respuesta a esta pregunta varía de acuerdo con nuestra versión filosófica del mundo. Esta pregunta es casi tan antigua como la memoria social. De hecho, esta manera de formularla simplemente expresa de forma concreta una pregunta abstracta que los filósofos llevan milenios haciéndose: ¿El mundo material, con todo lo que conlleva, existe independientemente de que alguien lo perciba? La respuesta que se daría a esta cuestión desde la fenomenología es que, de la misma manera que un libro tiene sentido cada vez que alguien lo lee, el sonido sólo tiene sentido cada vez que es percibido por la conciencia.
Por eso, la verdadera cuestión que subyace en la pregunta problemática sobre el sonido del árbol sería la definición de realidad. ¿La realidad es lo que percibimos, lo que existe independientemente de que lo percibamos, o es algo difícilmente definible en un punto medio entre ambas suposiciones? Si como establece la fenomenología, cada conciencia crea su propio mundo, bien podríamos trasladar el caso del árbol y el sonido a otros ámbitos. Así, podríamos afirmar, por ejemplo, que nunca dos personas leyeron el mismo libro. Las implicaciones de lo anterior se verán reflejados en prácticamente toda la filosofía posterior: Heidegger, existencialismo, estructuralismo, teoría crítica y un largo etcétera
Husserl, un autor en quien cobra pleno sentido aquella frase que dice que cada cabeza es un mundo, nos recuerda la esencia del pensamiento filosófico, según el cual, la pregunta siempre será más importante que la respuesta, por todo lo que genera en la conciencia, por la manera en la cual logra que el mundo nunca vuelva a ser el mismo.
@vasconceliana





