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Luis Ricardo Guerrero Romero

De todos modos, haber aprendido la práctica de la Amidá por medio de las redes sociales ya no me había gustado tanto, es decir, ambos solíamos buscar extravagantes extraordinarias extranormales situaciones que hacen las personas en otros lugares, todo inició con la ouija, después la danza lakalaka, los tutoriales de cocina para comer Masgouf, las ventas con nulo éxito al aventurarnos a exportar el traje de tehuana, la compra del metical mozambiqueño; entre otras muchas actividades que disfrutábamos hacer juntos. Cada uno, en sus respectivas casas sabíamos cómo andar en la vida virtual y ser felices a la hora de compartir nuestras hazañas. Desgraciadamente, el dinero se agota con cada compra, el dinero nos acabó antes que nosotros a él, probablemente es la ley de la vida y por eso dicen que es el “poderoso caballero”, nada en el mundo nos abrió tantas puertas como el dinero, su caballerosidad deslumbraba a todos los virtuales receptores con los que nos relacionábamos.

Lo último de hacer los rezos de la Amidá, nos pareció soberbio y excéntrico, pero a los sujetos que nos instruían no les hizo gracia el modo en que intentamos renovar sus rituales. En nombre de Dios, se ha matado, pero nunca me puse a pensar que en su nombre me iban a persuadir para que violara a mi compañero de aventuras virtuales. De todos modos, la práctica de la Amidá sólo fue un pretexto para hacer lo que siempre deseé.

La edad virtual en la que nos encontramos, según leemos en el texto anterior, definitivamente nos ha acercado a muchos lugares, costumbres, sabores, idiomas, mujeres y hombres que, de no haber existido tal realidad-acercamiento virtual, para muchos sería imposible conocer tanto de tanto sitio. Aunque ya nos antecedían otros sectores, el educativo estaba algo renuente a ser valorado a distancia, sin embargo, hoy y mañana para nadie será ajeno encontrar a muchos profesionistas con formación virtual (lo considero un plausible avance para la educación).

No obstante, el tema de estas líneas tiene otra intención, divaguemos académicamente pues en la idea de la palabra virtual. La voz virtual tiene una interesante historia, pues así le denominamos a todo aquello que aparentemente no está en la realidad física, es decir que, incluso en una sala virtual donde oímos y vemos al emisor, éste no está realmente en nuestro contexto físico. Lo virtual demanda un presente, una fuerza. Es tan cierta la fuerza que la misma palabra nos lo designa por herencia del latín: virtutem, virtud, y en la ciencia física aquello que tiene aparente existencia. Los helénicos, en su pedagogía según se revisa en La República, aprendían embriagándose, pues sólo con los efectos del alcohol, virtualmente se llegaba a ser niño, y así aprender de modo más natural, pues en un estado etílico se despertaban los verdaderos sentimientos del aprendiz. ¿Curioso que ahora el vino se estigmatice para aprender? En estas realidades virtuales todo parece débil, pero no lo es, tan sólo es una virtual agonía.

l.ricardogromero@gmail.com