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Ambulantaje, declaraciones y declaratorias

Óscar G. Chávez

A l menos 19 manzanas son las que integran el denominado Centro Histórico de la ciudad de San Luis Potosí en el perímetro delimitado por las calles de Coronel Romero-Reforma, al poniente y norte; Ponciano Arriaga o Eje Vial, al oriente; y Pascual M. Hernández al sur.

No es exagerado afirmar que al menos 50 por ciento de ellas se encuentran infestadas de comercio ambulante, mismo que se ha convertido en el enemigo por excelencia de los comerciantes establecidos, de la ciudadanía que diariamente recorre por diversas necesidades gran parte de las mismas, o áreas concretas; y desde luego en el enemigo del mismo Centro Histórico.

El daño provocado por este tipo de comercios a esa área que han invadido paulatina y masivamente, no es sólo cuestión de imagen, hay que considerar otra gran cantidad de problemas inherentes a ellos y que han escapado de la mano de nuestras autoridades municipales.

Entre los daños que el desmedido incremento de comerciantes ambulantes informales provocan en el centro, se encuentran aquellos que bajo las formas de contaminación visual o auditiva, tienden a propagarse de una forma rápida en este espacio. A esta contaminación intangible debemos agregar la material o tangible, la cual implica considerar las enormes cantidades de basura que son generadas por estos comercios, y de las cuales no se responsabilizan, constituyendo su exposición en la vía pública un atractivo permanente para fauna nociva.

En el mismo sentido de la salud pública, porque es un problema que entra en esa dimensión, la proliferación de estos puestos representa una buena cantidad de espacios obstruidos a personas con capacidades diferentes, como pueden ser quienes utilizan de manera permanente las sillas de ruedas o bien los invidentes.

Olvidémonos, en el caso de los puestos que expenden productos alimenticios, de las precarias medidas de higiene –no hablemos de ellas que el que esto escribe es un ferviente cautivo de algunos productos así elaborados–, sin embargo pensemos en el daño que el uso inevitable de grasas provoca en los inmuebles históricos que son aledaños a esos puestos.

Dentro de los espacios en los que el ambulantaje ha sentado sus reales podemos observar que no sólo han bloqueado la visibilidad total de algunos inmuebles, sino también les ha dado por comenzar a utilizar como soportes estructurales sus bardas, columnas y basamentos.

Bástenos transitar por el espacio peatonal de la calle de Iturbide, en el tramo comprendido entre Constitución y Villerías, limitado a ambos lados por el Teatro de la Paz y el ex convento del Carmen, pudiendo ser uno de los espacios más esplendorosos del centro, así como propiciar de una manera mucho más agradable espacios públicos de convivencia heterogénea, se encuentra de manera total en posesión de carpas, toldos y sombrillas.

Situación similar es la que atraviesa el mercado más antiguo, de los existentes, de la ciudad; el mercado Moctezuma, llamado de manera coloquial como el de los guaracheros, se encuentra sitiado por estructuras de diversas formas y tamaños entre las cuales se expenden desde ropa y piratería electrónica, hasta alimentos y cigarros.

Ciertamente hay actividades, incorporadas a estos rubros, que por su peculiaridad, pintoresqueidad y derechos históricos deberían prevalecer, sin embargo la gran mayoría de ellas deben ser desterradas del Centro Histórico.

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Durante varias administraciones gubernamentales estatales y municipales, se buscó a como diera lugar que el Centro Histórico fuera declarado patrimonio de la humanidad, diversos especialistas fueron convocados para participar en la elaboración de cuerpos documentales que avalaran la muy anhelada declaratoria; sin embargo, sin otra finalidad que la de obtener considerables ganancias, ninguno tuvo el valor y la sensatez para hablar con franqueza de la inviabilidad del mismo.

Fue en la administración de Victoria Labastida en la que se logró incorporar, de una manera bastante forzada el Centro Histórico como parte del llamado Camino Real de Tierra Adentro, que fue declarado patrimonio de la humanidad. Fue entonces cuando esta cauda de expertos se jactó de haber alcanzado al fin la pretendida declaratoria. Falacias; sueños guajiros.

Sin embargo, y en el supuesto que la ciudad fuera finalmente patrimonio de la humanidad,  lo más probable es que perdiera su –inexistente– declaratoria, en virtud de no existir las condiciones que garanticen la conservación del Centro Histórico.

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Lo que Labastida consecuentó, Mario García lo solapó e incluso lo llevó a un nivel de concordato entre las autoridades municipales y el comercio ambulante; no pudo, no supo y no quiso confrontarse con los líderes de ambulantes y de organizaciones políticas que lo fomentan.

Las declaraciones de los integrantes de Nuestro Centro, vertidas el día de ayer ante los medios de comunicación, otorgan un voto de confianza al alcalde Ricardo Gallardo, quien ha prometido combatir ese problema.

Considero, no obstante, que más que la buena voluntad y el diálogo ofrecidos por la directora de Comercio municipal, hará falta una mano dura que destierre del centro este añejo problema. El problema es que Gallardo quiera aplicarla sin lesionar sus políticas populistas y confrontarse con aquellos que en gran medida lo hicieron ganar.

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Por cierto, ¿no fue la diputada Rosa María Huerta la que a fines de junio de este año señalaba ser consciente que sus hijos no son unos santos, sino inquietos como cualquiera?  Inquietud común de los jóvenes, le llamó.