Este ‘‘momento’’ de la sociedad puede ser efímero y contraproducente (así lo fue el ‘‘momento’’ de México que pretendía asumir como homenaje a sus políticas el ‘‘estadista mundial’’ hoy en quiebra) si no encuentra formas aceptables, plurales, razonadas, de organización. Que no haya ilusos para que no haya desilusionados, es la frase de Manuel Gómez Morín que los panistas han aportado a la praxis nacional. El florecimiento de una pálida primavera mexicana puede quedar en un retroceso si los brotes críticos se marchitan con rapidez y son devueltos a los maceteros áridos y amargos del pasado reciente (la referencia primaveral es usada con las reservas que impone el recordar que movimientos ‘‘espontáneos’’ han terminado en otras latitudes con el triunfo de grupos e intereses supuestamente combatidos o similares a los depuestos).
La flora acostumbrada a los extremos, en cambio, está empujando con una rudeza que la administración federal ha soportado por cálculo político de la inmediatez, pero que no será borrada de la memoria vengativa de un régimen en cuya genética predominan la corrupción, la simulación y la represión. La quema de sedes de partidos políticos (PRI, PAN y PRD) y de oficinas públicas (gobiernos y congresos) y las movilizaciones sostenidamente rupturistas (cierre de carreteras, toma de casetas de peaje para dar paso libre, por citar algunos ejemplos) están liberando una energía social largamente contenida y constituyendo una pedagogía de la insurrección que tiene al gobierno federal virtualmente inmóvil frente a un jaque que debería ser (¿o haber sido?) manejable.
Entre esos polos de la protesta social no hay salidas políticas construidas. Las convocatorias a las marchas masivas y a acciones nacionales provienen de acuerdos básicos entre algunos activistas que luego reproducen los llamados a través de las redes sociales, pero sin un programa de mediano y largo plazos. Mucho se ha insistido en la importancia de realizar un paro nacional (se habla de este 20, día revolucionario), pero hasta ahora las condiciones sociales parecían poco propicias para un lance de esa magnitud, que significaría pérdidas laborales y otro tipo de afectaciones a los partícipes.
Si el actual administrador federal se mantiene en su sitio, a pesar de la creciente exigencia para que renuncie al cargo, y a pesar de los diarios escándalos de corrupción y de criminalidad oficiales, la protesta pública podría desenvolverse por caminos negativos. Los recién llegados a la expresión pública de la insatisfacción podrían volver a los nichos de un relativo confort cada vez más amenazado. Y los desbordados podrían pasar a los terrenos de la oposición con las armas en la mano al tiempo que el pasmo del gobierno federal optara por la represión como respuesta desesperada. Lo único cierto es que las cosas van mal y no hay motivos a la vista para suponer que podrían darse soluciones inteligentes y eficaces.
Y, mientras El Chapo es beneficiado por un amparo debido a las inconsistencias en la versión oficial de su apresamiento (atento, Abarca sembrado en Iztapalapa), ¡hasta mañana!