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Luis Ricardo Guerrero Romero

Lorenzo Estrada de la Torre fue el niño menos deseado de la generación del 2000, sus padres como muchos en la historia sólo fueron interpretados por los demás: abuelos, tíos, amigos, ex parejas. Tantas ocasiones tuvo que oír de sus padres el no deseo de haberlo traído al mundo, los planes nada fructíferos que irrumpió a ese par de adolescentes. Obligado a vivir por gracia de los abuelos que por fortuna pensaban algo más sensato que los neófitos padres. Hoy Lorenzo recuerda su infancia entre juegos de video y series de Netflix. Sabe que una forma honesta e inteligente para saciar sus pasiones es realizar Podcast y jugar al villano tras la pantalla de las redes sociales. Incluso aprendió que discutir los temas en persona es algo arcaico y que, es mejor mandar inbox o subir estados en whats para que la persona en pugna entienda en qué se equivocó.

Hace no muchos días, cuando Lorenzo y yo nos graduamos de la carrera de astrofísica, me di cuenta de que la brecha generacional va mucho más allá de sus costumbres, reafirmé que su lenguaje no es tan bello como el de mi generación, puesto que, yo a mis 34 años aún entendía perfectamente la expresión que propalé hacia el joven Estrada de la Torre. Ya que, cierta noche, entre elíxir (agua loca a base de Tonaya, frutas y Four Loko) y platica acalorada discutimos sobre qué género era el más productivo, yo defendiendo a la mujer le increpé: ¡cálate morro! Lo cual no entendió, ni modo, no se me hizo con el colágeno.

Calarse, calado, calándose, formas infinitivo, participio, gerundio. Algunas expresiones con el sujeto implícito. Lo calado, el calar, no habrá que confundirlo con lo que cala, como aquella idea de que por ejemplo lastima, aunque algo tiene que ver. Por ejemplo, cualquier persona después de estar expuesto al sol dice: me caló el sol; en realidad lo que está afirmando es que, el calor de astro mayor parece penetrarle la piel, es así la idea por antonomasia de calar. A partir de la voz antigua helénica: καλαω [kalao] relajar, aflojar, hacer bajar. Así tenemos la idea de cuando niños la nueva bici habría que calarla, la idea fue aflojarla, que diera de sí, recordemos desde luego que, aflojar es disminuir la presión de un cuerpo. De allí la expresión del compadre que es: “un macho calado”.

A todos nos ha pasado que, ante alguna oportunidad de algo, ya sea laboral, sentimental, profesional nuestro yo interior hace uso del pretérito pluscuamperfecto y antepretérito: me hubiera o me hubiese calado (respectivamente). Así, de tal suerte, calar hoy tiene una semántica distinta a la de los espartanos, pero una fonética casi similar. Aunque no pretendo convencer a nadie de esto, pero si miento, nomás cálense.