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Luis Ricardo Guerrero Romero

Muy a pesar de tus ideas, vuelves a despertar, con pocas nulas ganas de tender tu cama, te levantas, aunque sigues en la modorra. Caminas, tu sistema nervioso sabe que el suelo está frío. El agua de la regadera cae, se desperdician unos cuantos litros en el espacio de 2 por 2 de la regadera, lo cual no te importa, pues es agua que tú no necesitas. No sabes qué, no sabes cómo, pero haces como que no te importa, vuelves a vivir, pero no lo piensas, no te interesa, no te atañe saber si tu vida está viva. Haz hecho de tu existencia un pedazo de los pedazos de tus pensamientos. En tu mente a veces, lo único que transita sobre el tema es: ¿por qué he de pensar en la vida?, ¿qué beneficio, o provecho saco al pensar en lo que pienso? Sabes que nadie redituará tus reflexiones y no te importa darles importancia.

Sales de la ducha, un día más sin saber por qué o para qué vives, pero agradeces a Dios que estás viva, sin duda, al levantar tus clamores al cielo porque ahora tú vives, automáticamente agradeces que otros ya han muerto. Lo sabes, pero no lo dices, te apena ser humano, pero te alegras porque hoy volverás a comer, a reír, a descansar. Disfrutas el descanso, pues según tú, lo mereces. Celebras la vida, cuando en realidad lo que celebras cada día es que no has muerto.

El acto de celebrar, como lo indicó el relato anterior puede tener tergiversaciones, o bien, puede conducirnos al placer. En este periodo se acercan múltiples celebraciones, y la gente está inquieta, es decir, está sin la quietud de la soledad. Así pues, recordando de memoria los versos de Walt Whitman: “Me celebro y me canto a mí mismo. / Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir, / pues cada átomo mío es también tuyo. / Vago al azar e invito a vagar a mi alma”. Puedo decir que: ¿Estar aquí es suficiente motivo para celebrar-se? No en verdad, sólo es un ejercicio de hipnotizado.

Cuando nos destinamos a celebrar, es falsamente con alguien, o con muchos. De hecho, a partir de la voz latina: celeber: numeroso, concurrido; es de donde se generó nuestra palabra celebrar. Quizás tenga enlaces con el adjetivo cardinal: centum. Pues lo que se celebra está en proporción con la cantidad, un centenar de personas hacen una celebración —por eso Dios nunca celebra—.

Por ejemplo, las ahora caravanas migrantes, cada día que avanzan celebran, de un modo poco festivo, pero el estar unidos es célebre. A propósito, definimos a una persona célebre, debido a que muchos lo reconocemos, por eso Whitman se canta y se celebra, y yo también lo hago, porque dentro de mí, hay millones de vidas que trabajan para sí, a la vez que me socorren. Preparémonos para las funestas fiestas forzosas, que modificando a Benedetti diré: “Tengo una soledad tan celebrada/ Tan llena de nostalgias y de rostros de ti”.

l.ricardogromero@gmail.com