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Control del Congreso, ¿para qué?

  • Pleno dominio de Morena
  • Opositores, menguados
  • ¿Cambio profundo y real?

Julio Hernández López

La conformación del nuevo poder legislativo federal es altamente propicia para la realización de los proyectos que deseen impulsar el presidente (hoy electo, ya formal en tres meses más), Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y el partido dominante, Morena. Y justamente en esa inusitada fortaleza, con el control pleno y apabullante de los órganos directivos y de las mayorías aritméticas simples, está el gran reto de que este nuevo mapa político de las élites legislativas cumpla las amplias expectativas de cambio positivo que se expresaron en las urnas el pasado uno de julio.

Una primera vista a las figuras más relevantes de la entusiasta jornada de instalación de las cámaras de diputados y senadores podría dar la impresión de que poco ha cambiado el rejuego partidista. Parecerían ser algunas de las mismas caras de siempre, los mismos rituales y el mismo boato “representativo”, aunque el poder acumulado y a ejercer por cada uno de los partidos es radicalmente distinto: esta vez, varios de quienes antes fueron entusiastas tribunos opositores destinados al desdén numérico, ahora tendrán el apoyo de una mayoría aplastante y, en contrapartida, varios de los antiguos mandamases ahora navegarán con banderas disminuidas y naves apocadas.

En una fotografía tomada en uno de los pasillos de la sala de sesiones de San Lázaro (donde se realizó la instalación del congreso, en sesión general) podía verse al nuevo jefe político de esa cámara, el zacatecano Ricardo Monreal (aunque esa jefatura tiene como implacable contrapeso a Martí Batres, quien preside la mesa directiva), junto a otros personajes de sonrisas reales o fingidas y de poderíos recortados.

En realidad, ninguno de los coordinadores de los demás partidos están en condiciones políticamente aptas para darle combate al nuevo imperio de Morena: Miguel Ángel Mancera coordina al puñado del devastado PRD y se sabe en la mira política del ebrardismo ahora resurrecto; Damián Zepeda, el panista que maniobró al estilo de Ricardo Anaya para virtualmente autodesignarse coordinador, tiene encima una rebelión interna que busca cancelar su nombramiento; Miguel Ángel Osorio Chong encabeza una bancada priista de dimensiones caricaturales en comparación con los viejos tiempos ya idos y, para colmo, con divisiones internas; Dante Delgado está en riesgo de que un resultado adverso al Movimiento Ciudadano, en Nuevo León (en el caso de Samuel García), le quite el escaño. Y los asientos del PES y el PT parecen predispuestos a engrosar la mayoría morena. En el Verde, Manuel Velasco Coello está en alianza con el obradorismo y tiene en su agenda la intención de ocupar más adelante un cargo en el gabinete federal, si es en Bucareli, mejor. Ah, por cierto, un nuevo estribillo de lucha popular se estrenó ayer por parte de un grupo de porristas (una especie de Sonora Minera) que entonó: “¡Es un honor/ estar con Napoleón!”.

Los diputados federales tienen a su máximo coordinador en Mario Delgado (Monreal en el Senado y Marcelo Ebrard en San Lázaro, éste a través de Delgado). La figura histórica es Porfirio Muñoz Ledo, a quien se elegiría como presidente de la mesa directiva y, en esa función, le tocará colocar la banda presidencial en el pecho de López Obrador el próximo primero de diciembre. Figura polémica, político de claroscuros, ave de tempestades, Muñoz Ledo podría encarnar justamente el gran enigma de la nueva concentración de poder (el ejecutivo y, virtualmente, el legislativo): continuidad de las reglas e intereses del sistema, con nuevas formas pero sin cambios profundos, o, por el contrario, la utilización plena de una aritmética legislativa, nunca antes vista en formaciones “opositoras”, para realizar transformaciones legales penetrantes y verdaderamente radicales, que den pie al cumplimiento enérgico de esos nuevos mandamientos por parte del jefe real y destinatario personal de las aspiraciones ciudadanas de cambio, un López Obrador que ahora tendrá todo, en términos de la estructura del sistema, para dar un gran giro positivo a nuestro país.

Cabe expresar la pregunta sobre el tamaño y la dimensión del cambio a esperar, si se toma en cuenta que hoy mismo están presentes en el tablero de las decisiones políticas algunos factores que parecen condicionar el ejercicio pleno de las facultades y alcances derivados de la emisión de treinta millones de votos en urnas el pasado uno de julio.

Un primer factor condicionante es el de los grandes capitales, nacionales y extranjeros, que mantienen sobre el obradorismo la amenaza de la descomposición económica y financiera en caso de que sus intereses no sean suficientemente respetados y alentados por los poderes políticos del morenismo. Está presente, y cada vez más configurado, el amago de desestabilizaciones, deslizamiento de la paridad cambiaria respecto al dólar, e inflación (este tema, particularmente alentado por la extraña decisión de fin de sexenio de poner a trabajar la maquinita de hacer billetes, según eso solo para cambios físicos, y de anunciar la indicativa posibilidad de imprimir billetes de dos mil pesos).

La necesidad de atemperar ánimos ha propiciado peculiares acercamientos públicos entre el actual ocupante de Los Pinos, el priista Enrique Peña Nieto, y el electo López Obrador. También ha inducido a presentar un frente común EPN-AMLO en el tratamiento de los acuerdos con Donald Trump respecto al tratado trilateral de libre comercio que ahora se esboza como probable acuerdo bilateral.

Otro factor condicionante es el de las fuerzas armadas y el crimen organizado. Ayer, Alfonso Durazo, el próximo secretario de seguridad pública, dijo que habrá un plan de “profesionalización” policiaca que permita retirar de las calles al Ejército y la Marina dentro de algunos años. Pero el propio López Obrador había dicho antes palabras poco alentadoras en ese sentido, además de aceptar que persistan los usos y costumbres de las élites castrenses en cuanto al nombramiento de sus secretarios. ¡Hasta mañana!

Julio Hernández López
Julio Hernández López
Autor de la columna Astillero, en La Jornada; director de La Jornada San Luis.