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Darte con ganas

Luis Ricardo Guerrero Romero

UNO (Ya de mañana). Nomás que tenga mi triciclo de carga y todo va a cambiar. Con que no me vayan a salir mal las cuentas otra vez y desajuste mi triciclo, ya teniéndolo segurito que salgo de tantas carencias. Todo será más fácil, daré menos vueltas, pero con más cositas para vender. ¡Nombre!, mis hijos se pondrán tan felices como yo. En los días que menos trabajo tenga me la pasaré con ellos dándoles paseos. Le puedo pedir prestada la bocina a mi compadre y así los viajes con mis tres hijos y yo serán muy divertidos. Lástima que esa mujer no haya visto cómo me fui superando, pero a ella le gustan las cosas de oro y yo la verdad, estaba ahorrando para este triciclo. En la casa de empeño me dijeron que sí me apartarían el triciclo así nomas de palabra. Yo les creo, porque la señorita que me atendió llevaba puesta en su cuello una medallita de la guadalupana, y las personas que son creyentes, deben ser buenas. Quizá por eso me ha ido de la chingada, por no creer en esos diositos, en fin, ya me tocó esta vida matraca y no hay más que echarle ganas. —¡Buenas señorita!, oiga, ¿dónde está el triciclo que me había apartado el mes pasado?, así nomas de palabra, ¿recuerda? […] Pues ni modo, de todos formas algún día se iba a morir.

DOS (Noche anterior). Pues vamos a ver quién gana, pero si tu pierdes, pues te quitas todo. Yo como quiera aún traigo el vestido sobrepuesto, aunque el bra y el G-String ya los perdí. Pero ya te dije, pierda uno u otro, no va a ver nada de nada, porque no me quiero quitar la medallita que mi abuela me regaló. Entiéndeme, sí me gustas, pero no deseo sentir todas tus ganas adentro mientras llevo puesta a la virgencita. Ya nada más que se muera la abuela, y me la quitaré, y entonces sí, le damos con ganas.

TRES (Hace tiempo). Además de ser gerente de la franquicia en la casa de empeño, la ex esposa —emprendedora mujer separada de su marido vendedor ambulante y asesino por encargos—, acaba de ser socia de un sonado ganadero de Ciudad Fernández. La gente cuenta que ya desde mucho antes ella engañaba a su entonces marido, e incluso dos de los hijos que ahora tiene el ex esposo, ni son de él. Pero parece ser que el pobre hombre ni cuenta se ha dado. El ganadero corre con suerte, pues hasta los curas de aquellos lares son sus amigos, y le aseguran que con un buen diezmo la benevolencia de Dios cobija el amasiato que vive ahora.

Veamos el relato por partes con la finalidad de divagar en la palabra. Un vendedor ambulante asesino; una vendedora creyente y caliente; una mujer emprendedora y su amante ganadero. ¿Qué tienen de común? Nada, salvo que son mexicanos y sin saberlo le dan un giro semántico a la palabra: ganas. ¿De dónde vienen las ganas? A todos nos vienen desde dentro, y hacemos uso de ellas para tantas cosas. Los superficiales personajes las usaron para: poner empeño a algo; para vencer en un juego tanto como para excitarse; y para obtener bienes. El último personaje —el ganadero—, en su nombre lleva la historia de este verbo ganar. Pues efectivamente, se le denomina ganado al conjunto de animales que da a cambio de bienes. De ahí el ganadero y el ganado. Además, cuando algo nos da bienes, estamos felices, brillamos como el ambulante del triciclo. La voz helénica γανυμαι (ganymai)> ganumai> ganomai> ganoar> ganar; significaba estar alegre o hacer relucir algo, con probabilidad bienes, y sabemos que los bienes en ese entonces estaban reflejados según el número de vacas o bestias: el ganado. Se dice que la expresión: “echarle ganas” es muy mexicana, pero yo tengo mis dudas, tal vez echarle chingadazos, sea la expresión nacional.