Este año, de los peores para la Central de Abastos  
23 diciembre, 2014
canaco
Canaco pedirá compromisos firmados ante notario público
23 diciembre, 2014

De sombras sin caudillos

Óscar G. Chávez

A Adda Rosalía Jaimes, por su pasión por la imagen;
por aquella Ciudad cambiante que mira desde su ventana.

M ientras pensaba en Carmen, la nieta recién llegada de España, recorrió lentamente su sillón de trabajo separándose con dificultad del escritorio; se incorporó y aflojó un poco el nudo de la corbata al tiempo que buscaba una galleta para Capri, el mimado y viejo perro. Gotas de frío sudor comenzaron a perlar su frente; la sensación le era familiar, tres veces la había ya experimentado. Refugio Hernández, el conserje de las oficinas, escuchó el pesado golpe contra la puerta del despacho a las 22:45 horas. 22 de diciembre de 1976, Martín Luis Guzmán Franco, escritor, militar, periodista, político, había fallecido.

De la capilla número siete de Gayosso –de Félix Cuevas–, fue trasladado el féretro al Palacio de Bellas Artes; dos columnas de infantería del Ejército Mexicano recibieron los restos. El grado de coronel le había sido conferido en 1914, por despacho de los generales Francisco Villa y Lucio Blanco.

Un poco después de las cuatro de la tarde del día 23, el féretro fue introducido a la cripta del panteón Español de la Ciudad de México; sobre ella, una alta columna rectangular de concreto armado, con la inscripción: Coronel Martín Luis Guzmán 21-VI1853–29-XII-1910. La patria no siempre recuerda y honra las virtudes de sus hijos; una clara alusión al padre del escritor. El lote funerario había sido adquirido en abonos; el enganche y su primer pago habían sido desembolsados en época de crisis económicas, durante el primer destierro en España.

Antes del sepelio, y flanqueado por un joven y adusto Porfirio Muñoz-Ledo, secretario de Educación, Agustín Yáñez, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua –de la que Guzmán fue miembro de número–, y representante del gobierno de la República, pronunciaba la oración fúnebre:

Hay vidas ejemplares en cuya tumba inician perennidad intangible. […] Liberal a marcha martillo, se reveló en sus empeños estudiantiles y en sus primeros escritos; luego asociado al esclarecido grupo del Ateneo de la Juventud –par de José Vaconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri–, concurrió a la reforma espiritual del país y por cauce lógico, se sumó a la Revolución, en la hora de su estallido: actor y cronista, figuró cerca de Francisco Villa –una de sus últimas alegrías fue la traslación de sus restos al Monumento de la Revolución–; más tarde colaboró con la causa de la República Española; memorable la batalla que, al realizarse en México el Primer Congreso de las Academias de Lengua Española -1951-, libró por la autonomía de sus corporaciones; […] En fin, desde 1959, consagró su clara inteligencia, su tenacidad, a construir y poner en marcha la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, magna obra en cuyo desempeño lo acechó la muerte. Tampoco echaremos en olvido la dignidad con que desempeñó el cargo de senador de la República.

Quienes tuvimos el privilegio de conversar con don Martín, aprendimos, admiramos el orden arquitectónico de su discurrir, su rigor lógico, su apropiada elocución, cualidades que resplandecen a lo largo de su obra literaria, que para mí culmina en las Memorias de Pancho Villa, donde con lenguaje precario elemental, distinto al de otros libros, mantiene vivo el interés, al hilo copioso de páginas: lección suprema de maestría.

En efecto, Martín Luis Guzmán es un gran maestro de la lengua española: uno de sus clásicos, cuyos prolijos trabajos de concepción y expresión, transformación de la realidad en el arte, mediante la fantasía y el señorío del idioma, se nos dan en sencillez, ajena por completo a formulismos retóricos. Leerlo, sobre ser ocupación gustosa, es aprender secretos en el oficio de a comunicación menester indispensable para gente a cualquier nivel.

Martín Luis resumió su postura vital en tres términos: fidelidad a la vocación, amor al oficio, repudio a la improvisación.

Había pasado al panteón de las letras patrias, al de la hagiografía de lo heroico, en la discreción de la tumba familiar; a ella bajaron los tres hijos y el secretario de Educación. La familia declinó cortésmente el propósito presidencial de sepultarlo en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Fue el adiós al Axkaná González de El águila y la serpiente.

La obra de Martín Luis Guzmán comprende títulos relacionados con el proceso revolucionario, entre ellas: La querella de México, 1928; A orillas del Hudson, 1920; El águila y la serpiente, 1928; La sombra del caudillo, 1929; Aventuras democráticas, 1931; Memorias de Pancho Villa, 1936; Muertes históricas, 1958; Febrero de 1913, 1963; por mencionar algunas.

No puede omitirse, por la temática histórica, pero dentro del ámbito de la lucha de independencia, Mina el mozo: héroe de Navarra, 1932; donde aporta por primera vez un dato preciso, que no obstante el testimonio irrefutable, la historiografía oficial se empeña en continuar difundiendo el dislate: no era Francisco, nunca lo fue. Martín Javier: Martín en honor del padrino, de la madrina, del bisabuelo y otros parientes, y Javier para que sobre él velase uno de los cinco santos protectores de Navarra.

Sin embargo es recordado de manera general, por su obra La sombra del caudillo, en la que relata las purgas post revolucionarias ocurridas durante el proceso reelectivo de Álvaro Obregón, y que culminarían con la matanza de Huitzilac, el 3 de octubre de 1927. México entraba a la época moderna marcada por los hados de los ídolos sedientos. Sombras de sangre marcarían su porvenir.

Años más tarde, durante el sexenio presidencial del general Lázaro Cárdenas, el país de los caudillos revolucionarios fue desterrado y entró en letargo; las sombras, no obstante, perseguirían a la mayor parte de sus presidentes. Asesinatos y crímenes de estado, que como maniobras políticas realizadas en aras de una estabilidad nacional, pretendieron justificar sangrientos procederes, disfrazados de actos en beneficio de la patria.

El mismo Cárdenas no escapó a ellos; cerró su sexenio con los asesinatos encubiertos de los simpatizantes de Juan Andreu Almazán, durante las elecciones en que resultó electo como su sucesor el general Manuel Ávila Camacho.

De ahí en adelante las sombras de la muerte siempre acompañarían a sus sucesores, quienes directa o indirectamente ordenaron o encubrieron los hechos en que eran asesinados aquellos que por oposición al régimen instaurado, y por la vía de la protesta, actuaban mediante la legítima inconformidad. Enemigos de la patria que debían ser desaparecidos.

Los regímenes más violentos fueron aquellos que sucedieron el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines. Primero, López Mateos y sus represiones en contra de ferrocarrileros, médicos y profesores, hallaron sangriento corolario con el brutal asesinato de Rubén Jaramillo y su familia, el 23 de mayo de 1962. No escapó ni su esposa en avanzado estado de gravidez.

Díaz-Ordaz, su sucesor, no logró establecer la tranquilidad para un país que se empeñaba en hacer patente su rechazo a la situación de aquellos años. Matanza de copreros para legitimar sindicatos blancos, afines al gobierno, en 1967, en Acapulco. La violencia se dirigió también contra el sector estudiantil que mediante marchas y protestas organizadas evidenciaba el descontento contra un régimen autoritario. Una pretendida tranquilidad para los Juegos Olímpicos, fue obtenida por el derramamiento de sangre universitaria; el dos de octubre, la noche de las luces de bengala y las bayonetas sangrantes; se mostró al mundo los alcances violentos del aparato gubernamental mexicano. Tlaltelolco, la sombra permanente de la represión no desterrada aún del imaginario nacional.

La matanza perpetrada en el sexenio de Luis Echeverria, un jueves de Corpus de 1971, evidenció nuevamente la incapacidad del gobierno para solucionar mediante el diálogo. Señor de horca y cuchillo iniciado en el laboratorio de represión violenta y de sangre, que fue el régimen que le antecedió. 120 muertos en las cercanías de San Cosme, frente a cuerpos de seguridad oficiales que actuaron omisamente sin impedir los hechos. Fueron también víctimas de esta violencia oficial en aquel sexenio, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, luchadores sociales y líderes de los movimientos populares en la zona de la Montaña de Guerrero.

Asesinatos de estado orquestados por lo que el historiador Pedro Salmerón Sanginés, al hacer un recuento detallado de cada uno de los crímenes que abultan la enorme lista de aquellos que fueron asesinados, ha denominado el mismo PRI de siempre.

Vendrían luego, durante el sexenio de Ernesto Zedillo, las matanzas de Aguas Blancas, en 1995, y Acteal un 22 de diciembre de 1997; ésta última ayer cumplía 17 años de haber ocurrido. Omisión e impunidad, las rúbricas del estado mexicano.

Felipe Calderón también aportó su cuota de sangre e incrementó las sombras de muerte sobre el aparato oficial. Una guerra declarada de manera irresponsable que generó una gran cantidad de muertes inocentes entre la población civil. Daños colaterales y necesarios, arguyó aquel que logró mantener un gobierno –obscurecido por nubarrones de fraude electoral–, por obstinación personal y mediante un aparato militar enviado a las calles en función de policía. Violaciones a los derechos humanos y abusos, nunca procesados, en contra de la sociedad civil.

No es necesario abundar en datos sobre la problemática actual de violencia engendrada por un estado incapacitado para mantener la estabilidad y el orden en todos los sectores poblacionales. Tlatlaya y Ayotzinapa, cercanas, han sido los detonantes sociales de este sexenio. Nada parece indicar que aquí concluirán estos hechos; sin embargo la capacidad de respuesta y reclamo de la ciudadanía frente a estos abusos es cada vez más evidente; el descontento y la inconformidad han logrado permear a todos los niveles.

Es tiempo de dejar atrás el país de los crímenes de estado; el de las sombras que tanto obsesionaron a Martín Luis Guzmán; entre ellas, las de su padre y de Benito Juárez, que fueron sus últimas acompañantes; mudos testigos sus retratos. Es tiempo de salir de un entorno en el que es patente la ausencia de caudillos y la presencia constante de las sombras.

#RescatemosPuebla151