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El Caso Dreyfus y México (1)

Federico Anaya Gallardo

Hace años, en la sociedad culterana de nuestro país, de vez en cuando salía a relucir El Caso Dreyfus, pero casi siempre en intervenciones superficiales. Por ejemplo, durante alguna de esas eternas charlas de café adonde se discute todo y se resuelve nada, un intelectual asegún muy leído pero que poco escribía, levantaba alto el dedo índice de su mano derecha para exclamar “¡Yo acuso!” y luego despotricaba en contra de la facción política enemiga. Cosa triste. La memoria del Affaire Dreyfus –como se conoció en Francia– había quedado reducida al titular que el director del periódico L’Aurore le dio a la denuncia pública del caso escrita por Emilio Zolá el 13 de agosto de 1898.

Merece atención preguntarnos por qué una cosa tan superficial sobrevivió en las conversaciones mexicanas. Para ello, primero hay que recordar de qué trató el Affaire. A continuación, un apretadísimo resumen:

En 1894, un capitán diplomado de Estado Mayor francés, llamado Alfred Dreyfus, fue acusado de haber entregado a los alemanes importantes secretos militares. Lo juzgó un tribunal militar, lo encontró culpable y lo condenó a cadena perpetua en la Guyana Francesa (específicamente en un peñón llamado La Isla del Diablo). Corrían los tiempos de la Tercera República y la sociedad francesa se recuperaba de la terrible derrota frente a los prusianos en 1871. Si había un consenso nacional era La Revancha. Ayudar a Alemania era la más alta traición imaginable. El Caso Dreyfus demostraba que Francia estaba rodeada de enemigos e infestada por traidores. Aparte, la prensa de derechas subrayó que Dreyfus era judío. (Aquí está una de las raíces del antisemitismo francés que luego, en 1940, llevaría a muchos conservadores a colaborar con los fascistas.)

Paradoja: Los Dreyfus eran, primero que nada, ciudadanos de la República Francesa. Siempre habían dejado para lo íntimo y privado su creencia religiosa. No se identificaban primariamente con la comunidad judía en Francia. Por eso Alfred había abrazado la carrera de las armas. Mientras él estaba en la Isla del Diablo, su familia organizó su defensa, señalando que la acusación no había exhibido pruebas contundentes. (El expediente se había declarado confidencial por lo que hoy llamamos, “razones de seguridad nacional”.)  Los Dreyfus construyeron pacientemente una red de apoyos que exigían una revisión del caso. Pero no avanzaron mucho.

Por su parte, el ministro de la Guerra ordenó una revisión interna del caso y se la encargó a un nuevo jefe de inteligencia militar, el coronel Marie-George Picquart. Fue este quien descubrió que Alemania seguía recibiendo documentos e información desde el Estado Mayor francés. ¿Había otro espía? Las pesquisas de Picquart descubrieron que Dreyfus era inocente. Peor: Picquart descubrió que los altos mandos del Ejército protegían al verdadero espía –el mayor Walsin Esterhazy– quien era un noble católico arruinado y corrupto.

El Alto Mando militar trató de ocultar la trama y, al hacerlo, enredó más la madeja. La prensa, llamada por la derecha a denunciar al “judío traidor” en 1894, ahora se preguntaba por qué el Ejército defendía a un corrupto como Esterhazy. Desesperado, el Alto Mando acusó a Picquart de revelar secretos de Estado y éste quedó liberado de su juramento de confidencialidad, por lo que se unió públicamente a quienes exigían un nuevo juicio para Dreyfus y el castigo de Esterhazy.

El nuevo juicio ocurrió en 1898. Se realizó en público de la gente. Pero no en París, sino en una ciudad de provincias, Rennes. ¡Nuevo escándalo! Dreyfus fue de nuevo condenado. Es en este contexto que Emilio Zolá colocó en L’Aurore una carta pública dirigida al presidente de la República que concluía diciendo, por todo lo anterior, ¡Yo acuso a…! siguiendo una lista de los más altos funcionarios de la República Francesa. El gobierno ofreció a Dreyfus conmutarle la pena y dejarlo vivir en Francia –pero seguía siendo culpable.

Francia estaba dividida (y siguió así hasta la guerra contra los fascistas) entre quienes querían la absolución de Dreyfus. Eran Dreyfusards y se identificaban como republicanos, liberales, laicos (un tanto comecuras), progresistas y socialistas. Frente a ellos estaban los Anti-Dreyfusards que se identificaban como monárquicos (legitimistas o bonapartistas), conservadores, católicos (y antisemitas), reaccionarios y burgueses.

Spoiler: en 1908 los Dreyfusards habían ganado todo, el Estado reconoció los méritos de Dreyfus, le restituyó su honra y lo hizo miembro de la Legión de Honor. Picquart fue ministro de la Guerra. Francia separó la Iglesia del Estado (un asunto que el bonapartismo había dejado pendiente cien años antes).

La división y la polarización radical que provocó el Affaire Dreyfus espantaba a todas y a todos. (Si te parece que esta historia tiene que ver con nosotros, lectora, tienes razón.)

En 2016, la UNAM publicó un libro del historiador Andrés Orgaz Martínez, titulado El Caso Dreyfus en la prensa mexicana (1894-1908), en el que se compara cómo las ideas liberales evolucionaron de una manera paralela pero contrastante en Francia y en México. Orgaz nos muestra cómo fue interpretado el Affaire en nuestro país y qué cuerdas hizo resonar en nuestro propio debate político.

No es asunto menor que la persona que más atención prestó al caso haya sido Justo Sierra Méndez (1848-1912), a quien la gran intelectualidad mexicana proclamó “Maestro de América” –pese a ser el fundador e ideólogo del partido científico bajo la dictadura porfirista.

Sierra Méndez escribía una columna para el periódico El Mundo en 1899. El espacio de Sierra se especializaba en eventos literarios, políticos y diplomáticos. El Mundo era un semanario ilustrado propiedad de Rafael Reyes Spíndola (1860-1922) a quien el Ayuntamiento de Tlaxiaco en Oaxaca declaró en 2022 –vía su muro Facebook– como “Padre del Periodismo Moderno en México”. (Liga 1.)

El Mundo empezó a publicarse en Puebla el domingo 14 de agosto de 1894. En su primer número (“prospecto”) incluyó una crónica de las actividades diarias del presidente Porfirio Díaz y relató los debates en la Cámara de Diputados sobre el desafuero de un diputado federal y un senador que habían participado como testigos en un duelo entre el ciudadano José Verástegui y el coronel Francisco Romero –en el cual, como era de esperarse, el civil murió.

En opinión de El Mundo, el mejor discurso fue el del diputado Francisco Bulnes, quien apoyó el desafuero con dos argumentos que –aunque han pasado 130 años– aún resonarían con simpatía en nuestra plaza pública. Primero, el duelo es un privilegio para la gente de levita que ofende a los descamisados. (Así cabeceó El Mundo esa sección del discurso.) Dijo Bulnes: “Si un hombre del pueblo riñe con otro ante cuatro ó cinco personas y lo mata, sin haberlo siquiera imaginado cinco minutos antes, un Juez, juez de los descamisados, lo condenará á 12 años de prisión. Si un individuo de levita, con dos ó tres días de anticipación y apercibimiento mata á otro en duelo, delante de cuatro testigos, un Juez, juez de gente decente, lo condenará [sólo] á 5 años ó lo absuelve”.

Segundo, Bulnes dijo que en un duelo se involucran sólo dos clases de personas de levita: la civil y la militar. Dijo Bulnes: “La primera se entrega á sus ocupaciones y nunca toma un arma en sus manos; la última … constante[mente] se dedica al ejercicio de las armas”. ¿Era razonable dejar a los civiles en manos de los militares? No. El coronel Romero había cometido un homicidio (con premeditación y ventaja) y debía ser juzgado por la justicia ordinaria.

El discurso de El Mundo era una extraña mezcla editorial, lectora. Por una parte, hacía caravana ante el poder del dictador. Por la otra, defendía los ideales liberales de igualdad y anti-militarismo. Pues bien, fue en ese periódico que Justo Sierra dio seguimiento al Caso Dreyfus y nos dejó su opinión del mismo.

Sierra sugirió que “la Francia” podría aprender algo de México. En nuestra República, el liberalismo había ganado y controlaba la Constitución y el gobierno efectivo desde 1867. En Francia, la Tercera República había nacido de una coalición inestable que requería el apoyo de los conservadores. En México, el Ejército había nacido del Pueblo que organizó guardias nacionales. En Francia, el Ejército era el mismo que habían organizado los dos Bonapartes. Sierra, sincero liberal, sugería con elegancia que Francia terminase la tarea progresista. Era obviamente, un Dreyfusard.

Pero Sierra era también hijo y nieto de una de las oligarquías mejor establecidas de México –en Campeche y Yucatán. Le horrorizaba la violencia y desconfiaba profundamente de los impulsos populares. Don Justo escribió en 1895 un relato de viaje por los Estados Unidos titulado En tierra yankee (notas a todo vapor) adonde se puede apreciar esto que digo. (Lo puedes leer completo en la Liga 2.) Por lo mismo, desconfiaba mucho de los socialistas y condenó que los Dreyfusards se hubiesen aliado con el naciente partido y movimiento obrero en Francia. Sin embargo, una vez que la coalición Dreyfusard ganó el poder, don Justo se alegró al ver que los socialistas “entraban en razón” y moderaban sus demandas. (Y en este punto, por supuesto, no sugirió que México aprendiese de “la Francia”.)

Sierra se definió a sí mismo como un liberal-conservador. Una cosa rara y contradictoria, pero que existe en la realidad. Legalmente, el Caso Dreyfus terminó con el segundo juicio militar por traición en Rennes, 1898. Dreyfus era culpable, pero el Estado lo “perdonaba”. Justo Sierra Méndez aplaudió esta solución y la comparó con el arreglo porfiriano en México: un régimen liberal que, para mantener la estabilidad política, tiene que hacer concesiones a los poderes fácticos… empezando por el Ejército.

Nota final:

Como ministro de la Guerra Picquart preparó bien a Francia para lo que hoy conocemos como Primera Guerra Mundial. La República resistió el asalto alemán durante cuatro años sangrientos. Hasta el Partido Socialista apoyó el esfuerzo de guerra total. Picquart murió justo en enero de 1914, cinco meses antes del Atentado de Sarajevo que detonó las hostilidades. Esto lo salvó de una sorpresa desagradable: al empezar la guerra, la República prohibió que se hicieran películas o se escribiese literatura sobre el Affaire Dreyfus… para mantener alta la moral pública y al Pueblo unido alrededor del Ejército nacional.

La guerra fue y vino. Regresó en 1939 y terminó de nuevo en 1945. Pero la primera película mayor francesa sobre el Caso Dreyfus se estrenó hasta 1995 (dirigida por Yves Boisset) …medio siglo después. En verdad que El Ejército (L’Armée) es un tabú en aquella hermana República. Más material para una buena comparación, diría don Justo Sierra Méndez.

agallardof@hotmail.com

Liga 1:
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Liga 2:
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