Achacan a la ASE exoneración al Municipio en el caso Sandra
3 junio, 2016
Elecciones 2016: votar a ciegas
3 junio, 2016

El Nuño porfiriano

Ignacio Betancourt

Cuando escribir del presente resulta doloroso y reiterativo, puede ser conveniente hurgar en el pasado para descubrir (también dolorosamente) que los cambios sociales suelen ser excesivamente lentos, pero ocurren. Siempre será inaceptable decir que los reclamos no sirvan para nada, quienes así opinen muy probablemente sólo desean contagiar la disimulada complicidad de su indiferencia. La impunidad es más frágil de lo que se supone, los conflictos son externos e internos: cuando menos se supone salta la liebre. Los anacronismos no sólo son un problema filosófico, son también un problema ideológico. Por ejemplo ¿para qué seguir insistiendo en un solo modelo de familia cuando las sociedades tanto se diversifican?

El Aurelio Nuño del porfiriato se llamaba Joaquín Baranda, ministro de Justicia y de Instrucción Pública, quien el año de 1892 (año de la tercera reelección consecutiva de Don Porfirio) ordenó reprimir al movimiento popular estudiantil que se oponía a un nuevo periodo presidencial del General Díaz (especialmente en la capital del país), el Nuño porfiriano ordenó se realizara en el país el más cruel aplastamiento de los disidentes (todo en estricto cumplimiento de la ley). Con el actual comandante Aurelio Nuño, México ha regresado a los finales del siglo XIX. ¿Qué haremos los mexicanos del siglo XXI para no retroceder 125 añales, 125 añejos, 125 añicos?  Habrá que sumarse a ese gran levantamiento popular que hoy se gesta entre el magisterio agredido “legalmente”.

En 1905 el periódico satírico de la ciudad de México La Orquesta, publicó una caricatura del extraordinario dibujante Santiago Hernández, en donde puede verse a Juan Diego (hoy, San Juan Diego), rodeado de elegantes curas ataviados con solemnes gorros y lujosas capas, extendiendo su ayate en donde resalta la imagen milagrosa de la guadalupana, pero con una significativa diferencia: en lugar de las típicas rosas lo que brota del ayate del indígena son redondos costales de monedas. ¿Intuición o premonición de Santiago Hernández? ¿Qué ha cambiado en un siglo en la Iglesia Católica? Aún siguen lloriqueando por los no nacidos, cuando increíblemente se hacen de la vista gorda respecto a los cientos de miles de niños que mueren por enfermedades curables o por desnutrición (entre la abundancia de algunos católicos).

Y pasando a otros asuntos mejor hablemos de la fábula, ese género literario que según la Real Academia Española, es una “Composición literaria, generalmente en verso, en donde por medio de una ficción alegórica y de la representación de personas humanas y de personificaciones de seres irracionales, inanimados o abstractos, se da una enseñanza útil o moral”. Por otro lado, habría también que señalar el contenido autoritario de la mayoría de las  fábulas cuando plantean valores particulares haciéndolos pasar por universales (lo cual suele volver impositiva su significación), tal embosada fatalidad logra anularse con una actitud crítica sobre lo establecido.

A lo largo de la historia los fabulistas se han nutrido de autores anteriores a quienes recrean o toman en préstamo (lo que hace casi imposible precisar la fuente original). El español Félix María Samaniego (1745-1801) explicaba en una de sus fábulas: “En mis versos, Iriarte,/yo no quiero más arte/que poner a los tuyos por modelo”. Por supuesto se refiere a ese Tomás de Iriarte canario (1750-1791) autor de los conocidos versos: “Aunque se vista de seda/la mona, mona se queda”. Respecto a la fábula en Hispanoamérica, la corona española en Real Cédula del 4 de abril de 1531 prohibía el envío de “libros de romance, de historias vanas y profanas”, pero no objetaba otras formas literarias que suponía aptas para su política de colonización y evangelización, como la fábula. En la Biblioteca Nacional de México existe un manuscrito en náhuatl cuya fecha es 1532, contiene entre otras cosas la traducción al idioma indígena de cuarenta y siete de las más conocidas fábulas de Esopo. Durante el periodo colonial los escritores americanos estuvieron familiarizados con la obra fabulesca, es el caso de El Diario de México en donde publicaron casi todos los ingenios de la época, entre otros Luis de Mendizábal (potosino 1776-1834) y José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827).

En ocasión de un tema de actualidad como las elecciones del próximo domingo, se presenta una irónica  fábula que tal vez contribuya a la reflexión sobre  asunto tan complejo como en buena medida resultan tradicionalmente las votaciones en México, la perversión del voto (muchos tan corruptos como los electos), la ilusión de elegir, la trampa inmediatista con la que el poder se perpetúa, aunque advirtiendo que incluso en el contexto de su dominancia dicho poder se encuentra tambaleante (por esa posibilidad yo votaré).

Del autor colombiano Adolfo Caicedo (1816-1898) va una fábula escrita en sextetas endecasílabas con un pareado inicial cuyo segundo verso es heptasílabo. Se titula La lechuza, el perro y otros animales: Reunidos una vez los animales,/hablo de irracionales,/ trataban de elegir alguna bestia/ que ofreciendo en el solio buenos frutos,/ se dignara tomarse la molestia/ de regir los dominios de los brutos.// Se propuso al León, y con voz dura/ la tal candidatura/ fue rechazada, pues la turba opina/ que su franqueza y majestuosa audacia/  pueden servir de perdición y ruina/ en asuntos que piden diplomacia.//Se trató del caballo, ¡mucho menos!/ Pues dócil a los frenos,/ su carácter al zorro no conviene,/ que necesita libertad completa/ para ejercer la profesión que tiene/ con la cual a su antojo se repleta.// Indicaron al Perro. –“Es un gran bobo,/ dijo indignado el Lobo./ Si lo nombráis nuestra desdicha labra;/ es tonto que alardeando de nobleza/ por darle cumplimiento a su palabra/ dejaría que le corten la cabeza.”// Alguien pidió al Conejo. – “No me agrada/ exclamó destemplada/ una serpiente de maligno tono,/ y me admira que ustedes disparaten;/ ése es un inocente sin encono,/ incapaz de morder aunque le maten.”//  Sea el Venado. –“¡No quiero, es un odioso!”/ Dijo el Ratón goloso,/ pues la buena conducta del Venado/ le hace temer durísimo reproche/ cuando pretenda el pillo redomado/ visitar las despensas por la noche.// No faltó en el Congreso algún sopapo,/ hasta que al fin el Sapo/ fue investido del mando. ¡El Sapo hediondo!/ Y como se asombrase el noble Perro,/ la Lechuza le dijo desde el fondo/ asqueroso y maldito de su encierro:// -“¿Pues de qué, gran imbécil, te sorprendes?/ ¿Acaso tú no entiendes/ que en estas ocasiones la hidalguía,/ el valor, la bondad, causan perjuicio?/ ¿Y que el sapo estudió filosofía/ y conoce las tretas del oficio?//  Es de tierra y de agua. Si en su coche/ la reina de la noche/ recorre el cielo, la saluda afable,/ cantando en el pantano donde vive;/ si se levanta el Sol, con tono amable/ en triunfo desde el cieno le recibe…//¡Cállate mentecato! Por tu crítica/ ya veo que de política/ tú no entiendes ni jota. Si tú fueras/ a Colombia, la tierra de los guapos,/ allí seguramente descubrieras/todo el valor de los señores sapos!”.