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Luis Ricardo Guerrero Romero

Nada más oportuno que llegar a mi tugurio, donde falta agua, pues el Interapas sólo me la provee cada tercer día; donde se va la luz, porque los vecinos ingeniosos saben de electricidad lo que yo sé de electrostática; donde faltan alimentos, porque un trabajo quincenal es insuficiente y las chambas del oficio salen de modo eventual. Ya nada tengo que decir de los servicios de pavimentación o alumbrado, ya nada qué decir de cómo el gobierno nos tiene olvidados. Pero agradezco a los dioses que tengo un techo, con o sin de esto y lo otro, pero techo, pero mío al menos este mes. A veces pido que no llegue el rentero, a veces pido que no me recuerde, que se olvide de mí, que me regale este tugurio. Lamentablemente, no todas las peticiones se cumplen, por eso es falso que: “no hay feche que no se llegue, ni plazo que no se cumpla”, por eso es mentira: “al que madruga Dios le ayuda”, y error lo es igual eso de “el tiempo lo cura todo”.

Tengo 7 hijos y a ninguno lo conozco, sus madres se fueron cuando vieron que no saldría de este trozo de finca, de esta área inhóspita, de este sinsabor de vida. No fumo, no bebo, no me drogo, no apuesto, ni robo, sólo hago la improvisada andanza de vivir antes mi próxima muerte.

Ya tenía tiempo que no había oído eso del tugurio, la sabiduría popular está acostumbrada a cambiar la palabra por aquella que hace alusión a un sitio de trabajo y divertimento, es decir “tuburio” de tubo. Una definición fácil de entender, pero la real palabra original y originaria es tugurio, la cual tiene herencia de la lengua latina tugurium, lo cual mantiene la idea de una choza, cabaña, pero nunca de un bar cualquiera, porque ningún bar es cualquier sitio, aunque vaya cualquiera. A veces, lo mejor es pensar que nuestro espíritu no sea tugurio, sino un recinto colosal.

l.ricardogromero@gmail.com