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Eris, o el lado oscuro de la razón

Pilar Torres Anguiano

Que me perdone Oliverio Girondo, pero:

Me importa un pito que rifen el avión o que lo usen de restorán.
Una comida de cumpleaños en el cardenal, o en el vips.
Le doy una importancia igual a cero al hecho de que el nieto nazca en Houston o en Macuspana
Soy perfectamente capaz de soportarles una Yeidkol
que ganaría el primer premio un concurso de clientes VIP del palacio de hierro,
¡pero eso sí! Y en esto soy irreductible,
no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan conciliar.
Si no saben conciliar, pierden el tiempo conmigo.

Eris ofreciendo la manzana de la discordia en la boda de Tetis y Peleo. Pintura de Jacob Jordaens. 1633. Museo del Prado.

Eris es la diosa de la discordia. Hesiodo, en Los trabajos y los días, dice que Eris no es una, sino dos. Una propicia la guerra y es cruel. La otra es la hermana mayor de la oscuridad y es un poco más amable con los humanos.

La primera Eris debe ser la que, enviada por Zeus, se presentó en aquella boda a la que no había sido invitada (porque nadie la tragaba) con la misión de molestar. Ya saben, aventando la manzana de la discordia para que Afrodita, Hera y Atenea se pelearan y el pobre Paris optase por Afrodita, raptara a Helena y terminara provocando la Guerra de Troya.

La segunda Eris, que es conciliadora, incluso logra que los perezosos trabajen; porque se convierte en una oscura motivación. Pues –dice Hesiodo– un hombre se vuelve ansioso por trabajar cuando quiere ganarle en riqueza su vecino. Por lo tanto, esta Discordia es “sana” porque fomenta la competencia, el deseo de mejorar; aunque sea desde el lado oscuro de la razón.

A la primera Eris le encantan las guerras, por lo que este México maniqueo de buenos contra malos, de malos contra peores, y de ellos contra nosotros, debe tenerla muy contenta. Aquí nos tiene a todos discutiendo qué haríamos si nos sacamos el avión en la rifa y que si Jesús Ernesto hizo mal en decir que la barbacoa que se comió estaba muy chingona. Estupideces que denotan una brecha más profunda de lo que imaginamos.

Así, la discordia nos dicta la agenda, y seguramente se regodea en ver la incapacidad de unos y la vileza de otros. Las ocurrencias de quienes manejan el barco y la mezquindad de los opositores: su amnesia selectiva, su nula autoridad moral, sus pobres argumentos, su berrinche y su envidia, su añoranza de privilegios, su clasismo y su racismo.

Pero la segunda Eris nos recuerda que los opuestos se requieren, se necesitan, aunque a la vez se excluyen y anulan. Salir de este falso dilema, solo es posible con el concilio (a la concordia, ni la mencionamos).

La teoría y práctica de gobernar, la actividad del que participa por la vida pública no puede entenderse sin el trabajo por llegar a acuerdos, evitando llegar al conflicto entre los que conviven en el mismo espacio, para lograr el bien común. Si quien está al frente no lo logra, o por lo menos lo intenta, no es político. Es otra cosa que tal vez se le parezca. Pero nada más. Pues más allá de las especificaciones y principios de los clásicos, los modernos y los contemporáneos, la política es el arte y técnica de hacer lo que deba hacerse por el bien de la comunidad.

Pero los ciudadanos estamos en medio y tenemos el reto de no seguir permitiendo que unos y otros nos dicten la agenda: los que no saben argumentar con respeto y los que no saben conciliar. ¿Qué tan difícil es llegar a acuerdos? Pero, sobre todo, ¿quién o cómo se define o determina lo que constituye el bien de la comunidad?

Se cuenta con un marco legal que asegure la libre expresión, pero tal vez la argumentación de los puntos de vista no está a la altura de las circunstancias; imposibilitando el diálogo. No hay de otra. Se debe conciliar. Solo así se fortalecen las relaciones democráticas. Los acuerdos políticos sobre los asuntos que nos aquejan a todos requieren criterios amplios para abrir la puerta a otras perspectivas. Conciliar implica tener la disposición, no solo a tolerar lo que interpreto como algo que está mal (si no lo viera como malo, no se le toleraría); sino a escuchar y al menos plantearse la posibilidad de que podría cambiarse mi opinión, si existen razones convincentes.

La paradoja de la democracia es que siempre es joven, siempre adolece de algo; y en el caso de la democracia mexicana, sigue en pañales. Sin embargo, los ciudadanos hemos aprendido algunas cosas. Hemos visto que las dirigencias de los partidos opositores no logran definirse entre colaborar con el gobierno por el bien del país, o negarse a priori a cualquier posibilidad de diálogo. También vemos que quienes llegan al poder lo hacen con la bandera de la unidad (univocidad) y la consigna de que gobernarán para todos, pero en la práctica, distan mucho de cumplirlo.

Hace años, en otras circunstancias un tanto distintas, dijo Pablo Latapí que en el camino hacia la madurez política no hay reglas predefinidas, “sólo un espíritu que orienta la búsqueda; ninguna medida prefijada resolverá los dilemas en que se debaten hoy los partidos entre oposición y colaboración, entre su visión particularista y la responsabilidad compartida por el bien global. En el ejercicio de la democracia, los mundos creados a la medida de las ideologías son necesarios, pero tienen validez limitada; lo que cuenta es la construcción penosa e imperfecta, entre todos, de la historia posible”.

En otras palabras, si no podemos desterrar a Eris y si no hay quien sea capaz de conciliar, al menos optar por la segunda, aunque sea, motivados por el lado oscuro de la razón.

@vasconceliana