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Esa extraña cosa llamada pluralismo (5 y final)

Federico Anaya Gallardo

Los hechos son tercos. Pero a veces, son tan obvios que requieren recapitularse. La idea de separación Iglesia-Estado requiere que exista el Estado y que frente a él se plante una iglesia con pretensiones de ser también Estado. En 1917, G.K. Chesterton publicó en Londres su Pequeña Historia de Inglaterra, cuya traducción por Alfonso Reyes editó Espasa-Calpe Argentina en 1946 (núm. 598 de la Colección Austral). Al explicar –capítulo VII– el enfrentamiento de 1170 entre el primer rey Plantagenet (Enrique II) y Tomás Becket, el arzobispo primado de Canterbury, Chesterton debe decir a sus lectores que la moderna sociedad inglesa tiene muchos problemas para entender, entre otras cosas, que la iglesia católica “constituía gobierno” y que no sólo eso, sino que sus leyes competían razonablemente con las que estaba creando el rey inglés. La cosa acabó mal. Unos amigos de Enrique degollaron a Becket, el Papa lo hizo santo y el rey debió aceptar ser azotado frente a la tumba del santo. No terminó allí el pleito. Cuatro siglos más tarde, otro Enrique (el VIII) expropió todas las propiedades de la iglesia, destruyó la tumba de Becket e hizo desaparecer sus huesos. (El texto de Chesterton se puede descargar en http://www.gutenberg.org/cache/epub/20897/pg20897.txt)

Cada uno de los Estados europeos modernos enfrentó y resolvió su disputa entre Estado e iglesia de modo diferente –pero siempre a favor del Estado. La iglesia o se reformaba reconociendo al Estado como su cabeza (Inglaterra, Suecia); o aceptaba que el Estado dirigiese sus asuntos (España, Portugal, Rusia zarista); o era oprimida/suprimida por el Estado (Francia revolucionaria, URSS); o llegaba a algún arreglo conveniente de convivencia (Francia republicana, concordato italiano). Pero en ningún caso imperó la iglesia y en ningún caso el Estado compartió el poder con la iglesia.

Los ejemplos que menciono son sólo europeos porque en las Américas la historia es un poco más complicada. En el septentrión, Canadá y los Estados Unidos, desde su nacimiento tenían un Estado pero frente a él, multitud de iglesias –ninguna de las cuales representaba la posibilidad de sustituir al gobierno civil. Y cuando en Utah, la congregación mormona pretendió mezclar los ámbitos religioso y estatal, la Federación intervino para impedirlo. Latinoamérica siguió un camino más parecido a Italia (en Argentina la Constitución prevé celebrar concordatos con “la Santa Sede” porque “el Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”, Artículo 2 Constitucional). En México se libraron dos guerras civiles acerca de la cuestión y la iglesia católica perdió ambas. De allí que la separación iglesia-Estado mexicana haya sido más radical incluso que en Francia –adonde sólo con el triunfo final de los dreyfusards en 1905, se aceptó la idea de un Estado laico.

Resumida la historia de nuestros Estados occidentales, la pregunta central es si en el México de 2020 existe, frente al Estado, una iglesia que le dispute el carácter de Estado. La respuesta sencilla es: No. En México no existe una iglesia que pretenda ser Estado y pueda serlo. Aparte, cada día existen más iglesias en la República mexicana. Entre ellas encontramos congregaciones inesperadas, como las ummas de musulmanes tzotziles del municipio de Las Casas en Chiapas; o la congregación de quienes creen en la Santa Muerte (a quienes el Estado laico les arrebató su templo hace años alegando que habían traicionado su doctrina). Un mosaico cada vez más diverso y complejo. Una demostración de que nuestra muy liberal Constitución atinó al proclamar la libertad de cultos.

Por lo anterior es que, luego de un análisis serio, parece falsa la acusación de Blancarte y Barranco contra el Presidente López Obrador por poner en peligro el Estado laico y atentar contra la separación entre iglesias y Estado. ¿Por qué ha tenido tanto éxito la acusación? Sucede que ambos académicos nos presentan una larga lista de momentos en los que AMLO comparte espacios públicos con representantes religiosos; utiliza expresiones tomadas de textos religiosos; o bien usa o permite el uso de símbolos religiosos. A primera vista, estos elementos parecen corroborar la hipótesis de los acusadores. Pero si revisamos la lista encontraremos que Andrés Manuel ha hecho todo lo anterior con representantes de las más variadas congregaciones, usa a contentillo frases y ejemplos de varias convicciones religiosas, y acepta trastos de muy disímiles creencias. Lo acaba de hacer justo en estas semanas, al explicar a la prensa que ha recibido multitud de artefactos protectores, desde escapularios católicos hasta un billete de dos dólares, pasando por tréboles con más de tres hojas.

Blancarte no se arredra frente a la pluralidad bizarra del Presidente: para él todo eso, en conjunto, es “religión” e “iglesia” aunque sea “new age” y “bricolage”. El problema del argumento es que no se sostiene políticamente. Frente al Estado, lo que hay son diversas congregaciones a las que el jefe del Estado no ha ofrecido, jamás, ni monopolio ni privilegio… y quienes no pueden exigirlo efectivamente.

Es verdad que el Presidente ha pedido ayuda (a todas) las congregaciones religiosas y también a quienes no creen en religión ninguna. Pero en esto, AMLO más que violar la norma mexicana en materia religiosa, la lleva al necesario siguiente escalón de su evolución. Porque, como Barranco demuestra en su mitad del libro AMLO y la religión (2019), una de esas iglesias, la católica apostólica romana ha recibido –so pretexto de la ayuda social que representa– trato de privilegio. Hoy nos alarman con la pretensión de que se concedan concesiones sobre el espectro radioeléctrico a las iglesias, pero Barranco nos muestra cómo, desde hace décadas, la iglesia católica tiene acceso a medios masivos de radiodifusión.

Más grave: en el campo de la asistencia social, el Estado mexicano ha sido históricamente débil y depende de la ayuda de cientos de instituciones de asistencia privada. Estas IAPs forman un subsector robusto y esencial del sistema de asistencia social mexicano. Hace años, cuando fui representante de la Secretaría de Gobierno del GDF ante el órgano regulador de esas instituciones, la Junta de Asistencia Privada (JAP-DF), pregunté a Antonio Roqueñi Ornelas, un sacerdote católico experto en la materia: “—¿qué papel juega la iglesia católica en la asistencia privada?” Me contestó con una metáfora: “—Si la asistencia privada fuera una pecera, y las IAPs los pececillos, la iglesia católica es el agua.” A 22 años, ya casi nadie recuerda el tremendo escándalo que causaron Cuauhtémoc Cárdenas y la Asamblea Legislativa del DF cuando reformaron la ley de la materia. Cientos de amparos, denuncias de intervencionismo estatal, rumores de confiscación, reaparición de “bolchevismos”. Roqueñí, quien no sólo era un católico cabal sino un leal republicano, era de la opinión que la reforma se había quedado corta. ¿Alguien denunció entonces la infracción católica al Estado laico? Nadie. México ya no está para anticlericalismos. La crisis se resolvió volviendo todos a trabajar en conjunto a favor de las poblaciones vulnerables. Esto lo sabe Bernardo Barranco porque conoció cómo la administración López Obrador invitó a todos aquellos que tuviesen experiencia en la promoción social a evaluar proyectos y a vigilar la aplicación tanto de los recursos privados como de los públicos. Una buena parte de esos cuadros venían de la acción social católica, como él y fray Miguel Concha Malo, OP.

Concluyo mis comentarios sobre este libro, cansando a los lectores con un resumen acerca de quiénes son los dos magníficos autores del libro AMLO y la religión. Han escrito un texto que debe leerse y discutirse mucho más; pero sabiendo quiénes son, podremos entender su postura epistemológica, la atalaya desde la que analizaron el problema.

Bernardo Barranco es, en sus orígenes, un economista de la UNAM interesado en la renovación postconciliar de la Iglesia Católica, que fue un fenómeno de gran intensidad en los 1970. Su interés le llevó a obtener el grado de maestro en Sociología del Catolicismo Contemporáneo otorgado por la Escuela de Altos Estudios Sociales de París. Desde joven participó, de acuerdo a la nota biográfica que publicó Lucila Servitje en la revista Quién (noviembre 2014) “en diversos movimientos de reflexión cristiana”. Bernardo es “un hombre de fe [para quien] su tarea primordial el interpelar”. Y Barranco interpela con conocimiento de causa y amplitud de criterio. (https://www.quien.com/espectaculos/2014/11/01/bernardo-barranco-sociologo-especializado-en-creencias-religiosas-y-cultura) Trabajó en los secretariados de movimientos de estudiantes católicos en Perú, Francia y Suiza. Conoció de manera directa cómo funcionan las modernas jerarquías católicas. Cuando regresó a México en los años 1990 colaboró activamente en las organizaciones de segundo piso generadas por ese catolicismo progresista y comprometido con el pobre que tanto le entusiasma. Gracias a una de estas ONGs (Vamos), fundada por Javier Vargas, uno de los hombres de mayor confianza de don Samuel Ruiz, último obispo de Chiapas, yo tuve el honor de conocerle. Desde esa praxis, Bernardo abrió espacios públicos de reflexión acerca del catolicismo. En su programa de radio “Religiones del Mundo” (trasmitido al menos desde 2005 por RadioRed) debatió temas que los príncipes más conservadores del catolicismo mexicano aborrecían. Bernardo ha sido eficaz vocero de las víctimas de la pederastia clerical. También es tenaz crítico del autoritarismo e hipocresía de gentes como Norberto Cardenal Rivera. Parte de sus aportaciones pueden consultarse en su blog personal. (https://bernardobarranco.wordpress.com/)

Quién 50 de 2014, portada con Denisse Dresser, Martha Debayle y Alejandro Ramírez. La revista incluyó en esta edición a Bernardo Barranco como uno de los “personajes que transforman a México”.

Roberto Blancarte, más joven que Bernardo, es Licenciado en Relaciones Internacionales por El Colegio de México y también egresado de la Escuela de Altos Estudios Sociales de París, adonde obtuvo el doctorado en Historia y Civilizaciones. Su interés por el catolicismo o la política religiosa, sin embargo, parece provenir de una raíz y de una praxis muy diversas a las de Barranco. Mientras éste colaboraba con la red de organizaciones que apoyaban a la diócesis católica de San Cristóbal de Las Casas, Blancarte era consejero de la embajada mexicana en El Vaticano (1995-1998), representando allá los intereses del Presidente Zedillo –el furibundo crítico de la supuesta “teología de la violencia” de jTatic Samuel en Chiapas. Tan estaba del otro lado de la trinchera, que fue condecorado por la Sede Apostólica con la Orden de San Gregorio Magno. (Dato tomado de la página en Wikipedia-español sobre el autor.) A su regreso en México, coordinó a los asesores del Subsecretario de Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación (1998-1999) en el tiempo en que Francisco Labastida despachaba en Bucareli y los paramilitares atacaban el municipio autónomo zapatista de San Juan de la Libertad en El Bosque, en Los Altos Chiapanecos.

Roberto Blancarte Pimentel. Imágenes tomadas de http://wradio.com.mx/programa/2019/06/06/hora_25/1559855620_182674.html y https://es.wikipedia.org/ [Caballeros de la Orden de San Gregorio Magno]

El libro AMLO y la religión no es el primer espacio de colaboración entre estos dos autores que, sólo en apariencia, deberían estar confrontados. Juntos fundaron, desde principios de los años 1990, el Centro de Estudios de las Religiones de México (CEREM) y ambos han defendido, desde sus propias trincheras personales una relación transparente y pública entre la iglesia católica y el Estado mexicano. Mientras Barranco cree en un catolicismo autocrítico, siempre en renovación y fiel al mensaje evangélico de servir a los más pobres, Blancarte es un férreo defensor de un republicanismo que debe ser laico pero, también, servir al pueblo.

No es difícil entender los puntos de coincidencia de ambos autores. Y, a mi leal saber y entender –salvo el servicio de Blancarte al régimen de Zedillo– las causas que han defendido en sus fecundas vidas merecen la admiración y el respeto de todos nosotros, sus conciudadanos.

Hay elementos que los diferencian. Mientras Barranco es ejemplo de fidelidad crítica al catolicismo (Servitje dixit), Blancarte es un académico-cum-funcionario laico estricto que representa a una república moderna frente a la antigua monarquía teocrática que es el catolicismo (Chesterton dixit). Lo que explica la coincidencia entrambos es su respeto por la diversidad social. De allí sus preocupaciones pero también la sorpresa en el lector crítico al ver que no pueden reconocer la pluralidad con que AMLO se maneja en estos temas –¿será porque, al invitar al resto de las congregaciones, el Presidente ha alterado el viejo statu quo en el que sólo figuraban católicos y laicos? ¡Horror, y aún no ha invitado a los musulmanes!

agallardof@hotmail.com