Ignacio Betancourt
Aunque ya no se deba hablar de los partidos (políticos, porque de los partidos de futbol es obligatorio), escribiré ahora de las elecciones a través de un poeta que con sus cáusticos versos habla de votaciones y delirios. “La Lechuza, el Perro y otros animales” es el título de una fábula versificada, escrita por el colombiano José Rojas Caicedo (1816-1898) y alude a las elecciones. A ver qué les parece:
Reunidos una vez los animales/ (hablo de irracionales)/ trataban de elegir alguna bestia/ que ofreciendo en el solio buenos frutos,/ se dignara tomarse la molestia/ de regir los dominios de los brutos.// Se propuso al león, y con voz dura/ la tal candidatura/ fue rechazada, pues la turba opina/ que su franqueza y majestuosa audacia/ puede servir de perdición y ruina/ en asuntos que piden diplomacia.// Se trató del caballo, ¡mucho menos!/ Pues dócil a los frenos, su carácter al zorro no conviene,/ que necesita libertad completa/ para ejercer la profesión que tiene/ con la cual a su antojo se repleta.// Indicaron al perro. –“Es un gran bobo/ (dijo indignado el lobo). “Si lo nombráis nuestra desdicha labra;/ es tonto que alardeando de nobleza/ por darle cumplimiento a su palabra/ dejaría que le corten la cabeza”.// Alguien pidió al conejo. –“No me agrada/ exclamó destemplada/ una serpiente de maligno tono”/ y me admira que ustedes disparaten;/ ese es un inocente sin encono,/ incapaz de morder aunque le maten.// Sea el venado.-¡No quiero, es un odioso!”/ Dijo el ratón goloso,/ pues la buena conducta del venado/ le hace temer durísimo reproche/ cuando pretenda el pillo redomado/ visitar las despensas por la noche.// No faltó en el Congreso algún sopapo,/ hasta que al fin el sapo/ fue investido del mando, ¡el sapo hediondo!/ Y como se asombrase el noble perro,/ la lechuza le dijo desde el fondo/ asqueroso y maldito de su encierro.// -¿Pues de qué, gran imbécil, te sorprendes?/ ¿Acaso tú no entiendes/ que en estas ocasiones la hidalguía,/ el valor, la bondad, causan perjuicio?/ ¿Y que el sapo estudió filosofía/ y conoce las tretas del oficio?// Es de tierra y de agua. Si en su coche/ la reina de la noche/ recorre el cielo, la saluda afable,/ cantando en el pantano donde vive;/ si se levanta el sol, con tono amable/ en triunfo desde el cieno le recibe…// ¡Cállate mentecato! Por tu crítica/ ya veo que de política/ tú no entiendes ni jota. Si tu fueras/ a Colombia, la tierra de los guapos,/ allí seguramente descubrieras/ todo el valor de los señores sapos.”
A lo largo de la historia los fabulistas se han nutrido de autores anteriores, a quienes recrean o toman en préstamo, lo que hace casi imposible precisar la fuente original. Respecto a la fábula en Hispanoamérica, la corona española en real cédula del 4 de abril de 1531 prohibía el envío a “Indias” de libros de romance, de historias vanas y profanas, pero no objetaba otras formas literarias, las que suponía aptas para su política de colonización y evangelización, entre ellas la fábula, que normalmente resulta moralina y sutil difusora de intereses colonizadores y empresariales, basta recordar la historia de la cigarra y la hormiga. Aunque existen excepciones, como la fábula versificada que hoy se presenta.