La raquetbolista potosina Paola Longoria gana por octava ocasión el US Open 2017
8 octubre, 2017
Ceses en Radio Mil. Dilema viejo: Libertad de prensa o de empresa
9 octubre, 2017

Inabarcable castidad

Luis Ricardo Guerrero Romero

No había ninguna necesidad de aquella disputa entre la nueva vecina y mi mujer más reciente, fueron malentendidos los que rodearon la cabeza de ambas, si me hubiesen escuchado bien, todos estaríamos en nuestras casas y no en este fétido almacén extraviado en algún lugar del planeta. No huele bien, hay ruidos de animales cerca, el eco de nuestras voces es la única señal de que seguimos con vida los dos, el llanto de ella es imparable y en mi mente pasan mil cosas dignas de ser escritas en algún trágico capítulo de la biblia. Oigo pasos, finas zapatillas que abarcan la idea de venganza y recelo, también percibo su aroma preferido, es ella. Repíteme la frase del santucho Agustín con la que empiezas tus conquistas —me dijo con tonalidad sexosa y enfadada—, “Señor, hazme casto, pero no todavía”, —le contesté con miedo—. No entendía la finalidad de habernos secuestrado a ambos, bastaba con que me hubiera acusado con los parroquianos y ellos habrían hecho justicia, finalmente no sería la primera vez que me cambiaran de iglesia por haber seducido mujeres con mi santa envestidura clerical, sentí su fuerza sobre mi muslo que soportaba la pisada de una zapatilla, pero el dolor se disipó al escuchar muy cerca de mí una detonación y el ruido como de caída libre de un cadáver, lo cual me hacía pensar que después de ella seguiría yo. ¡Llévense a esa golfa muerta de aquí! —gritó una voz varonil con mando—. Tomé valor y le dije: —cariño, ¡qué quieres!, ¿por qué me has traído aquí, por qué mataste a la vecina?, ¿quién es el hombre que obedece a tus órdenes? —Te sientes muy feliz seduciendo a cuantas mujeres se acercan a ti, mientras tú con el pretexto de tu profesión les pides dinero, sexo y fe ante tu persona, ahora sí le pedirás de frente a tu diosito que te haga casto después de la muerte, pinche curita caliente —dijo con tono burlón aquel sujeto que acompañaba a la que fuera mi mujer más reciente—. No le dispares —le ordenó—, la familia debe de ser primero, te dará gusto ser por primera vez tío, y este hijo que engendraré será bendito. Entonces, me quitaron la cinta de los ojos y la vi a ella lucía tan interesante con sus zapatillas, medias, casulla, mitra y sobre su pecho en el palio arzobispal llevaba grabada la frase: “Señor, hazme casto, pero no todavía”. Me sentí contento de permanecer con vida, pero triste por la muerte de la vecina que comenzaba a amar.

Inabarcable, así es el cinismo del obispo que protagonizó el relato anterior, sabemos que no es total ficción dicha historia, pues muchos obispos como él además de ser encubridores de pederastas, de clérigos con concubinas y mantenidos por la feligresía son castos, pero no todavía, tal como el doctor de la Iglesia Agustín de Hipona lo dicta en su libro de Confesiones (capítulo 8). Así como hay gente de inabarcable cinismo, hay personas que se dejan abarcar por su honesto modo de vivir, y hay quienes por su conocimiento abarcan una rica variedad de saberes; en fin que abarbar un tipo de ser parece un interesante ejercicio para todos, aunque siento atentos al dicho: “el que mucho abarca poco aprieta” notamos que efectivamente es sabio no desear hacerlo o quererlo todo, como este obispo que buscaba abarcar las cosas de su dios sexo y poder, y las cosas de un verdadero Dios. Abarcar es una palabra de origen latino que ha mutado su morfología a causa de un fenómeno lingüístico denominado metátesis, a partir de la palabra: abracar, (palabra compuesta por el prefijo a, por ad: cerca, y la voz bracar, del latín brachium> bracium> bracio> brazo); llegó al catalán como abarcar, es decir, lo que se puede tomar con ambos brazos. El ejemplo más leal de esta palabra es un abrazo, abarcar a alguien es darle un abrazo, asimismo, el identificarse con una idiosincrasia, sistema o modo de vida es abrazar tal idea. Por eso entre los hermanos existe el triple abrazo fraterno, símbolo de aceptación, amor y confianza.