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Interludio infernal y liberación

Federico Anaya Gallardo

Decíamos hace dos semanas que en la Ucrania del siglo XX hubo quienes aceptaron la oferta federal soviética, quienes preferían una república socialista independiente, quienes buscaron una república no socialista e incluso, quienes colaboraron con una invasión polaca en 1920. Si recordé al líder polaco de aquella época, Józef Piłsudski, quien pretendía crear una federación Este-Europea “entre mares” (Międzymorze, Intermarum) es porque su memoria es reivindicada por la actual élite dirigente de la moderna República de Polonia –misma que apoya contra viento y marea a Ucrania en la actual guerra contra la Federación Rusa.

La unión ucraniana con el resto de los pueblos de la URSS fue un matrimonio difícil, trágico. La semana pasada abordé las razones por las cuales las derechas ucranianas de hoy insisten en que el régimen estalinista planificó el exterminio del pueblo ucraniano durante la hambruna de los 1930 (el Holodomor). Es con este argumento que, desde 2014, la República de Ucrania prohibió los monumentos y símbolos del pasado soviético. A su vez, esta represión de la memoria soviética es la que motiva acciones como la muy publicitada de la ancianita de Kharkiv (Járkov) que, ante la llegada de las tropas invasoras rusas en marzo de 2022, ondeó la bandera roja de los soviets. (En la Liga 1 puedes ver un reporte chileno del incidente, que es mucho más complejo que las versiones propagandísticas de un lado y otro.) Como sea, lectora, no te confundas: la Federación Rusa no es la URSS. Su gobierno y el consenso político post-Guerra Fría son tanto o más conservadores que aquellos que dominan en Ucrania.

La memoria histórica en aquellos países es muy compleja. Para entenderla desde la lejanía mexicana, debemos hablar hoy del interludio infernal que representó la ocupación nazi-fascista entre 1941 y 1944.

Para que nadie me acuse de faccioso fanático de la república de los soviets, te propongo acercarnos a los hechos usando a un autor conservador y anti-comunista, quien pese a ello es uno de nuestros historiadores vivos más brillantes: Jean Meyer (n.1942). En su libro Rusia y sus Imperios, 1894-1991 (México: FCE-CIDE, 1997), Meyer está interesado en recoger el testimonio del dolor popular bajo los rojos. (Esto es su gran virtud como autor, pero esconde que sus posiciones reaccionarias son origen y justificación de nuevos y peores dolores populares.) Meyer recuerda que la invasión nazi de junio de 1941 causó la evacuación “de algunos presos (con todo y expediente)” (p.351) El traslado de los presos políticos en Bielorrusia, Ucrania y la Rusia Europea –escribió uno de los evacuados– provocó “un rumor agradable. Rusia estaba en pleno desastre y he aquí que, en la cárcel, los patriotas se entusiasman. Esperan que el mal va por fin a sucumbir, que la guerra va a provocar un regreso a la vida normal, a una vida humana”. El prisionero, Alexander WAT (1900-1967), reportó que él mismo fue trasladado al Este y que “toda Rusia estaba sobre los caminos; los que huían a Ucrania, a Bielorrusia, pero no sólo de los territorios ocupados, sino de todos los glebae adscripti (siervos), todos esos campesinos sin pasaporte, etc. Todo había sido derrumbado, los diques rotos, la ola de la guerra había aniquilado todas las barreras y Rusia echaba a correr. Corría porque la gente era infeliz donde vivía, era una liberación, reanudaba su marcha el eterno nomadismo ruso” (p.351)… La sociedad movediza de la que te he contado, lectora.

En los primeros meses de la invasión nazi-fascista hubo un sentimiento de venganza popular en contra de los opresores soviéticos. Provenía de los sangrientos procesos de la colectivización y de las purgas políticas del estalinismo. Muchos dijeron: “Les llegó por fin su hora a los de arriba. Ahora sí que los tumban” (p.352). Alexandr Solzhenitsyn (1918-2008), reportó que el abuso de la propaganda soviética y las contradicciones del régimen estaliniano provocaron que una parte de la población en las regiones ocupadas no creyera “lo único que debían haber tomado por cierto: que Hitler realmente quería destruirnos, pretendía destruirnos como raza, como nación, pretendía convertirnos en esclavos, en estiércol” (p.352). Meyer reconoce que el resentimiento contra la represión soviética podría haber jugado a favor de los invasores nazis, si no fuera porque, como Solzhenitsyn recordaba, Hitler realmente despreciaba a todos los pueblos no-germánicos. Himmler habría dicho: “Rusia es nuestra África y los rusos son nuestros negros”. Cuando el nazi-fascista decía “rusos” quería decir “eslavos” (p.358).

Sobre lo anterior, te recomiendo revisar las varias conferencias del historiador estadunidense Timothy Snyder (n.1969) presentando su libro Bloodlands: Europe Between Hitler and Stalin (Nueva York: Basic Books, 2010). Los totalitarismos nazi y soviético no eran lo mismo: “Tenían diferentes visiones del futuro. Hitler deseaba una guerra racial que permitiría a los alemanes crear un inmenso imperio agrario en el Este adonde se eliminaría a los judíos y los eslavos serían reducidos a la condición de esclavos o expulsados. Stalin deseaba una revolución socialista global, un futuro luminoso para la clase trabajadora, … [a través] de la industrialización de la Unión Soviética. Hitler quiere deshacer eso… los soviéticos construyeron ciudades, ellos [los nazis] las destruyen. Los soviéticos crearon fábricas, ellos las cierran. Los soviéticos aumentaron su población, ellos la reducen… en decenas de millones”. (Liga 2. Minutos 4:15-6:05.) De nueva cuenta, lectora, te ofrezco la opinión de un autor de derechas, que se ha posicionado en contra del legado soviético.

Regresemos a Meyer. El racismo nazi se impuso y provocó una resistencia de base campesina contra los invasores y una poderosa guerrilla anti-fascista (p.359). “Los alemanes, obsesionados por la ‘raza’, confundieron todas esas naciones en un mismo desprecio y perdieron así la oportunidad de quebrar a la URSS de manera política” (p.371).

Ahora demos la palabra a un descendiente de aquellos eslavos despreciados quienes –bajo las banderas rojas de la URSS– vencieron al nazi-fascismo: se trata de nuestro compañero polaco Maciek Wisniewski, quien escribió en 2015 para La Jornada acerca de las trampas del revisionismo histórico en Europa del Este. (Sus tres artículos comentan, por cierto, la anterior crisis ucraniana, estallada luego de la revolución-golpe de Estado de Maidán en Kiev, en 2014. Ligas 3 a 5.)

Siguiendo a Adam Leszczynski de Gazeta Wyborcza, Wisniewski subraya la diferencia entre los regímenes nazi-fascista y soviético. Mientras los alemanes mataron a millones de polacos, durante la Guerra Fría el régimen pro-soviético eliminó a 30 mil. Los alemanes, siguiendo el Plan Ost, cerraron escuelas; mientras que los comunistas invitaron a los campesinos a las universidades. “Desde luego que Polonia se encontró ‘atrapada’ entre Hitler y Stalin (una huella impresa hasta en las historias personales/familiares), pero la tendencia revisionista en boga de poner ‘=’ entre los dos totalitarismos carece de toda la perspectiva (clasista, de grado, etcétera),” nos advierte Maciek.

Una ordalía infernal. Wisniewski concreta: “Mi abuelo, retirándose con su unidad ante los nazis, fue apresado por los soviéticos y mandado al campo transitorio en Szepetówka (hoy Ucrania), donde ambos invasores intercambiaban a los prisioneros de guerra polacos: los nazis se llevaban a los de menor rango (como a mi abuelo), los soviéticos a los oficiales. / Los últimos (unos 22 mil), muchos profesionales e intelectuales –corazón de la intelligentsia–, acabaron masacrados por Stalin en Katyn (1940); más de 500 mil civiles fueron deportados al interior de la URSS.”

Pero… sigue Maciek: “Aun así, para mi abuelo, un campesino que antes de la guerra apenas aprendió a leer (y para eso tuvo que enlistarse en el ejército)… en Polonia ‘socialista’ acabó la universidad (imposible en la Segunda República [del mariscal Piłsudski])…”

Ahora podemos imaginar los sentimientos complejos de la ancianita de Járkov y su bandera roja. Al parecer, su nombre es Anna Ivanova y tiene 67 años. Su imagen ha servido para la propaganda de ambas partes en la actual guerra. En Moscú, el régimen de Putin la ha convertido en el ejemplo de la opresión que sufren los rusos bajo el régimen ucraniano. En Kiev, el régimen de Zelenski aclara que ella y su marido son víctimas de los bombardeos rusos.

Nuestra fuente es un diario electrónico chileno, que no necesariamente refleja la verdad –esa primera víctima de la guerra. Pero el reporte es verosímil en el contexto que hoy te he contado, querida lectora: Ivanova efectivamente ondeó la bandera roja de la URSS ante un grupo de soldados, que ella creyó que eran rusos. Eran ucranianos. Uno de ellos pisoteó la bandera. Ella le recordó que era “la bandera bajo la que luchaban mis padres y tú la estás pisando”. La mujer rechazó el paquete de alimentos que el soldado le ofrecía. Más adelante declaró que para ella era “una bandera de paz, la bandera con la que terminó la guerra en Alemania. No es una bandera del mal, sino una bandera de amor … Ojalá pudiera llamar a Putin y decirle: ¿Por qué era imposible resolver esta cuestión sin guerra, para que ni sus hijos ni los nuestros tuvieran que morir? Es una gran calamidad, para Ucrania y para Rusia”.

agallardof@hotmail.com

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:
https://www.latercera.com/la-tercera-sabado/noticia/una-anciana-que-saludo-a-las-tropas-con-una-bandera-sovietica-pero-ahora-le-dice-a-putin-que-deje-de-matar-ucranianos/YLHDXXZY6BF4RAO2JXHR3UJ6CA/

Liga 2:
https://www.youtube.com/watch?v=UpabpmjsULk&t=332s

Liga 3:
http://www.jornada.unam.mx/2015/05/29/opinion/016a1pol

Liga 4:
https://www.jornada.com.mx/2015/06/05/opinion/022a2pol

Liga 5:
https://www.jornada.com.mx/2015/06/19/opinion/020a2pol

Julio Hernández López
Julio Hernández López
Autor de la columna Astillero, en La Jornada; director de La Jornada San Luis.