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La esponjosita

Luis Ricardo Guerrero Romero

La semana pasada al terminar su trabajo, él cerró como de costumbre, a veces muchas acciones sólo son como de costumbre, sin darnos cuenta pasan y a nadie interesa. La costumbre es una esponja. Dos, tres giros de llave y estaba dando por clausurado el trabajo agobiante de atender a cientos de personas que llegan con un semblante decaído y salen con una locura en los ojos. Los tugurios de servicios sexo-placenteros siempre son la única alternativa para aquellos que no saben buscar alternativas. Pero también quienes trabajan allí requieren descansar, todo humano exige descanso, un entretenimiento.

Pero la cosa fue que él cerró como de costumbre, y a veces muchas acciones sólo son como de costumbre, pues sin darnos cuenta a todos les interesa la costumbre, por eso también la costumbre es una esponja. Eso pasaba en la mente de Eugenio Grass, cadenero y velador de uno de los tantos lupanares de la ciudad. Imaginemos que casi siempre con aroma a cigarro Grass salía apenas comenzaba a asomar el sol, y en conjunción a esas luces resplandecientes Eugenio Grass solía pensar en lo esponjoso que es el hombre. El ser humano como lo dirían los en ciernes pedagogos es una esponja que todo lo asume propio, cada papel en la vida, cada emoción, cada sentimiento e incluso cada uno de los placeres, el hombre los hace suyos, pero únicamente por costumbre, la costumbre es una esponja y viceversa.

El sexagenario Grass antes de cerrar ese edificio de la mancebía sacaba de su saco una esponja mugrienta y adornada con fétidos recuerdos que se acumularon en una noche de jugosos frutos, con ese utensilio secaba su frente como un ritual de aquel que renuncia a lo visto, oído, tocado y sentido, fruto también de la estúpida costumbre. Puesto que, la costumbre es una esponja, ésta se hincha, se llena, se satisface a cada momento en que tanto Grass, como tú, sólo respiran porque no han descubierto cómo dejar de hacerlo sin sufrir. Eugenio Grass: ¡atento!, que tu vida no sea esponjosita.

Una esponja jamás ha sido un pretexto para dilucidar sobre la vida, a veces, las cosas más fútiles son la analogía de las cosas más milagrosas, como lo es la vida. Yo, no conocía a Eugenio Grass, pero supe de él como muchas personas sabes hoy de Jesucristo o de Buda. Lo que sí conocí fue la esponja de Grass, esa con la que secaba y absorbía toda aquella vibra solicita a Pandora. Una esponja, o lo esponjoso, puede parecernos tierno, placentero al tacto, al gusto, pues así también lo es la costumbre. No obstante, al relato anterior y a estas precedentes líneas, no me interesa ver la composición de algo esponjoso sino de esa palabra que llegó a nuestra lengua y se quedó suavemente en nuestra forma de hablar.

Es así como, la palabra esponja tiene su registro en la lengua helénica, y casi sin cambios fonéticos hoy la enunciamos tal cual como un espartano la mencionaría: σπογγος (spoggos> spongos> espongo> esponjo o esponja). Eso que hoy vemos mágicamente en una dona, ese efecto esponjoso, sin siquiera probar, es una idea que los helénicos ya habían entendido, obviamente sin donas o polímeros suaves, sino en una suerte de esponja de mar. Lo esponjoso nos cae bien, es rico al tacto, como la costumbre es placentera al no emprender un viaje a la renovación. Eugenio Grass lo sabía, y entre tantas locuras de aquel harem, subsistía la idea de renunciar a ese trabajo esponjoso, lo duro, el cambio, cuesta un poquito más.