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Rogelio Hernández López

Otra polvareda se levantó entre periodistas mexicanos por la cobertura, enfoques y estilos periodísticos que se mostraron por el tema de la detención de Joaquín Guzmán y sus asuntos derivados. Fue muy amplio el espectro que se mostró de virtudes y taras del ejercicio periodístico mexicano; también fue amplio el número de quienes expresaron asombro y hasta espanto por todo lo que se exhibió.

Nuevamente, como en otras y muchas ocasiones el punto de referencia para el intercambio de acusaciones y señalamientos entre colegas fue la ética en el periodismo. Ese tipo de discusiones serán permanentes e inacabables mientras predomine el mercado en la difusión de informaciones de interés público.

Tema viejo, permanente. Tiene aristas que ya pocos discuten. No puede haber periodismo totalmente ético. En las sociedades occidentales se combinan diversos regímenes de propiedad, tantas líneas editoriales como corrientes políticas y más; tantos enfoques para tratar la información como la existencia de modelos de empresas; tantas formas y estilos como personalidades de periodistas que dirigen o hacen fuerte presencia en los medios de todo tipo.

Es talante mayor que se mostró es una contradicción inherente, ya señalada desde por lo menos los años 80 del siglo pasado; esa tara congénita del periodismo occidental de que las noticias se convierten en espectáculo ante cualquier oportunidad sin poder evitar que se decante el sentido de servicio social de informar. Tal fenómeno lo han advertido desde hace 30 años o más Juan Luis Cebrián, Umberto Eco, Darío Restrepo y otros. Incluso fue acuñado un acrónimo que dibuja bien esta degeneración, recurrente en algunos e inevitable en muchos: el infortáculo.

Debate que va y viene

En febrero de 2011 escribí un texto con este mismo enfoque para la Revista Mexicana de la Comunicación a propósito de dos acontecimientos que atizaron el intercambio de acusaciones entre pares.

Por un lado se trataba del caso de la niña Paulette Gebara Farah que se convirtió en un verdadero reality show, como acusó entonces el reportero investigador Jenaro Villamil sobre los tratamiento de Televisa y TV Azteca principalmente.

Pero aún estaba igualmente fresco el intercambio de adjetivos entre periodistas (de admiraciones o reproches) por la foto y la crónica del encuentro del periodista Julio Scherer con Ismael Zambada, en “algún lugar” de México.

Entonces y ahora supongo (quizá erróneamente) que la mayoría de personas vinculadas al ejercicio del periodismo saben las interpretaciones que se han escrito al respecto, o al menos lo expresado por el periodista español Juan Luis Cebrián para evitar esa tara.

El infortáculo deriva de las necesidades del mercado de la información –parafraseo al experto hispano–. Las noticias se dramatizan para convertirlas en mercancías vendibles y entonces la información brinca la barrera del servicio social y se adentra en el espectáculo, en el show. Así se supone interesar más a los públicos, alterando sus sensaciones, pero en realidad se crea estática, confusión, hartazgo.

En esos días, como ahora, una intención va arraigando entre algunos medios y periodistas, encontrar un marco ético general para todo el periodismo. Poco a poco han entrado códigos éticos al periodismo de México.

En 1999 pude resumir en el libro Sólo para periodistas lo que para entonces decían muchos observadores del periodismo. Que la prensa mexicana se había sacudido controles diversos que la asolaron por décadas y parecía arribar a un nuevo modelo de comportamiento, más autónomo, más profesionalizante.

En esos años parecía agotado el modelo de cortesanías mutuas con el poder político; la sociedad se hizo más demandante de información; la globalidad introdujo nuevas y mejores tecnologías; se registró una academización acelerada de los periodistas; creció el apoyo al capital financiero, y todo ello estimuló la presencia de nuevas empresas periodísticas (aunque también fomentó la concentración). Así, la información de interés público se fue liberando de sus viejos retenes, comenzó a hacerse mucho mejor periodismo que en todo el medio siglo anterior.

Pero la debilidad mayor que se percibía entonces y ahora es un desarrollo desigual y combinado de la profesionalidad. Por un lado se había aposentado el comercialismo de la información con rasgos de ferocidad. Por otro se habían ido creando códigos de ética para fines colectivos y cinco de empresas, entre periodistas y empresas de los 3 mil 400 medios informativos y asociaciones de periodistas que se registraban en México. Eso parecía el inicio de una tendencia, aunque débil, tal como lo reveló en su libro Códigos de ética periodística en México Omar Raúl Martínez.

Pero el infortáculo es una de las contradicciones permanentes del periodismo. El mercado lo necesita. El debate entre periodistas también seguirá igual de recurrente por las críticas de periodistas más éticos y más libres, pero lo que no ocurrirá, al menos en México, será la imposición de un código de ética único. Seguiremos haciendo periodismo multifacético, plural, de muchas ofertas pero con algunas pautas compartidas:

De esas pautas yo elijo, para el debate de estos días, la singular respuesta del periodista Javier Darío Restrepo en el Consultorio Ético de la FNPI a las dudas que le externó un periodista mexicano sobre el infortáculo de El Chapo:

“Si el oficio de las autoridades es ubicar y capturar a los delincuentes, la del periodista es mantener bien informada a la ciudadanía, dos taras que no tienen por qué interferirse…”