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Los Judas modernos

Carlos López Torres

En clara alusión a la descomposición política ejemplificada por una mayoría de ex gobernadores y funcionarios públicos, considerados en su momento por sus mismos compañeros como priístas distinguidos, acusados casi todos de formar parte de la narcopolítica predominante en el país, o en el mejor de los casos, de ser asiduos corruptos en arcas abiertas, algunos dignatarios de la Iglesia católica en las misas crismales de Jueves Santo, hicieron referencia a la clase política, aunque no se atrevieron a responsabilizarlos de la debacle político-económica y social a la que han llevado al país, ni dieron nombres, por supuesto.

Así, el arzobispo primado de México, Norberto Rivera Carrera, señaló al “caballo apocalíptico” de la violencia que corre desbordado por el país, como producto de la corrupción insoportable y desmedida, y agregó: corrupción que es un “pecado grave” porque el dinero robado no es del gobierno, sino del pueblo pobre que sufre un “despojo mortal”.

Por su parte, el arzobispo de San Luis Potosí, Juan Carlos Cabrero Romero, en la misa crismal –donde se bendijo el óleo perfumado que representa al Espíritu Santo y otros óleos para la unción de los enfermos y el bautismo– al ser cuestionado sobre el papel de los diputados de la actual Legislatura que pretenden ser reelegidos, contestó: “si ya nos fue así, ¿cómo nos irá después?”.

Sobre el compromiso de los legisladores acotó: es un “puesto de mucho privilegio y de mucha visión, además de calzarse los zapatos del pueblo”.

Aunque la deslealtad de no pocos diputados, quienes no sólo no cumplen promesas de campaña, sino aprueban leyes contrarias al interés de los ciudadanos y asumen actitudes personalistas, el arzobispo Cabrero Romero eludió que los continuamente reprobados legisladores deban tener temor de Dios, no obstante insistió que ante las intenciones porfiristas de reelegirse para otro ejercicio, serán los ciudadanos quienes decidan.

Efectivamente, corresponde a la sociedad organizada hacer los cambios impostergables y necesarios, a los que el viejo régimen se opone, empeñado como está no sólo en reproducirse al infinito, sino en impedir cualquier movimiento que amenace la “estabilidad” y los “avances” del país.

Sin embargo, no obstante la aprobación apresurada de la ley que permite la reelección de diputados, presidentes municipales y senadores, en el caso potosino se hace necesaria la creación de un frente antireeleccionista que impida la repetición de aquellos “representantes populares” o ediles que no lo merecen, llamando a los electores a no votar por los candidatos de cualquier partido que buscan la reelección.

No se trata de llamar a violar la reforma, sino de impedir por la vía de hecho la reelección, postulando o apoyando candidatos ciudadanos independientes o con verdadero compromiso social probado. ¿Será que en este San Luis Potosí, con una oposición atomizada, con intereses de grupo evidentes o actitudes hegemonistas, seremos capaces de impedir la reelección de los modernos Judas de la política?