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Ni miedo, ni esperanza

Pilar Torres

Dicen que los mexicanos le tenemos miedo al éxito y que, por eso y otras cosas más, no llegamos al quinto partido. Que cada cuatro años es lo mismo. Eso en el mundo del futbol, pero en la vida diaria también aplica. Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores, dice este cuasi axioma de José Alfredo Jiménez. Y sí. Al parecer, la especie humana es la única que se tropieza dos veces con la misma piedra, detrás de los patrones de conducta en los que todos caemos generalmente se encuentran dos cosas que nos pasan desapercibidas: el miedo de buscar otro camino y la esperanza de que esta vez las cosas salgan mejor. ¿A quién no le ha pasado?

El miedo al cambio es una de las emociones más familiares. Implica protegernos al sentirnos vulnerables; por tanto, conlleva valores como la prudencia. Dicen los expertos en inteligencia emocional que una adecuada gestión del miedo tiene efectos positivos porque detecta situaciones peligrosas y nos obliga a tomar distancia para anticiparnos a un error. Como dicen por ahí, más vale malo por conocido. El problema es cuando el miedo se convierte en el punto central de la persona y su forma de vida.

En su libro El miedo a la libertad, Erick Fromm explora este hecho y afirma que algunos de los efectos que se ocasionan en las personas cuando se enfrentan a la posibilidad de ser libres son las sensaciones de desarraigo, soledad y desorientación. Por ello, es frecuente que se produzca en nosotros la necesidad de pertenencia y sometimiento a una fuerza que creemos superior a nosotros. El miedo nos retrae hacia una zona de confort en la que parece garantizarnos una seguridad que siendo libres no experimentamos. Fromm considera que esta crisis ocasionada por el miedo a la libertad está presente en todos los regímenes autoritarios. Recordemos que Thomas Hobbes considera que el miedo es positivo en tanto que propicia el orden social y político, aunque sea por la fuerza.

Así, debido al miedo, el hombre actual no es libre del todo. Debido a su vulnerabilidad, las ideologías comprometen constantemente sus decisiones y, por ende, su identidad personal. No solo los totalitarismos, también las democracias se benefician de esto. Y es que el miedo es un fenómeno omnipresente: desde el empleado que acepta condiciones laborales indignas por miedo a perder su fuente de ingreso, hasta el gobernante que propicia situaciones injustas y arbitrarias porque sabe que los ciudadanos terminarán aceptándolas, aprovechándose del miedo de que “en otros lugares están peor”.

La contraparte del miedo es la esperanza, ese estado de ánimo que surge cuando parece que podemos alcanzar lo que se desea. Esperanza también es una virtud teologal por la que los creyentes aguardan los bienes que Dios les prometió…. y aquella única virtud que se quedó hasta el fondo de la caja que Pandora abrió, perdiendo a todas las demás. Esa que dicen que nunca nos abandona.

Hay que decir que, así como la política se llega a burlar de la democracia mediante el uso del miedo, también lo hace con el manejo de la esperanza. El filósofo holandés Baruch Spinoza dice que “La esperanza es una alegría inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuya efectividad dudamos de algún modo” y que “el miedo es una tristeza inconstante que brota de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuya efectividad dudamos de algún modo”. En este sentido, ni el miedo ni la esperanza son convenientes. Además de ser dos caras de una misma moneda, constituyen dos de los más grandes males que impiden al género humano ser libre.

La esperanza, dice el filósofo holandés, también nos inmoviliza, porque consiste en la simple ilusión de que algo externo, de tipo mesiánico, lo solucione todo. Innegablemente, la política en ocasiones parece ser el arte de manejar a los individuos a partir del miedo y la esperanza. Pero es también innegable que el individuo puede superar este hecho mediante el entendimiento.

En el proceso del entendimiento, la propuesta de Spinoza describe tres momentos: Imaginación, razón e intuición. Yo puedo imaginar que la luna es de queso, que puede taparse el sol con un dedo, que puede bajar el precio de la gasolina, o que la selección de futbol puede ganar el mundial.  Nuestras ideas pueden ser confusas porque son fruto de la imaginación, pero entonces la razón conoce las distintas partes de un fenómeno, las une, las completa y algunas (¿por qué no?) hasta las explica y hace posibles. La imaginación no se equivoca en lo que percibe. El error está en evitar que la razón complemente y dé sentido a lo que me imagino.

Puedo sentir miedo de estar peor y más vale seguir igual, o esperanza de que todo lo solucionará un mesías. No cabe duda de que ser mexicano en estos tiempos no es fácil. Nunca lo ha sido, pero este fin de semana es especialmente importante no dejarse engañar por el miedo ni por la esperanza… sino echar andar el razonamiento que nos hace libres. Que el miedo al cambio no nos paralice y que la esperanza no nos aletargue. Después de todo, si como dice el filósofo holandés “el que se imagina no se equivoca”, es cierto: hay que imaginarnos cosas chingonas.

@vasconceliana