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Ningún agravio caduca

Ignacio Betancourt

Nunca como ahora los candidatos del PRI y del PAN se han visto tan vulnerables para una elección presidencial como la que se comienza a realizar. Quienes suponían la impunidad como su mejor argumento para reiterar el abuso lo están pensando dos y tres veces, nada en la historia desaparece, ningún agravio caduca. No es el tiempo pleno de las victorias populares, pero sí el de la recuperación de lo que parecían olvidos en la terca memoria de los ofendidos. Nada se pierde para siempre, los más abusivos tendrán tiempo de pensarlo. Algo flota en el ambiente sobre la inminencia de nuevos tiempos. La población ha llegado al límite de su resistencia, por lo tanto todo es posible, incluso la retirada de los peores que han dejado de ser funcionales en un país devastado por saqueadores. No hay mal que dure cien años, ni pendejos que los aguanten.

En la situación extrema que carcome a la nación la actividad de los corruptos resulta contraproducente en el mantenimiento de la ignominia, se inicia desde su interior el inevitable deterioro del cinismo mantenido a sangre y fuego. Cuando todo está en riesgo tal realidad es una inocultable llamada de atención para los impunes; muchos de aquellos que confundieron la eternidad con su cotidiano medrar se tambalean, a destiempo lo comienzan a descubrir. Si pudieran tendrían que volverse invisibles, pues el cobro de cuentas puede no discriminar. Sálvese quien pueda, pareciera el clamor entre los más depredadores. La desmemoria nunca ha sido buena consejera ni para las víctimas, ni para los victimarios.

No es un exceso de optimismo imaginar cambios pero aparece en el horizonte ciudadano una posibilidad de transformación en diversos contextos. La asociación entre delincuencia y autoridades lo pone en riesgo todo. Ahora el caos cotidiano podría no sostenerse más sobre la impunidad y el cinismo, o ¿rejuvenecerá lo caduco? Pronto lo sabremos. La certeza de un cambio social aún no está garantizada para nadie. El país puede estar en la antesala del fin del desbarajuste actual, como igualmente podría darse una nueva reactivación de lo más deleznable, es el tiempo de la incertidumbre y de las paranoias. Y de la organización desde abajo.

Ningún entusiasmo garantiza un futuro promisorio para la población pero la indiferencia debe hacerse a un lado. Resulta vital la participación en toda instancia. Por ejemplo, habrá que estar atentos a la llamada apertura energética y los Contratos de Servicios Múltiples, que no son otra cosa que la entrega de los recursos petroleros del país a la depredación nacional e internacional. ¿Y qué decir de las mineras? Doscientas sesenta y siete empresas trasnacionales (algunas vinculadas con el crimen organizado). Calderón otorgó 17,670 concesiones, Peña Nieto sigue el mal ejemplo. ¿Y la llamada reforma educativa y la enorme dignidad de la mayoría del magisterio nacional? ¿Y tanta desvergüenza en los procederes gubernamentales?

Un país como el nuestro, con tanta riqueza natural en su geografía y con más de sesenta millones de pobres es algo inverosímil pero es real. Se perdió el rumbo (o acertaron nada más los peores), es bien sabido que solamente una insignificante minoría se lleva todo en un contexto donde la población pareciera no existir, salvo en las estadísticas de la miseria. No es posible gobernar países de cadáveres y desaparecidos, pues incluso, algunos fallecidos resucitan cuando más se les requiere. En México no sólo votan los muertos, también algunos dan malos consejos a los vivos, y con tanto muerto sembrado por el país nadie puede asegurar algo respecto a los florecimientos desde ultratumba.

La democracia que no ha nacido puede aparecer o también alejarse aún más. Sin embargo, existen demasiadas agresiones que intensifican las respuestas populares. Dice Juan Ramón de la Fuente, médico psiquiatra y ex rector de la UNAM: “No podemos olvidar los casos de Ayotzinapa, Tlatlaya o Nochixtlán, porque nos han dejado una profunda huella emocional que va más allá de lo que registran los medios”. Una vez más, la memoria de los agravios es necesaria para impulsar cualquier tipo de cambio. Urge la participación ciudadana (organizativa, electoral, generalizada). Ante las mayorías se consolida una compleja y promisoria oportunidad de cambiar muchas cosas. Mañana lo podrán constatar los incrédulos.