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No hay nada nuevo bajo el sol (de Roma a México, vía el Potomac)

Federico Anaya Gallardo

Permíteme, lectora, hilar este comentario a partir de la Historia. Cuando Roma era un pueblecito de agricultores y pastores, pero dirigido por los aguerridos clanes que habían expulsado a los reyes etruscos, aquellas familias que no podían demostrar su abolengo ancestral o que no tenían suficientes tierras o ganados se quejaban amargamente: ¿por qué debemos de ir a la guerra dirigidos por ustedes, los ricos? Esos ricos, respondían que así debía ser porque ellos eran “patricios”, es decir, porque tenían “padres” o ancestros ilustres. Los pobres no tenían eso, eran la plebis, el pueblo llano, los plebeyos.

Sin embargo, en el latín que todos hablaban uno de los significados de plebs/plebis era “enjambre”, por ejemplo, cuando se hablaba de abejas. Porque la plebe era formada por la mayoría de los habitantes que no sólo proveía soldados a la milicia, sino que producían bienes y prestaban servicios para todas y todos. La tradición conservó la memoria de un conflicto en el que aquel enjambre de gentes sin padres divinizados decidió retirarse de la urbe y subirse a un monte –hasta que los patricios les concediesen participación en el gobierno de la ciudad. ¡Una huelga!

Ocurrió en el año 494 antes de la Era Común, o el año 260 AUC (ad urbe condita, desde que la urbe se fundó). Los eucos y los volscos amenazaban Roma. Se necesitaba un ejército. Muchos de los plebeyos estaban endeudados con familias patricias. Una ley antigua autorizaba que el deudor moroso fuese esclavizado. Cuando el Senado, dominado por los patricios, ordenó formar un ejército, las familias plebeyas huyeron al monte. Para convencerlas de regresar, se abolió la esclavitud por deudas. Aparte, se creó el Tribuno de la Plebe, un representante electo cada año que podía detener cualquier decisión del Senado. Y se reconoció una segunda asamblea legislativa, Concilium Plebis, en la cual los plebeyos podían proponer leyes y revisar las que el Senado aprobase.

Ese triunfo de los plebeyos romanos tiene dos milenios y medio. Es uno de los antecedentes lejanos de nuestro sistema democrático. Pero no resolvió los grandes problemas sociales. Los ricos seguían siendo ricos, y los pobres seguían marginados de casi todo. La historia de la república romana es la historia de esa lucha de clases. ¿Por qué lo he traído a colación hoy? Porque es un ejemplo del poder de la aritmética demográfica. Los pobres sólo tienen una ventaja: forman la mayoría de la sociedad. Por eso es que los ricos son tan envidiosos al compartir con la plebe los honores del gobierno. Excusas hay mil: “Como son pobres, son ignorantes y no saben gobernar”. “Como son pobres nos envidian y están llenos de resentimiento. Si gobernasen tomarían venganza brutal”. Llevamos milenios escuchando lo mismo.

Esa aritmética demográfica básica se repite en todas las sociedades. Los de arriba tienen siempre la desventaja de ser pocos en comparación con los de abajo. Por esta sencilla razón las palabras “República” y “Democracia” no significaban lo mismo en el siglo XIX. Si frente a la monarquía absoluta burgueses y proletarios podían unirse, apenas se ganaba la Constitución o se proclamaba la República se abría el debate sobre quiénes podían votar. Usualmente los republicanos apoyaban el voto indirecto y restringido a quienes tuviesen cierta educación y cierto ingreso económico. Frente a ellos plantaron cara los demócratas que exigían voto igualitario (primero para todos los varones, luego para varones y mujeres) no importando ni la educación ni el ingreso. Ante ese “radicalismo” democrático, algunas voces (los utilitaristas) propusieron expandir poco a poco la educación pública de modo que en el futuro todos los electores estuviesen preparados para votar “racionalmente”. Luego de 1900 casi todas las democracias liberales habían expandido el voto a todas las personas mayores de edad sin poner requisitos académicos.

Pero la aritmética demográfica no cambió. Los de arriba seguían siendo demográficamente minoritarios.

El problema de la desigualdad socioeconómica en una sociedad capitalista avanzada fue discutido recientemente (5 de marzo de 2024) en una interesante mesa redonda sobre “El Presidente vs. la Suprema Corte durante el New Deal” que puede consultarse en Pasado Presente: Historia en Podcast del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. (Liga 1.) Participaron Erika Pani, Paolo Riguzzi y José Ramón Cossío –con Lucina Melesio como moderadora. El ex-ministro Cossío ubicó la aparición del concepto de la Suprema Corte como poder contra-mayoritario no-electo en los Estados Unidos –y en todas nuestras repúblicas– en la primera mitad del siglo XX, frente a la irrupción del Estado interventor de Franklin D. Roosevelt (minuto 30 & ss.)

Me parece que esa afirmación de Cossío es discutible, pues desde antes de la famosa resolución del caso Marbury vs. Madison de 1803, Thomas Jefferson había discutido la posibilidad de que un poder judicial fuerte restringiese los potenciales abusos de las asambleas legislativas y de los poderes ejecutivos. Y esto debería hacerse a partir de la defensa de principios fuertes consagrados en las constituciones de los estados y de la Federación. Sin embargo, a partir de la famosa sentencia Marbury vs. Madison (y otras resoluciones) el virginiano cambió de opinión. En 1823 –dos décadas después de la famosa sentencia– Jefferson afirmó: “Cuando creamos nuestras constituciones [estaduales y federal] las corporaciones judiciales aparentaban ser las ramas más débiles é inocuas del gobierno. La experiencia, sin embargo, pronto demostró de qué modo pueden convertirse en el poder más peligroso: como no hay modo de remover a sus juzgadores, estos abusan irresponsablemente de su cargo” (Carta a Coray, 1823. Citada en el ensayo “Jefferson on Judicial Review: Consistency through change” de Wallace Mendelson, The University of Chicago Law Review, Invierno 1962, pp.327-337, Liga 2).

En el texto que te sugiero revisar, lectora, el profesor Mendelson alega que Jefferson siempre fue consistente en su temor a la tiranía. Lo que cambió fue la circunstancia o correlación de fuerzas. Antes de 1800 la tiranía se veía venir de asambleas radicales y de ejecutivos autoritarios. Pero en los comicios de 1800, cuando el partido en el poder (Federalista) vio que perdería la elección, decidió emitir una nueva ley del poder judicial federal y llenar juzgados y tribunales con su gente. El partido ganador (Demócrata-Republicano) temía que sus enemigos boicotearían su trabajo desde los tribunales.

Y eso hicieron. De hecho, a la cabeza de la Suprema Corte quedó el federalista John Marshall —quién había sido el secretario de Estado del presidente Adams, derrotado en la elección. Marshall protegió a los federalistas e hizo oposición a Jefferson desde la Suprema Corte. Entre otras lindezas, en 1807 absolvió a Aaron Burr, quien había sido acusado de traición por el gobierno de Jefferson. Burr había conspirado para separar la Luisiana y formar un imperio en el valle del Mississippi (¡nada más!). Por eso Jefferson moriría creyendo que el poder no-electo de la Suprema Corte era peligrosísimo.

Regresemos a Cossío. Nuestro ex-ministro ubica el florecimiento del discurso de las supremas cortes como poderes contra-mayoritarios hasta el siglo XX, cuando una mayoría de ministros muy conservadores en Washington se opusieron tercamente a las reformas económicas del New Deal rooseveltiano. A los mexicanos nos importa ese episodio porque hoy mismo vemos a una mayoría conservadora en nuestra Suprema Corte oponiéndose a un gobierno de izquierdas. El paralelo es evidente y en el podcast del Colmex la locutora Lucina Melesio juega con él.

Hoy quiero subrayar un detalle: si la Suprema Corte es “contra-mayoritaria” entonces podemos afirmar que es “pro-minoritaria”. Esto es verdad y hasta es bueno. Un régimen democrático requiere no sólo que se respeten las decisiones de las mayorías, sino que estas últimas no opriman a las minorías.

Pero lo contra-mayoritario y la defensa de las minorías pueden tener una deriva perversa. Recordemos la aritmética demográfica. Los ricos siempre son una minoría. ¿La defensa constitucional de las minorías les aplica? Mira, querida lectora, los discursos de Ricardo Salinas Pliego y contéstame si es razonable considerar a los ricos como una minoría. Pero la argumentación al mismo tiempo pedestre y soberbia de ese empresario es evidentemente falsa.

Menos claro es, por ejemplo, el discurso de Lorenzo Córdova Vianello en la manifestación del pasado 18 de febrero de 2024 en el Zócalo de la ciudad de México. (Liga 3.) Por ejemplo, el ex-consejero presidente del INE dijo a los asistentes: “Hoy contamos con instituciones que nos protegen frente a los abusos del poder, incluso del de las mayorías autoritarias”. Notar que el “ustedes” del discurso son las mayorías autoritarias. ¿Quién es el “nosotros” de Lorenzo? La minoría “verdaderamente” democrática.

Lorenzo insistirá varias veces en lo mismo. Su “nosotros” dice: “hemos construido una sociedad en donde todas y todos tenemos cabida, a pesar de nuestras diferencias legítimas y sin que se nos persiga por pensar diferente”. Cierto. Sólo que –para usar mi ejemplo romano– el Senatus es mucho menos numeroso que el Concilium Plebis. Lorenzo debería recordar que, pese a la diferencia de clase y el perpetuo enfrentamiento, el símbolo de aquella gran ciudad era un acrónimo: SPQR (Senatus Populus Que Romanus, “El Senado y el Pueblo Romanos”). Los pocos ricos y los muchos pobres unidos… sin olvidar sus diferencias. Yo sospecho que el “nosotros” de Lorenzo no es tan inclusivo.

Hay un punto en que Lorenzo deja de hablar desde su “nosotros”. Al recordar que “la democracia no nos cayó de lo alto, no fue una concesión graciosa ni un regalo del poder”, nos aclara que “la democracia en México es el resultado de muchas luchas ciudadanas que costaron esfuerzo, dedicación y en algunas ocasiones hasta sangre.”

El doctor Córdova Vianello es impecable en su enunciación. El “nosotros” de las marchas del 18 de febrero de 2024 no es parte con quienes dieron aquellas sangrientas y heroicas jornadas ciudadanas. La sangre la pusieron los de abajo, como siempre. Los de arriba defienden ahora derechos que ellos no conquistaron. Al contrario, en el pasado inmediato, ellos denegaron a las mayorías pobres esos derechos sociales y políticos… o voltearon a otra parte para no ver la represión.

Como sea, el pueblo llano y plebeyo no lucha sólo para él mismo, sino para la Humanidad toda. ¡Qué bueno que los de arriba han aprendido a marchar! Pero la pregunta queda en el aire: ¿lograrán vencer la aritmética demográfica? Yo lo dudo. Y yo sospecho que ellos también lo dudan. Recordemos que, en otro discurso de esos manifestantes rosas, Pagés Rebollar tronó contra la “dictadura electoral”.

agallardof@hotmail.com

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:
https://open.spotify.com/episode/7a1UzzCsVYRn8U5YJ1RTkU?si=2d5602b980c24afc

Liga 2:
https://chicagounbound.uchicago.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=3274&context=uclrev

Liga 3:
https://animalpolitico.com/politica/discurso-lorenzo-cordova-marcha-democracia